Creía que eras gigoló
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Capítulo 3

Sofía arrastró su maleta por el pasillo, sus pasos resonando en el silencio del edificio.

Cuando llegó al ascensor y presionó el botón, la puerta del apartamento se abrió de golpe detrás de ella.

"¡No he terminado contigo!"

La voz de Marco era un gruñido furioso, salió y la alcanzó en dos zancadas, su rostro estaba congestionado por la ira.

"¿Crees que puedes irte así, sin más? ¿Después de humillarme delante de Isabella?"

"¿Yo te humillé a ti?" Sofía lo miró, la incredulidad luchando contra el agotamiento, "Marco, escúchate, estás delirando."

"¡No me llames delirante!" gritó, su control finalmente roto, "¡Isabella es mi futuro! ¡Lo es todo! Y tú, con tu estúpido orgullo, casi lo arruinas todo."

Señaló su maleta con desprecio.

"¿A dónde crees que vas a ir? ¡No tienes a nadie! ¡No tienes trabajo! ¡Volverás arrastrándote en una semana!"

El ascensor llegó con un suave tintineo, abriendo sus puertas.

Sofía dio un paso para entrar, pero Marco se interpuso, bloqueándole el paso.

"No te vas a ninguna parte hasta que me pidas perdón," exigió, su aliento olía a rabia.

"Apártate, Marco."

"Pídeme perdón," repitió, su voz más baja, más amenazante, "pide perdón por haberme hecho quedar como un idiota."

Justo en ese momento, la puerta del apartamento de al lado se abrió y apareció Isabella, su rostro era una máscara de impaciencia.

"Marco, ¿qué demonios estás haciendo? ¡Vamos a perder el vuelo!"

Al ver la escena en el pasillo, su expresión se agrió.

"¿Todavía sigues aquí?" le espetó a Sofía, "¿No te quedó claro que nadie te quiere aquí?"

Se acercó a Marco y lo tomó del brazo, tirando de él.

"Cariño, déjala, no vale la pena, es solo una perdedora resentida."

Las palabras de Isabella, en lugar de calmar a Marco, parecieron echarle más leña al fuego.

La humillación de ser manejado como una marioneta por Isabella, combinado con el rechazo de Sofía, lo empujó al límite.

En un arrebato de furia ciega, se volvió hacia Sofía.

"¡Tú eres la culpable de todo esto!"

Y la empujó.

No fue un simple empujón, fue un golpe violento con ambas manos en su pecho.

Sofía, tomada por sorpresa y desequilibrada por el peso de la maleta, no pudo mantener el equilibrio.

Cayó hacia atrás, su cabeza golpeando el suelo de baldosas con un ruido sordo y enfermizo, la maleta se estrelló a su lado, abriéndose y desparramando su contenido por el suelo.

Un dolor agudo y punzante estalló en la parte posterior de su cráneo, y por un momento, el mundo se volvió borroso, lleno de puntos negros danzantes.

Marco se quedó paralizado, mirando sus propias manos como si no fueran suyas, el horror comenzando a reemplazar la ira en su rostro.

"Sofía..." susurró, dando un paso vacilante hacia ella.

Pero Isabella lo detuvo.

"¡No la toques!" siseó, tirando de él con más fuerza.

Miró a Sofía en el suelo con absoluto desprecio, y de repente, su rostro se puso pálido, verdoso.

Se llevó una mano a la boca, sus ojos se abrieron de par en par.

"Oh, Dios..."

Se inclinó hacia adelante y vomitó.

Un chorro agrio y maloliente salpicó las baldosas, a escasos centímetros de donde yacía Sofía, el olor nauseabundo llenó el aire, mezclándose con el dolor y la humillación.

Isabella se enderezó, limpiándose la boca con el dorso de la mano, su rostro aún pálido pero sus ojos llenos de una nueva clase de furia.

"¡Mira lo que has hecho!" le gritó a Sofía, que luchaba por incorporarse, mareada y con náuseas, "¡Por tu culpa, por tu estúpido drama, casi me haces daño! ¡Podrías haber lastimado a mi bebé!"

Señaló a Sofía con un dedo tembloroso, su voz subiendo a un chillido histérico.

"¡Eres una persona horrible! ¡Mala! ¡Intentas hacerme perder a mi hijo!"

Marco, saliendo de su estupor, corrió al lado de Isabella, rodeándola con sus brazos.

"Tranquila, mi amor, tranquila," le susurraba, "respira hondo, no le hagas caso."

Luego, levantó la vista y miró a Sofía, que finalmente se había puesto de rodillas, con una expresión de puro y absoluto desprecio.

"¿Estás contenta ahora?" le espetó, su voz goteando veneno, "Has molestado a Isabella, la has puesto enferma, si algo le pasa a mi hijo, Sofía, te juro que te encontraré y te haré pagar, no tendrás dónde esconderte."

La amenaza colgó en el aire, fría y brutal.

El hombre que una vez le juró amor eterno ahora la amenazaba, la culpaba de un acto violento que él mismo había cometido, todo para apaciguar a su nueva ama.

Sofía no dijo nada.

No había nada que decir.

Se apoyó en la pared y lentamente se puso de pie, el mundo todavía giraba un poco, se agachó y comenzó a recoger sus cosas, metiéndolas de nuevo en la maleta rota, sus movimientos eran lentos, deliberados.

Ignoró la mancha de vómito en el suelo, ignoró a la pareja que la miraba con odio, ignoró el dolor en su cabeza y en su corazón.

Una vez que todo estuvo dentro, cerró la maleta como pudo y, sin dirigirles una sola mirada, caminó hacia las escaleras, no esperaría al ascensor.

Cada paso que daba para alejarse de ellos se sentía como un paso hacia la libertad, una libertad dolorosa y solitaria, pero libertad al fin.

El sonido de sus pasos descendiendo por la escalera fue lo último que escucharon de ella, un eco que se desvanecía, llevándose consigo siete años de amor, sueños y mentiras.

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