Los Demonios Adoptivos
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Capítulo 1

Muriendo en el incendio, el odio de la multitud afuera sonaba más fuerte que las llamas que me consumían.

"¡Quemen a la bruja! ¡Quemen a los monstruos!"

Sus gritos se mezclaban con el olor a carne quemada, la mía y la de mi esposo, Ricardo.

Nuestros cuerpos estaban atados juntos, una última burla del destino.

En mis últimos momentos, no sentía el fuego, solo la helada traición de nuestras dos hijas adoptivas, Camila y Renata.

Las niñas que habíamos sacado de un orfanato, a las que les dimos todo.

Ellas nos pagaron orquestando nuestra ruina, acusando a Ricardo, un hombre estéril, de embarazarlas.

Cerré los ojos, esperando el final, con una sola pregunta en mi alma destrozada: ¿Por qué?

Y entonces, desperté.

El sol de la mañana entraba por la ventana, iluminando el polvo que flotaba en el aire.

Estaba en mi cama. Viva.

Ricardo dormía a mi lado, su pecho subía y bajaba con una calma que pronto sería destrozada.

Miré el calendario en la pared. 15 de agosto.

El día.

El día en que todo comenzaría de nuevo.

No fue un sueño. Fue un renacimiento. Se me había dado una segunda oportunidad.

Me levanté en silencio, mis pies descalzos sobre el frío suelo de madera. Fui a la cocina y comencé a preparar el desayuno, como cualquier otro día.

El olor a café y huevos fritos llenó la casa.

"¡Buenos días, mamá!"

La voz alegre de Renata, la menor, me llegó desde las escaleras.

"Buenos días, mi amor", respondí, mi voz sonando extrañamente calmada.

Camila, la mayor, la seguía de cerca, más silenciosa, más observadora.

Se sentaron a la mesa, dos jóvenes hermosas en la cúspide de sus vidas, a punto de ir a la universidad. Cualquiera que nos viera pensaría que éramos la familia perfecta.

Y lo habíamos sido.

Recuerdo los días en que llegaron a casa, dos niñas pequeñas y asustadas. Les leíamos cuentos por la noche, curábamos sus rodillas raspadas, celebramos cada cumpleaños como si fuera el evento del año.

Ricardo y yo no podíamos tener hijos propios, su esterilidad fue un golpe duro, pero ellas llenaron ese vacío.

Las amamos. Incondicionalmente.

O eso creíamos.

En mi vida pasada, este fue el día del chequeo médico rutinario. El día en que el doctor nos llamó a Ricardo y a mí a su oficina para darnos la noticia.

"Sofía, Ricardo... ambas chicas están embarazadas".

El shock. La confusión.

Luego, la acusación.

"Fue papá", dijo Camila con los ojos llenos de lágrimas falsas, mientras Renata asentía, temblando como una hoja.

La mentira se extendió como un virus. Primero en nuestra pequeña comunidad, luego en las noticias nacionales, alimentada por una campaña perfectamente orquestada en redes sociales.

"Padre monstruo abusa de sus hijas adoptivas".

"Esposa cómplice encubre el crimen".

Perdimos nuestros trabajos. Nuestros amigos nos dieron la espalda. Extraños nos escupían en la calle. La policía abrió una investigación, pero la opinión pública ya nos había condenado.

El juicio de la turba fue rápido y brutal.

Terminó con gasolina y un fósforo.

Mientras les servía el desayuno, mis manos no temblaban. La furia en mi interior era un núcleo de hielo.

Esta vez sería diferente.

No iba a permitir que destruyeran a Ricardo. No iba a permitir que nos arrastraran al infierno de nuevo.

Tenía el conocimiento de mi vida pasada. Conocía cada uno de sus movimientos, cada una de sus mentiras.

Y esta vez, yo estaría preparada.

"Coman, niñas. Hoy es un día importante", dije con una sonrisa que no llegaba a mis ojos.

Camila me miró, una chispa de sospecha en su mirada. Siempre fue la más inteligente, la más calculadora.

"¿Qué tiene de importante, mamá?"

"Solo un presentimiento", respondí, mirándola directamente a los ojos. "Un presentimiento de que hoy, muchas cosas van a cambiar".

Mi determinación era absoluta. Iba a descubrir la verdad que se me escapó en mi vida anterior. Iba a desentrañar la red de engaños que ellas habían tejido.

Iba a proteger a mi familia.

Iba a limpiar nuestro nombre.

Y me aseguraría de que la justicia, la verdadera justicia, cayera sobre ellas con todo su peso.

Esta vez, la supervivencia era lo único que importaba.

            
            

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