Comencé por la habitación de Camila. Su cuarto estaba impecablemente ordenado, casi estéril. Reemplacé su viejo reloj despertador en la mesita de noche por el nuevo. El ángulo era perfecto, cubría casi toda la habitación, incluyendo la cama y la puerta.
Luego, la habitación de Renata. Era más desordenada, más infantil, llena de peluches y pósters. Cambié el cargador USB que usaba para su teléfono, conectándolo a un enchufe cerca de su escritorio. La vista no era tan buena como en el cuarto de Camila, pero capturaría cualquier cosa que sucediera en esa área.
Finalmente, la sala de estar. Este era el más arriesgado. Tuve que subirme a una silla para cambiar el detector de humo del techo. Mis manos sudaban mientras conectaba los cables. Cualquier error podría delatarme. Pero lo logré. La nueva cámara tenía una vista panorámica de todo el espacio.
Sincronicé las tres cámaras con una aplicación en mi teléfono, protegiéndola con una contraseña que solo yo conocía. La imagen era clara, el sonido nítido.
Ahora, solo necesitaba darles la oportunidad de actuar.
Llamé a mi mejor amiga, Blanca.
"Blanca, ¿cómo estás? Oye, ¿te gustaría ir al cine esta noche? Hay una película que muero por ver".
"¡Claro, Sofía! Me encantaría", respondió ella, su voz cálida como siempre.
El plan estaba en marcha. Esa tarde, le anuncié a la familia mi salida.
"Chicas, Ricardo, saldré con Blanca esta noche. No me esperen para cenar".
Ricardo me dio un beso. "Diviértete, mi amor".
Camila y Renata intercambiaron una mirada rápida. Lo vi. Era la oportunidad que estaban esperando.
Me fui de casa, pero no fui al cine. Conduje un par de calles y me estacioné en un lugar oscuro donde podía ver la entrada de mi casa.
Abrí la aplicación en mi teléfono. Las tres pantallas se mostraron en una cuadrícula.
La sala de estar. Vacía.
El cuarto de Renata. Vacía.
El cuarto de Camila. Vacía.
Mi corazón latía con fuerza contra mis costillas. La espera era una tortura.
Pasaron casi dos horas. Ricardo llegó del trabajo, cenó solo algo que calentó en el microondas y se puso a ver la televisión.
Luego, subió a nuestro cuarto. Las luces se apagaron.
La casa estaba a oscuras, excepto por las tenues luces de las habitaciones de las chicas.
Y entonces, sucedió.
Vi en mi pantalla cómo la puerta de la habitación de Renata se abría lentamente. Ella salió, mirando a ambos lados del pasillo, y luego se deslizó hacia la habitación de Camila.
Cambié la vista a la cámara del cuarto de Camila.
La puerta se abrió y Renata entró. Camila ya la estaba esperando, sentada en el borde de la cama.
Se abrazaron. Pero no era el abrazo de dos hermanas. Era largo, posesivo. Se besaron. Apasionadamente.
Sentí una oleada de náuseas. Esto era peor de lo que había imaginado. No solo estaban conspirando juntas, eran... amantes.
Mi mente se tambaleó, tratando de procesar la información. Toda nuestra vida familiar, cada interacción que había presenciado, se reconfiguró bajo esta nueva y horrible luz.
Pero lo peor estaba por venir.
Se separaron del beso y comenzaron a hablar en susurros. El micrófono era bueno. Podía oír cada palabra.
"¿Estás segura de que funcionará?", preguntó Renata, su voz temblorosa.
"Claro que sí", respondió Camila, su voz llena de una confianza escalofriante. "Todos creerán a las víctimas inocentes. Ricardo es el hombre, el adulto. Es el blanco perfecto. Para cuando se den cuenta de la verdad, ya tendremos el dinero de la herencia y estaremos muy lejos de aquí".
¿Herencia? ¿Asesinato? No solo planeaban incriminarlo. Planeaban matarnos. El incendio de mi vida pasada no fue un accidente de la turba. Fue su plan desde el principio.
Mi sangre se heló en mis venas.
Luego, la escena en mi teléfono dio un giro que mi cerebro se negó a comprender por un instante.
Se estaban desvistiendo. La escena era íntima, prohibida.
Y entonces lo vi.
Camila.
Debajo de su ropa interior femenina, su cuerpo no era el de una mujer.
Tenía genitales masculinos.
Completamente formados. Inequívocamente masculinos.
Dejé caer el teléfono al suelo del coche.
Un grito ahogado se escapó de mis labios.
No. Podía. Ser.
Camila era... un hombre? No, no exactamente. Su cuerpo era una mezcla. Pechos pequeños y desarrollados, pero también... eso.
Intersexual.
La palabra flotó en mi mente, una explicación clínica y distante para la monstruosa realidad que estaba presenciando.
Camila, la hija mayor.
Camila, la amante de su hermana.
Camila, el padre biológico de los bebés.
La verdad era tan grotesca, tan increíblemente retorcida, que por un momento pensé que me había vuelto loca. Que el trauma de mi vida pasada finalmente había destrozado mi mente.
Recogí el teléfono con manos temblorosas. La pantalla todavía mostraba la imagen. Era real.
Todo el plan... la acusación contra Ricardo... no era solo por dinero. Era para ocultar esto. Para ocultar su propia verdad biológica y su relación incestuosa. Usaron la esterilidad de Ricardo como el arma perfecta, el escudo definitivo para su secreto.
Me quedé en el coche durante horas, incapaz de moverme, viendo cómo se desarrollaba la escena en la pantalla, mi mente en un estado de shock absoluto.
El mundo que conocía se había hecho añicos por segunda vez.
Pero esta vez, la verdad no estaba enterrada en cenizas.
Estaba grabada en video.
Y yo la tenía.