Sofía cumplió su palabra, al menos en apariencia. Durante las siguientes semanas, mantuvo una actitud estrictamente profesional en la oficina. Las llamadas a deshoras con Luis cesaron, y las conversaciones que yo escuchaba eran puramente de trabajo.
Una tarde, mientras la esperaba en su oficina para ir a cenar con unos viejos amigos, ella abordó el tema directamente.
"Ves, Ricardo," dijo, ordenando unos papeles en su escritorio. "Te lo dije. Luis es solo un empleado. No hay nada raro. Fui tonta al no darme cuenta de cómo se veían las cosas desde afuera."
Negué con la cabeza.
"Nunca se trató de si dormías con él o no, Sofía. El problema es que le diste un lugar que no le correspondía. Un lugar de confianza y de privilegios que se supone que era solo nuestro."
"¿Qué privilegios? ¿Un reloj? Es solo dinero. Tenemos mucho."
"No es el dinero. Es el gesto. Es tomar algo que construimos juntos y usarlo para impresionar a alguien más. Es la falta de respeto. ¿Entiendes eso?"
Ella suspiró, una mezcla de frustración e impaciencia.
"Sí, sí, lo entiendo," dijo, aunque su tono sugería lo contrario. "Ya te pedí perdón. Te prometí que no volvería a pasar y lo estoy cumpliendo. Mantendré mi distancia. ¿Podemos, por favor, dejar el tema?"
Asentí, no porque estuviera satisfecho, sino porque discutir era inútil. Parecía que hablábamos idiomas diferentes. Ella veía transacciones y yo veía traiciones.
La tregua era frágil, y se rompió en la fiesta anual de la empresa.
Era un evento de gala en un hotel de lujo. Sofía era la anfitriona perfecta, moviéndose entre los invitados con una sonrisa radiante. Yo estaba a su lado, el silencioso consorte, el panadero que tuvo la suerte de casarse con una magnate. Odiaba esos eventos, pero iba por ella.
Estaba sirviéndome una copa cuando Luis se me acercó. Llevaba un traje impecable y esa sonrisa arrogante que empezaba a detestar.
"Buenas noches, Ricardo," dijo, con un tono demasiado familiar.
No respondí. Solo lo miré.
Él pareció disfrutar mi silencio. Levantó su mano, supuestamente para ajustar su corbata, pero el gesto era deliberado. En su muñeca ya no estaba el reloj de oro. En su lugar, había uno nuevo. Un reloj deportivo, de platino, un modelo de edición limitada que yo sabía que costaba el doble que el anterior.
No era solo el reloj. Era la forma en que lo exhibía.
"Sofía es increíblemente generosa, ¿no crees?" dijo, su voz un susurro venenoso. "Dice que este modelo se adapta mejor a mi 'estilo de vida dinámico' . Sabe exactamente lo que me gusta."
Mi sangre se heló. Miré a través del salón y vi a Sofía. Nos estaba observando. Cuando nuestras miradas se encontraron, ella apartó la vista rápidamente, una clara señal de culpabilidad.
No le di a Luis la satisfacción de una reacción. Me mantuve completamente quieto, mi rostro una máscara de indiferencia. Pero por dentro, el último hilo de esperanza que me quedaba se rompió. La rabia era una brasa ardiente en mi pecho, pero la decepción era un frío que la apagaba. Ya no sentía dolor. Solo un vacío inmenso, una distancia insalvable. Ella no solo había roto su promesa; se había burlado de ella.
Me di la vuelta y me alejé de Luis sin decir una palabra. Mientras caminaba hacia la terraza, escuché los murmullos de algunos empleados.
"¿Viste el nuevo reloj de Luis?"
"Claro. Sofía no escatima con su protegido. Qué suerte tienen algunos."
"Pobre Ricardo. Debe ser horrible ver cómo tu esposa le compra regalos así a otro hombre."
Sus palabras eran cuchillos que confirmaban lo que yo ya sabía. No era mi imaginación. No eran mis celos. Era real. Todos lo veían. La humillación ya no era privada, era un espectáculo público.
Apoyé las manos en la barandilla de la terraza y miré las luces de la ciudad. El aire frío de la noche no era nada comparado con el hielo que se había instalado en mi corazón. Se acabó. No más advertencias. No más segundas oportunidades. Sofía había tomado su decisión. Ahora me tocaba a mí tomar la mía.