Un Príncipe y Su Guardiana Rota
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Capítulo 4

Ximena dejó de buscar misiones peligrosas.

Dejó de ponerse en el camino de espadas y flechas.

En cambio, encontró una forma más silenciosa y sutil de tentar a la muerte.

Empezó a descuidarse.

"Olvidaba" comer durante días.

"No se daba cuenta" de que una vieja herida se había infectado.

Caminaba por las almenas más altas del castillo, demasiado cerca del borde, con la mirada perdida en la distancia.

No era un intento de suicidio directo, era una invitación al destino, una forma de dejarse ir lentamente, de desaparecer.

Y yo no se lo iba a permitir.

Si ella quería jugar a coquetear con la muerte, entonces yo jugaría también.

Y yo era mucho mejor en eso de parecer un inútil.

La primera vez fue en el lago.

Ella estaba sentada en la orilla, mirando el agua, con esa expresión vacía que se había vuelto tan común en su rostro.

Yo estaba "jugando" cerca, persiguiendo una rana.

"Casualmente", tropecé con una raíz y caí de cabeza al agua.

No sé nadar, por supuesto.

El agua fría me golpeó, entré en pánico, tragué agua.

Por un segundo, pensé que había calculado mal, que realmente me ahogaría.

Entonces, sentí un brazo de acero rodear mi pecho y sacarme del agua.

Ximena me arrojó a la orilla como a un saco de papas mojado.

Tosí, escupiendo agua y bilis.

Ella estaba de pie sobre mí, empapada, temblando de furia.

"¿Eres idiota?", me gritó.

"La... la rana...", balbuceé, tratando de parecer convincente.

Me dio una mirada que podría haber congelado el mismo infierno y se fue sin decir una palabra más.

Pero esa noche, me trajo una sopa caliente a mi habitación.

Y se quedó hasta que me la terminé toda.

El juego había comenzado.

Unos días después, "accidentalmente" comí unas bayas venenosas del jardín.

No eran mortales, lo había investigado en mis libros, pero sí causaban unos cólicos terribles y vómitos espectaculares.

Cuando Ximena me encontró retorciéndome en el suelo, pálido y sudoroso, su cara perdió todo el color.

Me cargó en brazos y corrió a la enfermería del palacio.

El médico le aseguró que sobreviviría, pero que necesitaba cuidados y reposo.

Ximena no se apartó de mi lado durante dos días.

Me limpiaba la frente con paños fríos, me obligaba a beber agua y me miraba con una mezcla de exasperación y una preocupación que intentaba ocultar desesperadamente.

"Tienes la habilidad de encontrar todos los problemas posibles, ¿verdad, niño?", me dijo mientras dormitaba.

Sabía que estaba funcionando.

La estaba obligando a concentrarse en mí, a cuidarme, a tener un propósito más allá de su propio dolor.

Me "perdí" en el bosque durante una cacería.

Me "caí" de un caballo.

"Accidentalmente" provoqué un pequeño incendio en la armería al jugar con aceite y una antorcha.

Cada vez, Ximena estaba allí.

Cada vez, me sacaba del lío, furiosa, exasperada, pero allí.

Viva.

Una noche, después de mi "incidente" con el caballo, la encontré en el balcón de mi habitación.

No estaba entrenando.

Estaba sentada en el suelo de piedra, abrazando sus rodillas, mirando la luna.

Su rostro se veía tan cansado, tan frágil bajo la luz plateada.

Me senté a su lado en silencio.

No dije nada sobre caballos, ni bayas, ni lagos.

Solo me senté con ella.

Después de un largo rato, ella habló, su voz apenas un susurro.

"Sé lo que estás haciendo."

Mi corazón dio un vuelco.

"¿Ah, sí?", pregunté, tratando de sonar inocente.

"Crees que soy estúpida," continuó, sin mirarme. "Crees que no me doy cuenta de que tus 'accidentes' son tan planeados como una estrategia de batalla."

Me quedé en silencio.

Ella giró la cabeza y me miró.

Había una sombra de sonrisa en sus labios, la primera que veía en semanas.

"Eres un mocoso manipulador y problemático."

"Aprendí del mejor," le respondí.

Ella soltó un pequeño bufido, un sonido que era casi una risa.

"Sigue así, niño," dijo, volviendo su vista a la luna. "Sigue dándome trabajo."

No fue una amenaza.

Fue un permiso.

Una admisión de que necesitaba que yo la necesitara.

Y en el reflejo de sus ojos oscuros, vi que la mirada vacía había sido reemplazada por algo más.

Un cansancio profundo, sí, pero también un destello de afecto.

Un destello de vida.

                         

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