Hubo una pausa, un silencio cargado de malas noticias.
"Su hijo tuvo un accidente grave. Necesitamos que venga de inmediato."
El mundo de Ricardo se encogió hasta convertirse en un túnel oscuro con una sola luz al final: el hospital. Dejó caer el teléfono, las manos le temblaban sin control. Miguel. Su Miguel. Su niño brillante, el que iba a sacarlos de la pobreza, el que tenía un futuro tan grande por delante.
Necesitaba a Sofía. Necesitaba a su esposa.
Marcó su número, una, dos, tres veces. El tono de llamada sonaba y sonaba, un eco vacío en su casa silenciosa.
Nada.
Volvió a llamar, la desesperación creciendo en su pecho como una marea helada.
"Contesta, Sofía, por favor, contesta."
La llamada se fue al buzón de voz. Una vez más. Sintió una punzada de ira mezclada con el pánico. ¿Dónde diablos estaba? Siempre que la necesitaba, nunca estaba. Siempre había una excusa, una razón por la que el dinero no alcanzaba, por la que ella no estaba presente.
Mientras tanto, en el restaurante más caro de la ciudad, Sofía levantaba su copa de vino.
"¡Por Santiago! ¡Por su ingreso a la universidad más prestigiosa del país!"
Mateo, su amigo de la infancia, sonreía con suficiencia, con el brazo rodeando a su hijo, Santiago. La mesa estaba llena de platillos que Ricardo solo había visto en revistas, langosta, cortes finos, postres con nombres franceses. La risa de Sofía era brillante y genuina, la de una mujer sin preocupaciones en el mundo.
"No sé cómo agradecerte, Sofía. Sin ti, esto no sería posible" , dijo Mateo, su voz llena de una gratitud aceitosa.
"Para eso estamos los amigos, Mateo. Para pagar las deudas del corazón" , respondió ella, mirando a Santiago con un orgullo que nunca le había dedicado a su propio hijo.
Su teléfono vibró en su bolso de diseñador, pero lo ignoró. Era Ricardo. Seguro llamaba para quejarse del dinero o de su cansancio. No iba a dejar que su negatividad arruinara este momento, el momento de Santiago, el momento que ella había construido con el dinero y el sudor de su familia.
Después de varios intentos, finalmente vio la larga lista de llamadas perdidas de Ricardo y, con un suspiro de fastidio, contestó.
"¿Qué quieres, Ricardo? Estoy ocupada."
La voz de Ricardo al otro lado era un susurro roto, apenas audible.
"Sofía... es Miguel. Tuvo un accidente. Estoy yendo al hospital."
Hubo un silencio. Sofía miró a Mateo, su sonrisa se desvaneció un poco.
"¿Un accidente? ¿Qué tan grave?" , preguntó, su tono más molesto que preocupado.
"No lo sé, solo me dijeron que fuera de inmediato. Por favor, ven."
"Está bien, está bien. Termino aquí y voy para allá" , dijo ella, como si estuviera hablando de un compromiso menor que se había interpuesto en su agenda.
Colgó antes de que Ricardo pudiera decir algo más.
Ricardo se quedó mirando el teléfono en su mano. "Termino aquí y voy para allá" . La frialdad de sus palabras lo golpeó más fuerte que cualquier otra cosa. Su hijo, su único hijo, estaba en un hospital, y ella tenía que "terminar" algo.
En ese instante, algo dentro de Ricardo se rompió para siempre. El amor, la paciencia, la esperanza que había albergado durante años, todo se hizo cenizas.
Estaba solo. Él y Miguel siempre habían estado solos.