Ricardo regresó al estudio un par de horas después, con una sonrisa ensayada y una bolsa de una boutique de lujo en la mano. Encontró a Sofía empacando sus efectos personales en una caja.
"Mi amor, ¿qué haces?" , preguntó, confundido.
"Limpieza" , respondió ella sin mirarlo.
Él dejó la bolsa sobre la mesa. "Te traje un regalo. Para que veas que solo pienso en ti" . Sacó un collar de diamantes deslumbrante. "¿Ves? Conmigo no te faltará nada. Cuando nos casemos, no tendrás ni que trabajar. Yo te puedo mantener, y muy bien" .
La condescendencia en sus palabras fue la gota que derramó el vaso. Sofía se detuvo y lo enfrentó, con los ojos ardiendo de una furia helada.
"No necesito que me mantengas, Ricardo. Nunca lo he necesitado" , dijo, su voz cortante. "Y no soy un objeto que puedas comprar con joyas" .
Ricardo pareció desconcertado por su tono. "Oye, tranquila. Solo quería tener un detalle contigo. Sé que has estado estresada. ¿Qué te parece si este fin de semana nos vamos a la playa? Solo tú y yo. Para reconectar" .
Era tan predecible. El ciclo de la culpa y la compensación. Sofía sintió lástima por la versión de sí misma que se habría creído esas palabras.
"Buena idea" , dijo ella, para su sorpresa. "De hecho, necesito hacer una limpieza a fondo en el departamento. Hay muchas cosas viejas que necesito tirar" .
Se refería a cada regalo, cada foto, cada recuerdo de él. Quería borrar su existencia de su vida.
Ricardo, ajeno a la verdadera intención, sonrió aliviado. "¡Perfecto! Yo te ayudo. Verás que después de eso, todo volverá a la normalidad" .
Pero mientras la ayudaba a mover cajas esa tarde en el departamento que compartían, no pudo evitar sentir una creciente inquietud. Sofía se movía con una determinación silenciosa, sus gestos eran precisos, impersonales. No había rastro de la calidez que solía tener. Era como si estuviera interactuando con una extraña.
"Sofía, ¿estás segura de que todo está bien?" , preguntó él, tratando de abrazarla por la espalda.
Ella se apartó sutilmente. "Sí. Solo estoy cansada" .
"Te amo" , dijo él, casi como una pregunta, buscando una afirmación que no llegó.
"Yo también" , mintió ella, y la palabra se sintió como veneno en su lengua. Sabía que era la última vez que la diría.
Más tarde esa semana, Ricardo la convenció de ir a una cena con sus amigos. Era la misma multitud de la fiesta. Sofía aceptó, sabiendo que sería la última vez que tendría que soportarlos. Quería ver la obra completa antes de que cayera el telón.
Llegaron al restaurante y, como era de esperar, Elena Vargas ya estaba allí. Se levantó para saludar a Ricardo con dos besos en las mejillas, ignorando por completo a Sofía.
Ricardo, visiblemente nervioso, hizo las presentaciones. "Elena, ella es Sofía, mi... mi amiga" .
La palabra "amiga" resonó en el aire, cargada de humillación. A su prometida la había presentado como una amiga. Elena sonrió, una sonrisa de victoria.
"Ah, sí. La ingeniera. Ricardo me ha hablado de ti" , dijo Elena, su tono lleno de un falso dulzor que no ocultaba su desprecio. "Qué bueno que pudiste venir. Usualmente no te dejas ver en lugares como este" .
Los amigos de Ricardo rieron. Javier, el que la había molestado en la oficina, añadió: "Dale un respiro, Elena. Probablemente es la primera vez que come en un lugar con manteles de tela" .
Sofía los miró a todos, uno por uno. Vio sus caras burlonas, su arrogancia, la forma en que Ricardo bajaba la mirada, cómplice en su silencio. No sintió dolor, ni rabia. Solo una profunda y helada certeza. Estaba haciendo lo correcto. Estaba escapando de una jaula de oro falso, rodeada de víboras. Y pronto, muy pronto, les demostraría a todos de qué estaba hecha realmente la "chica de pueblo" .