"Perdimos al inversor de Dubai," dijo en voz baja. "El desayuno era nuestra última oportunidad para convencerlo. Tu... tu problema con el horno nos costó un contrato de siete cifras."
No dije nada. Esperé.
Ella suspiró, un sonido tembloroso. Se pasó una mano por el cabello, un gesto de cansancio que no le había visto en años.
"Mira, Ricardo... tienes razón," admitió, y la sorpresa casi me hace retroceder. "Fui insensible. Lo del reloj... fue demasiado. Estaba... cegada. El éxito, la presión... me hizo olvidar lo que es importante."
Se acercó un paso. Su postura no era la de la magnate de la moda, sino la de la mujer con la que me casé. Parecía vulnerable.
"Luis es solo un empleado talentoso. Quería motivarlo. No hay nada más. Te lo juro."
Su voz era suave, suplicante. Por un momento, una parte de mí quiso creerle, quiso que todo volviera a ser como antes. Pero la herida era demasiado profunda.
"No se trata de si tienes algo con él o no, Sofía," respondí, mi voz firme. "Se trata de lo que ese reloj representaba. El dinero que gastaste en él, el favoritismo descarado. Nosotros teníamos un acuerdo, una promesa. Una promesa simbolizada en un anillo de plata que costó una miseria, pero que significaba todo."
Saqué la cajita de terciopelo de mi bolsillo y la puse sobre la barra de granito entre nosotros. No la abrió. Sabía lo que había dentro.
"Ese anillo significaba exclusividad. Un mundo nuestro. Y tú tomaste los frutos de ese mundo y se los regalaste a un extraño, frente a mis narices, como si yo no existiera."
La miré directamente a los ojos.
"Quiero que entiendas algo. Lo del pan fue solo una advertencia. Una pequeña muestra de lo que pasa cuando se rompe la confianza. Si vuelves a hacerme sentir así, si vuelves a faltarme al respeto de esa manera, las consecuencias serán mucho peores. No habrá más problemas con el horno. Habrá problemas reales, en tu empresa, en tu mundo perfecto."
El miedo cruzó su rostro. Un miedo genuino. Vio en mis ojos que no estaba bromeando.
Asintió lentamente, tragando saliva.
"Lo entiendo," susurró. "No volverá a pasar. Te lo prometo, Ricardo. Mantendré mi distancia con Luis. Seré profesional."
Su promesa flotó en el aire, pero para mí, sonaba hueca. Podía prometer lo que quisiera, pero yo había visto algo en ella, una fascinación por el poder y la adulación que no desaparecería tan fácilmente. Su corazón ya no estaba completamente conmigo. Podía sentirlo.
Me di la vuelta y salí de la cocina, dejándola sola con la caja del anillo sobre la barra. No confiaba en sus palabras. La Sofía que yo conocía, la que luchó a mi lado, parecía haberse perdido en el reflejo de su propio éxito. Y no estaba seguro de que quisiera, o pudiera, encontrar el camino de regreso.
Al día siguiente, Sofía intentó actuar como si todo estuviera arreglado. Se levantó temprano, algo que no hacía en años, y preparó el desayuno. Huevos revueltos, exactamente como me gustaban. El gesto era tan calculado, tan fuera de lugar en nuestra nueva realidad, que me resultó casi doloroso.
"Quería que empezáramos bien el día," dijo con una sonrisa forzada.
Comí en silencio. Le di las gracias, como se las daría a una extraña amable. Su esfuerzo era evidente, pero no podía borrar la imagen de ella ajustándole el reloj a Luis. No podía borrar la frialdad en mi corazón. Mientras ella intentaba remendar la superficie, yo sabía que los cimientos de nuestro matrimonio se habían fracturado, quizás para siempre.