Itzcóatl interpretó mi silencio como debilidad, como la vergüenza de una farsante descubierta.
Su sonrisa se ensanchó, llena de un triunfo mezquino.
"¿Qué pasa, Xochitl? ¿Se te acabaron las mentiras?" , se burló, inclinándose un poco, como si hablara con una niña. "No te preocupes, no soy tan cruel, te permitiré vivir tu vida en la oscuridad, mientras yo guío al imperio hacia una nueva era de gloria con una verdadera emperatriz a mi lado" .
Justo en ese momento, la Sacerdotisa Madre entró en el jardín, su paso lento pero firme, su rostro una máscara de autoridad solemne.
Cuauhtémoc caminaba a su lado, alto y formidable con su atuendo de guerrero.
La sonrisa de Itzcóatl vaciló al verlos.
"Sacerdotisa Madre, ¿qué significa esto? Este es un asunto entre Xochitl y yo" .
La anciana se detuvo a mi lado, colocando una mano protectora en mi hombro.
"Ya no, mi Emperador" , dijo, su voz resonando con una fuerza inesperada. "Has repudiado a Xochitl, la has liberado de cualquier vínculo contigo según las antiguas leyes, las mismas leyes que desprecias pero que aún nos gobiernan" .
Itzcóatl frunció el ceño, una sombra de confusión y molestia en su rostro.
"¿Y eso qué importa?" .
"Importa" , intervino Cuauhtémoc, su voz grave y profunda como el trueno. "Porque yo, Cuauhtémoc, líder de los guerreros águila, he solicitado la mano de la dama Xochitl en matrimonio, y ella ha aceptado" .
El silencio que siguió fue pesado, cargado de electricidad.
La expresión de Itzcóatl pasó de la arrogancia a la incredulidad, y luego a una furia oscura y posesiva.
Era como si un niño viera a otro jugar con un juguete que él mismo había tirado a la basura.
"¿Qué?" , siseó, su mirada clavándose en mí. "¿Tú? ¿Casarte con él?" .
Por primera vez desde mi renacimiento, hablé directamente contra él, no con sumisión, sino con una fuerza tranquila.
"El Emperador me declaró libre de cualquier lazo" , dije, mi voz clara y firme. "El señor Cuauhtémoc me ha ofrecido su nombre y su protección, y yo he aceptado" .
"¡No puedes!" , rugió Itzcóatl, dando un paso adelante. "¡Tú me perteneces! ¡Incluso repudiada, sigues siendo mía!" .
La hipocresía era tan descarada que resultaba casi cómica.
"¿Te pertenece?" , replicó Cuauhtémoc, interponiéndose entre nosotros, un muro de músculo y honor. "La arrojaste a una fosa con serpientes, la humillaste ante toda la corte, la llamaste farsa, ¿y ahora reclamas posesión sobre ella?" .
Itzcóatl lo ignoró, sus ojos furiosos fijos en mí.
Se dio cuenta de que la confrontación directa con Cuauhtémoc era peligrosa, así que recurrió a lo que mejor conocía: la manipulación y la intimidación.
"Xochitl, piénsalo bien" , dijo, su tono cambiando a uno falsamente razonable. "Este hombre solo te usa para sus ambiciones políticas, ¿crees que le importas? Solo quiere tu linaje para desafiarme" .
Se acercó de nuevo, su voz bajando a un susurro conspirador.
"Vuelve a mí, no como emperatriz, claro, ese lugar es para Citlali, pero puedo darte un lugar en el palacio, serás una concubina, tendrás lujos, protección... mi protección" .
La oferta era tan insultante, tan degradante, que una oleada de náuseas me subió por la garganta.
Después de todo lo que había hecho, después de la humillación, la tortura, la traición, ¿creía que podía comprarme con la promesa de ser la amante secundaria de la mujer que había orquestado mi caída?
Su arrogancia no tenía límites.
Realmente creía que yo, que cualquier mujer, debería sentirse agradecida por una migaja de su atención imperial.
Ese fue el momento.
El momento en que el último vestigio de la antigua Xochitl, la que alguna vez pudo haber sentido algo por el hombre que estaba destinado a ser su esposo, murió para siempre.
En su lugar, solo quedó una aversión tan profunda y absoluta que era casi una fuerza física.
Lo miré, y por primera vez, dejé que viera un destello de lo que realmente había en mi interior.
No era odio, era algo mucho más frío, más despectivo.
Era el desprecio que se siente por un insecto.
"Su oferta es... generosa, mi Emperador" , dije, mi voz goteando un sarcasmo tan sutil que solo alguien que me conociera bien podría detectarlo. "Pero la rechazo" .
Me volví hacia Cuauhtémoc y puse mi mano en su brazo, un gesto claro de alianza y elección.
"Mi lugar está con mi futuro esposo" .
La furia en el rostro de Itzcóatl era algo digno de contemplar.
Era la rabia impotente de un tirano al que se le niega algo por primera vez en su vida.
Se dio la vuelta abruptamente, su capa de plumas girando a su alrededor.
"Te arrepentirás de esto, Xochitl" , gruñó por encima del hombro. "Ambos se arrepentirán" .
Y se marchó, dejando tras de sí una estela de amenaza y orgullo herido.
Lo observé irse, y en mi interior, hice un juramento final.
No solo vería su caída.
No solo disfrutaría de su sufrimiento.
Me aseguraría de que, antes del final, él supiera que cada gramo de su miseria, cada cosecha fallida, cada niño hambriento, cada plaga que azotara su preciado imperio, era consecuencia directa de su ceguera y su crueldad.
Sabría que la "farsa" que había despreciado era la única cosa que lo mantenía a flote.
Y que al repudiarme, no solo me había sentenciado a mí, sino que había firmado la sentencia de muerte de todo lo que amaba.
El juego había cambiado.
Ya no se trataba solo de sobrevivir, se trataba de ganar.
Y yo iba a ganar.