El silencio se hizo denso. Todos los ojos estaban puestos en mí, Josefina López, la novia. A mi derecha estaba Mateo, "El Halcón", su mandíbula tensa, una sonrisa de triunfo apenas contenida en sus labios. A mi izquierda, Emilio, "El Sombra", sus ojos oscuros fijos en mí, una mirada posesiva que me helaba la sangre. Se suponía que debía elegir a uno de ellos. Hoy. Ahora.
En mi primera vida, elegí a Mateo. El recuerdo de la tierra llenando mi boca, de mis gritos ahogados mientras Emilio, a quien creía muerto, me enterraba viva, todavía me despertaba por las noches.
En mi segunda vida, elegí a Emilio. El sol abrasador, el cielo lleno de círculos negros que descendían, el sonido de los picos y las alas de los buitres que Mateo había enviado. Ese recuerdo era aún más vívido.
Esta era mi tercera oportunidad. No habría una cuarta.
Respiré hondo, ignorando el sudor frío que me recorría la espalda. Mi mano no fue hacia Mateo, ni hacia Emilio. Fue a mi bolso de novia, un pequeño objeto de satén blanco. Saqué un documento doblado.
El murmullo se extendió por la sala como un incendio.
Desdoblé el papel con manos firmes. No era una carta de amor, ni una confesión. Era un documento legal, un contrato de compromiso matrimonial.
Levanté la barbilla y miré no a los dos hombres a mi lado, sino a la congregación de sicarios y traficantes que componían nuestra extraña familia.
"Me opongo."
Mi voz sonó clara y fuerte, cortando el aire viciado.
Mateo se giró hacia mí, su sonrisa de triunfo se desvaneció, reemplazada por una confusión furiosa. "¿Qué diablos estás haciendo, Fina?"
Emilio frunció el ceño. "¿Es otro de tus juegos?"
Ignoré a ambos. "Este matrimonio no puede continuar," declaré, "porque ya estoy comprometida."
El silencio se rompió en un caos de susurros y miradas incrédulas.
Emilio, a quien yo creía muerto y enterrado después de mi segunda vida, dio un paso al frente. Su presencia era un fantasma que se negaba a desaparecer. "¿Comprometida? ¿Con quién? No hay otro hombre aquí con el poder para reclamarte."
Su voz era suave, casi seductora, pero yo conocía el veneno que se escondía debajo.
Fue Mateo quien estalló en una risa amarga y cruel. "No seas ingenua, Fina. ¿De verdad creíste que esto era una boda real?"
Señaló a su alrededor, a las flores, al sacerdote comprado, a los invitados armados.
"Todo esto," dijo, su voz goteando desprecio, "fue una prueba. Emilio y yo queríamos ver a quién elegirías finalmente. Queríamos saber a quién amaba realmente Sofía."
Sofía.
Ese nombre de nuevo. La niña secuestrada, la heredera perdida, la mujer con la que me habían confundido desde el principio. La mujer por la que me habían matado dos veces.
Sentí una oleada de rabia tan pura y fría que me aclaró la mente. Ya no era una víctima. Ya no era un peón.
"Mi nombre es Josefina," dije, mi voz cortante. "No Sofía. Y están en lo cierto, no voy a elegir a ninguno de los dos." Mis ojos se clavaron en los suyos, uno por uno. "Mi prometido es un hombre al que ambos temen. Un hombre cuyo nombre no se atreven a pronunciar en voz alta."
Hice una pausa, dejando que mis palabras se asentaran. "Estoy comprometida con El León."
El nombre del capo más poderoso del país cayó como una bomba en la capilla. El silencio fue absoluto, tan profundo que podía oír el zumbido de una mosca.
Mateo fue el primero en reaccionar. Su rostro se contorsionó en una máscara de incredulidad y furia. Se abalanzó sobre mí y me arrancó el documento de las manos.
"¡Mentirosa!" gritó, rasgando el papel en mil pedazos que revolotearon hasta el suelo como confeti sucio. "¡El León ni siquiera sabe que existes! ¡Eres mía! ¡Siempre has sido mía!"
Emilio me agarró del brazo, sus dedos clavándose en mi piel como garras. Su calma se había roto, revelando la obsesión maníaca que había debajo.
"No, Mateo. Ella es mía," siseó. "Y si no puede elegir, entonces no elegirá a nadie." Su rostro se acercó al mío, su aliento fétido. "Te lo advertí, Fina. La tercera vez es la vencida."
"No soy Fina," le espeté, tratando de liberarme. "Y no soy Sofía. Soy Josefina López, y soy la futura esposa de su patrón."
Emilio se rió, un sonido feo y roto. "Sigues sin entender, ¿verdad? ¡No eres nadie! Eres solo una impostora, una copia barata de la verdadera Sofía." Gritó a la multitud: "¡Esta mujer nos ha engañado a todos! ¡No es la heredera que buscábamos!"
Su agarre se apretó, torciendo mi brazo en un ángulo doloroso. El dolor subió por mi hombro, agudo e insoportable. Grité, un sonido ahogado de agonía y frustración.
En ese preciso instante, el pesado portón de la capilla se abrió de golpe con un estruendo metálico.
Un hombre alto y delgado, vestido completamente de negro, se encontraba en el umbral. Su rostro era impasible, sus ojos fríos como el acero. Lo conocía. Era El Buitre, el sicario más leal de El León.
Y en su mano, sostenía una pistola con silenciador, apuntando directamente al centro de la habitación.