El Zafiro de Mi Destino
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Capítulo 4

El mundo se volvió un borrón de gritos ahogados y rostros conmocionados. Lo siguiente que supe fue que me encontraba en la oscuridad, un olor a humedad y polvo llenando mis pulmones. Me dolía todo el cuerpo. Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra, distinguí las siluetas de cajas y muebles viejos cubiertos con sábanas. Estaba en un cuarto de almacenamiento, probablemente en el sótano del hotel donde se celebraba el evento. La puerta se abrió con un chirrido, y la silueta de Ricardo se recortó contra la luz del pasillo.

"Ahora," dijo, su voz goteando veneno mientras cerraba la puerta detrás de él, sumiéndonos de nuevo en la oscuridad casi total. "Sin público. Dime la verdad, Elena. ¿Quién te dio ese anillo?"

Mi muñeca todavía palpitaba por su agarre, y mi rodilla ardía. Intenté ponerme de pie, pero el dolor me hizo caer de nuevo sobre el frío suelo de cemento.

"Ya te dije la verdad, Ricardo. Estoy casada."

"¡No vuelvas a decir eso!" gritó, y el sonido de su mano golpeando una caja de madera cerca de mi cabeza me hizo estremecer. "Marcos Varela no se casaría con alguien como tú. Eres una diseñadora de segunda, una mujer a la que dejaron en el altar. ¡Eres un desecho!"

Sus palabras eran crueles, pero ya no tenían el poder de antes. La rabia estaba empezando a superar al miedo.

"Tú eres el que está desesperado, Ricardo. Tu empresa se está hundiendo y viniste aquí a rogar por dinero. Y resulta que el hombre al que necesitas rogarle es mi esposo. Esa es la verdad que no puedes soportar."

Un silencio tenso llenó la habitación. Pude sentir su ira hirviendo en la oscuridad.

"Vas a lamentar haber dicho eso," siseó. "Te quedarás aquí. Mañana por la mañana, cuando todos pregunten por ti, les diré que te encontré robando, que inventaste toda esa historia del matrimonio para cubrirte. Sofía ya está esparciendo el rumor. Para cuando salga de aquí, tu reputación estará arruinada para siempre. Y luego, te arrastrarás hacia mí, rogándome que te dé ese trabajo de diseñadora junior. Y yo disfrutaré viéndote humillada."

Se dio la vuelta para irse. El pánico se apoderó de mí. No podía dejar que me encerrara aquí.

"¡Ricardo, no puedes hacer esto!"

Él se rió, una risa fría y sin alegría. "Ya lo hice."

La puerta se cerró con un golpe seco y el sonido de una llave girando en la cerradura fue definitivo. Me quedé en completa oscuridad, el silencio solo roto por el sonido de mi propia respiración agitada. La desesperación amenazó con consumirme. Estaba sola, herida y a punto de perder todo por lo que había luchado.

Pasaron las horas, o tal vez solo minutos. Perdí la noción del tiempo. Me abracé las rodillas, temblando de frío y de miedo. Justo cuando empezaba a rendirme, escuché un suave rasguño en la puerta.

"¿Señorita?" susurró una voz de mujer, apenas audible.

Me arrastré hacia la puerta. "¿Hola? ¿Quién es?"

"Soy María, una de las limpiadoras," dijo la voz. "Vi lo que ese hombre le hizo. No está bien. No pude detenerlo, lo siento, me habrían despedido. Pero le traje un poco de agua."

Un pequeño chorro de luz apareció por debajo de la puerta, y luego una botella de agua se deslizó hacia mí. Mis manos temblorosas la agarraron. Bebí con avidez, el agua fría un bálsamo para mi garganta seca.

"Gracias," susurré, mi voz ronca. "Gracias, María."

"No se rinda, señorita," dijo ella. "La gente de la fiesta está empezando a preguntar por usted. Y también por el señor Varela. Él no estaba aquí esta noche, pero su gente sí. No podrán ocultarla para siempre."

Sus palabras fueron como un ancla en medio de la tormenta. Marcos. Mi esposo. Él no sabía lo que estaba pasando, pero su nombre era un escudo. La amabilidad de esa extraña, un pequeño acto de decencia en medio de tanta crueldia, reavivó la llama de mi determinación. No me iba a rendir. Ricardo no iba a ganar. Me senté con la espalda recta contra la puerta fría, agarrando la botella de agua como si fuera un arma, y esperé. Iba a sobrevivir a esto. Iba a salir de aquí y enfrentarlos.

                         

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