Una sonrisa casi imperceptible se dibujó en mis labios. Disfrutaba de su ignorancia, de su patética confianza. Había esperado veinticinco años para este momento, y era más dulce de lo que había imaginado.
Sofía, envalentonada por el silencio de la familia, se acercó a mí.
"¿No tienes nada que decir, Ricardo? ¿Admites por fin tu engaño?"
Su voz era un veneno azucarado.
"El Toro" ya se había levantado, sobándose la mandíbula, pero con una mirada triunfante.
"Ya basta de mentiras, Ramírez. Hagamos una prueba de ADN. Ahora mismo. Para que todos vean quién es el verdadero padre de mi hijo."
Sofía asintió con fervor.
"Sí. Y después de eso, quiero el divorcio. No puedo pasar un minuto más casada con un mentiroso y un fraude."
El divorcio. La palabra sonó como música para mis oídos. Era exactamente lo que quería.
Recordé el día de mi boda. Doña Elena me había llevado a su estudio, un cuarto lleno de libros antiguos y el olor a madera y cuero. Me miró fijamente y me dijo: "Mi hijo, tu suegro, te quería como a un hijo. Confió en ti para dirigir su mariachi, su legado. Me opuse a esta boda porque no amas a mi nieta. Pero te pido una cosa, Ricardo: protege el negocio familiar. Es lo único que importa."
Yo no me casé con Sofía por amor. Me casé por lealtad a mi mentor, el señor Vargas, quien me sacó de las calles y me dio un propósito. Me casé para proteger su imperio de los buitres de su propia familia, incluida su hija.
"Estoy de acuerdo", dije, mi voz sonando clara y firme en el tenso silencio. "Divorcio. Prueba de ADN. Lo que quieras."
Mateo me miró, sorprendido.
"Papá..."
"No te preocupes, hijo", le dije en voz baja. "Confía en mí."
"¡Claro que confío en ti! No necesito ninguna prueba. Tú eres mi padre", respondió con una lealtad que me calentó el corazón. Se volvió hacia Sofía y "El Toro". "Y aunque esta prueba dijera lo contrario, él seguiría siendo mi padre. Ustedes no son nada para mí."
Sofía y "El Toro" se rieron.
"Ya cambiarás de opinión cuando veas la verdad, muchacho", dijo "El Toro".
Justo en ese momento, un joven de unos veinte años, delgado y con una mirada nerviosa, se abrió paso entre la gente. Llevaba un traje caro que le quedaba grande y tenía los mismos ojos pequeños y codiciosos de "El Toro" Sánchez.
Se detuvo frente a Mateo, con una extraña sonrisa.
"Hola... hermano."