Perdón Negado, Destino Cruel
img img Perdón Negado, Destino Cruel img Capítulo 4
5
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 4

Doña Elena encontró a Armando en la capilla de la hacienda, sentado en una banca frente al pequeño ataúd blanco de Dulce.

La anciana se arrodilló a su lado, un gesto inusual en una mujer tan orgullosa, sus manos, arrugadas por el tiempo, tomaron las de él.

"No te vayas, Armando", le suplicó, su voz era un susurro cargado de desesperación, "No nos dejes, esta familia está maldita, lo sé, pero tú... tú eres lo único bueno que nos ha pasado en décadas, si te vas, estaremos perdidos para siempre".

Armando miró el rostro de la anciana, vio en él el reflejo de una promesa lejana.

Recordó el día en que se casó con Sofía, siete años atrás, Doña Elena lo había llevado aparte.

"Mi nieta es... difícil", le había dicho, "Nuestra familia carga con una sombra, una ambición que consume todo lo que toca, te pido que la cuides, que la sanes, tu espíritu es puro, quizás tú puedas romper esta maldición".

Y Armando lo había intentado.

Durante siete años, había dedicado su vida a ello, había usado sus conocimientos, su energía, su fe, para proteger a Sofía de sí misma, para intentar purgar la oscuridad que anidaba en su corazón.

Había realizado danzas bajo la luna llena, había tocado su arpa prehispánica sagrada hasta que sus dedos sangraban, había rezado a sus ancestros pidiendo guía y piedad.

Había luchado contra la energía negativa que rodeaba a los Villarreal, una energía que se alimentaba de la codicia y la falta de escrúpulos.

Dedicó siete años de su vida, su juventud, su fuerza, su espíritu.

Y todo para qué.

Para obtener el final más miserable y ridículo que se pudiera imaginar, su recompensa fue ver a su propia hija sacrificada en el altar de la misma ambición que él había intentado combatir.

La ironía era tan cruel que casi le arrancaba una risa amarga.

Armando se levantó y se acercó al ataúd, apartó la tapa y miró el rostro sereno de su hija, parecía que dormía, un sueño del que nunca despertaría.

Se inclinó y besó su frente fría, un beso de despedida cargado de todo el amor y el dolor de un padre.

"Te amo, mi pequeña flor", susurró, "Perdóname por no haber podido protegerte".

Luego, se giró hacia Doña Elena, su decisión era inquebrantable, una roca en medio de la tormenta de su dolor.

"Lo siento, Doña Elena", dijo con una calma terrible, "Mi promesa ha terminado, mi tiempo aquí ha concluido, he enterrado a mi hija, ahora debo enterrar mi pasado con esta familia".

La miró directamente a los ojos.

"Me voy, y no volveré jamás".

                         

COPYRIGHT(©) 2022