Era una manipulación burda, pero efectiva para una mente nublada por la inseguridad.
¿Cómo pude ser tan ciega?
La respuesta era simple: confiaba en ella.
Era mi mejor amiga, mi hermana del alma.
Nunca se me ocurrió que pudiera albergar tanta maldad y envidia.
Javier volvió con dos tazas de café y se sentó a mi lado.
"Ahora sí," dijo, mirándome con seriedad. "Cuéntamelo todo."
Y lo hice.
Le conté sobre la llamada de Daniela en mi vida pasada, sobre el video, sobre cómo rompí con él sin darle una explicación, sobre su obsesión y, finalmente, sobre cómo me había matado.
Omití la parte de la reencarnación, sabía que sería demasiado increíble, incluso para él.
En lugar de eso, lo planteé como una premonición, un sueño terriblemente vívido que me había mostrado un futuro posible, un futuro que me aterrorizó tanto que me impulsó a actuar de esta manera tan drástica.
Javier escuchó en silencio, su expresión pasando de la incredulidad al horror y luego a una furia contenida.
Cuando terminé, se quedó callado por un largo rato, procesando la locura de mi historia.
"Así que... te casaste conmigo para protegernos de ella," dijo finalmente, no como una pregunta, sino como una afirmación.
Asentí.
"Era la única forma de blindar nuestra relación desde el principio, de no dejarle ninguna grieta por la que pudiera meterse. Sé que es una locura, Javier, pero..."
Me interrumpió, tomando mi rostro entre sus manos.
"No es una locura, Sofía. Es lo más valiente que alguien ha hecho por mí. Por nosotros. Siento mucho no haberme dado cuenta de cómo era ella, por no haberte protegido antes."
"No fue tu culpa," le aseguré. "Era una experta en manipularme."
En ese momento, mi celular volvió a sonar.
Era mi madre.
El corazón me dio un vuelco.
Era hora de dar la siguiente explicación.
Respondí, poniendo la llamada en altavoz.
"¡Sofía! ¿Hija, qué es esa publicación? ¡Tu padre y yo casi nos infartamos! ¿Te casaste?"
La voz de mi madre era una mezcla de shock y emoción.
"Hola, mamá. Sí, nos casamos."
"¿Pero cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué no nos dijeron nada?"
Javier tomó la palabra.
"Señora, fue mi idea. Bueno, más o menos. La verdad es que estamos muy enamorados y no quisimos esperar más. Prometemos que habrá una gran fiesta para celebrarlo con todos ustedes."
Mis padres conocían a Javier y lo adoraban.
Confiaban en él y, sobre todo, confiaban en mi juicio.
Después de la sorpresa inicial y unas cuantas preguntas más, la emoción ganó la batalla.
"Bueno, pues... ¡muchas felicidades, hijos! ¡Qué noticia tan maravillosa! Tenemos que celebrar. ¿Qué les parece una cena familiar este fin de semana? Invitaremos a los padres de Javier también."
"Nos parece perfecto, mamá," respondí, sintiendo una ola de calor y gratitud por tener unos padres tan comprensivos.
Colgamos el teléfono y Javier y yo nos miramos con una sonrisa.
Por un momento, todo se sintió normal, feliz.
Pero la paz duró poco.
Un par de horas después, mientras decidíamos qué pedir para cenar, el timbre del intercomunicador sonó de forma insistente, casi agresiva.
Javier se acercó a la pantalla.
Su rostro se endureció.
"Es ella."
Miré la pantalla y ahí estaba Daniela, su cara deformada por la rabia, gritándole al guardia de seguridad en la entrada del edificio.
"¡Díganle a Sofía que baje! ¡Sé que está ahí! ¡Esa ladrona!"
El guardia intentaba calmarla, pero ella estaba fuera de control.
Me levanté y caminé hacia la puerta.
"¿Qué vas a hacer?" preguntó Javier, preocupado.
"Voy a bajar," dije con calma. "Es hora de que esta farsa se termine en público."
"Voy contigo."
"No," lo detuve. "Quiero que te quedes aquí. Graba todo desde la ventana con tu celular. Necesitamos pruebas de su acoso."
Javier dudó, pero asintió, entendiendo la lógica de mi plan.
Bajé por el ascensor, sintiendo cómo la adrenalina recorría mis venas.
Ya no era la Sofía asustada.
Era una mujer que luchaba por su vida, por su felicidad.
Cuando salí a la entrada del edificio, Daniela se abalanzó sobre mí.
"¡Aquí estás, maldita zorra!" gritó, intentando agarrarme del brazo.
Me aparté bruscamente, justo cuando un par de vecinos salían del edificio y se detenían a mirar la escena.
Perfecto.
"¡Daniela, por favor, cálmate!" le dije en voz alta, asegurándome de que todos escucharan. "No sé qué te pasa, ¿por qué vienes a mi casa a agredirme?"
"¿Tu casa?" se rio con desprecio. "¡Deberías estar en la calle! ¡Le robaste el novio a tu mejor amiga!"
Su acusación resonó en el lobby.
Los vecinos murmuraban entre ellos.
"¡Daniela, Javier es mi esposo!" grité, mi voz sonando herida y ofendida. "¡Deja de acosarnos! ¡Estás obsesionada! ¡Alguien llame a la policía, por favor! ¡Esta mujer me está amenazando!"
Mi grito de auxilio cambió la dinámica de la situación.
Ahora, yo era la víctima a los ojos de los demás, y Daniela era la loca agresiva.
Su rostro se contorsionó de furia al ver que estaba perdiendo el control de la narrativa.
Se lanzó hacia mí de nuevo, esta vez con las uñas listas para arañar.
Y yo estaba lista para responder.