La Sombra de la Envidia
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Capítulo 2

Javier se movió entre sueños y murmuró mi nombre, su brazo se extendió y me rodeó la cintura, atrayéndome hacia él.

Su calor corporal era real, su respiración tranquila en mi nuca era real, todo era tan real que las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas sin que pudiera detenerlas.

Lágrimas de alivio, de gratitud, y de una tristeza profunda por la vida que nos habían robado.

Me acurruqué contra su pecho, aspirando su aroma, grabando cada detalle de ese momento en mi memoria.

En mi vida pasada, después de romper con él, nunca más volví a sentir su abrazo.

Javier abrió los ojos lentamente, confundido por mi llanto silencioso.

"¿Sofi? ¿Qué pasa, mi amor? ¿Tuviste una pesadilla?"

Su voz era suave, llena de preocupación.

Lo miré a los ojos, esos ojos color miel que me habían cautivado desde el primer día, y vi el amor puro que sentía por mí.

¿Cómo pude haber dudado de él? ¿Cómo pude haber creído en las mentiras de Daniela?

La culpa me carcomió por un instante, pero la sacudí de inmediato.

No había tiempo para culpas, solo para la acción.

Me sequé las lágrimas con el dorso de la mano y lo miré con una seriedad que lo desconcertó.

"Javier."

Mi voz sonó firme, decidida.

"Cásate conmigo."

Javier parpadeó varias veces, como si no hubiera entendido mis palabras. Una sonrisa lenta se dibujó en su rostro.

"Mi amor, apenas ayer te pedí que fueras mi novia oficialmente. ¿No crees que vamos un poco rápido?"

Se rio suavemente, pensando que era una broma.

Pero yo no estaba bromeando.

Me senté en la cama, sin soltar su mano.

"No estoy bromeando, Javier. Quiero casarme contigo. Hoy mismo."

Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión de total confusión. Se sentó a mi lado, buscando mis ojos, tratando de entender qué estaba pasando.

"Sofía, ¿estás bien? ¿Pasó algo? Sabes que puedes contarme lo que sea."

Tomé su rostro entre mis manos.

"Estoy perfectamente bien. De hecho, nunca he estado más segura de algo en mi vida. Te amo, Javier, y no quiero pasar un día más sin ser tu esposa. Por favor, confía en mí."

Él me miró fijamente, buscando cualquier señal de duda en mi rostro, pero solo encontró una determinación inquebrantable.

Sabía que lo que le estaba pidiendo era una locura, algo impulsivo y sin sentido aparente, pero la urgencia en mi interior era abrumadora.

Cada minuto que pasaba era un minuto en el que Daniela podía volver a actuar.

Javier, a pesar de ser el dueño de un importante grupo empresarial y un hombre acostumbrado a la lógica y los planes, también era un hombre profundamente enamorado.

Vio la sinceridad en mis ojos, la desesperación contenida en mi voz.

Después de un largo silencio que me pareció una eternidad, asintió lentamente.

"Está bien, Sofi. Si eso es lo que quieres, lo haremos."

Un suspiro de alivio escapó de mis labios.

"Vístete," le dije, saltando de la cama. "Vamos al registro civil. Ahora."

Treinta minutos después, estábamos saliendo de casa. Javier todavía parecía estar en un sueño, manejando su coche mientras yo buscaba en mi celular los requisitos para un matrimonio civil de emergencia.

Llegamos al registro civil y, para nuestra suerte, no había mucha gente.

El proceso fue un torbellino de papeles, firmas y preguntas de una jueza que nos miraba con una ceja levantada, claramente sorprendida por nuestra prisa.

Javier respondió a todo con calma, apoyándome en cada paso. Aunque no entendía mi urgencia, confiaba en mí, y eso era todo lo que importaba.

Cuando la jueza finalmente pronunció las palabras, "Los declaro marido y mujer" , sentí que un peso enorme se levantaba de mis hombros.

Le entregué mi celular a un amable desconocido y le pedí que nos tomara una foto, justo ahí, en la entrada del registro civil, con nuestros certificados de matrimonio en la mano.

Javier me abrazó por la cintura, todavía un poco aturdido pero con una sonrisa genuina en el rostro.

"Señora de Herrera," susurró en mi oído, y yo me reí, una risa genuina y feliz por primera vez en lo que pareció una eternidad.

En el coche de vuelta a casa, con el certificado de matrimonio guardado a salvo en mi bolso como si fuera el tesoro más grande del mundo, subí la foto a mis redes sociales.

No la foto del día anterior, sino la nueva.

Yo, Sofía, y mi ahora esposo, Javier Herrera.

La leyenda era simple: "Recién casados. El inicio de nuestro para siempre."

Los "me gusta" y los comentarios comenzaron a llegar en una avalancha.

Amigos, familiares, conocidos, todos expresando su sorpresa y su felicidad.

Sabía que estaba creando un caos, que tendría que dar muchas explicaciones, pero no me importaba.

Había asegurado mi futuro, había blindado mi relación.

Y entonces, mi celular sonó.

En la pantalla, un nombre que me heló la sangre, a pesar de que lo estaba esperando.

Daniela.

Javier vio el nombre y frunció el ceño.

"¿No vas a contestar?"

Tomé una respiración profunda, la furia y la determinación ardiendo en mi pecho.

Miré a Javier y le sonreí, una sonrisa fría y calculadora que nunca antes me había visto.

"Claro que voy a contestar."

Deslicé el dedo por la pantalla y puse la llamada en altavoz.

Esta vez, el juego sería bajo mis reglas.

            
            

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