El Zafiro de Mi Destino
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Capítulo 3

Respiré hondo, dejando que la calma volviera a mí. Levanté la barbilla y miré a Ricardo directamente a los ojos, mi voz clara y cortante.

"Aprecio tu oferta, Ricardo. Es muy... reveladora. Pero tengo que rechazarla. Verás, ya tengo un socio."

Hice una pausa deliberada, disfrutando de la confusión en su rostro. Luego, añadí con una pequeña sonrisa.

"De hecho, estoy casada."

Un silencio momentáneo cayó sobre nuestro pequeño círculo, seguido de una carcajada estridente de Ricardo.

"¡Casada! ¡Tú! Por favor, Elena, ¿a quién crees que engañas? ¿Te inventaste un marido imaginario para no sentirte tan sola? Es patético."

Sus seguidores, un pequeño grupo de empresarios menores que esperaban ganarse su favor, se rieron con él. Sofía se tapó la boca con una mano en un gesto de falsa sorpresa.

"Ay, Elena, no tienes que mentir. Entendemos que es difícil ver a Ricardo tan feliz conmigo. No pasa nada por estar sola."

La humillación pública se intensificaba, pero yo tenía un as bajo la manga. Lentamente, levanté mi mano izquierda. En mi dedo anular brillaba un anillo, una pieza exquisita y única. No era un diamante ostentoso, sino un zafiro azul profundo, tallado en forma de estrella, rodeado por una constelación de pequeños diamantes sobre una banda de platino. Era inconfundible, una pieza de alta joyería hecha a medida, reconocible al instante por cualquiera que conociera el verdadero poder y la riqueza.

"No es una mentira," dije, mi voz tranquila pero resonante. "Este es un regalo de mi esposo."

Ricardo dejó de reír. Entrecerró los ojos, mirando el anillo. Pude ver el momento exacto en que el reconocimiento, y luego el pánico, cruzaron su rostro. Conocía ese anillo. No personalmente, pero sí por su fama. Era el sello no oficial de una de las familias más poderosas y discretas del país, la familia Varela. Y el zafiro estrella era el emblema personal de su heredero, Marcos Varela, el magnate tecnológico, el hombre al que todos en esta sala, incluido Ricardo, estaban desesperados por impresionar.

La cara de Ricardo se puso pálida y luego roja de ira. La idea de que yo, la mujer que él había desechado, pudiera estar casada con un hombre como Marcos Varela era un golpe demasiado grande para su ego. La negación se apoderó de él.

"¡Mentirosa!" gritó, su voz rompiéndose. "¡Ladrona! ¿De dónde sacaste eso? ¡Debes habérselo robado a alguien!"

Antes de que pudiera reaccionar, se abalanzó sobre mí. Sus dedos se cerraron sobre mi muñeca con una fuerza brutal, tratando de arrancarme el anillo. Grité, más por la sorpresa que por el dolor. La gente a nuestro alrededor retrocedió, sus rostros una mezcla de shock y morbosa curiosidad.

"¡Vas a decirme la verdad!" siseó Ricardo, su rostro contorsionado por la rabia. "¡No vas a venir aquí a humillarme con tus mentiras!"

Me arrastró unos metros por el suelo liso del salón, mi vestido de seda se rasgó y la copa de champán se estrelló contra el mármol. El dolor explotó en mi rodilla al golpear el suelo. Sentí el frío del piso a través de la tela, y la humillación, esta vez, era física, aguda y abrumadora. La gente solo miraba, nadie intervenía. Me sentía como un animal en una jaula, expuesta y atacada, mientras el hombre que una vez prometió amarme me trataba como a una criminal frente a todo el mundo.

            
            

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