"¡Sofi! Te estaba esperando para irnos juntas a la escuela", dijo María con su habitual energía, pero su sonrisa se desvaneció al ver la expresión de Sofía. "¿Qué pasó? Estás... pálida. ¿Y qué hacía Ricardo en tu cuarto tan temprano?".
Antes de que Sofía pudiera responder, Ricardo salió de la habitación detrás de ella, su rostro era una máscara de furia contenida. Pasó junto a ellas sin decir nada, apretando las joyas y el dinero en su puño.
María lo siguió con la mirada, confundida. "Ok, ¿qué demonios fue eso?".
"Terminamos", dijo Sofía con sencillez, mientras se dirigía a la cocina para tomar un vaso de agua.
"¿Qué? ¿Cuándo? ¿Por qué?", la bombardeó María con preguntas, siguiéndola de cerca.
"Ahora mismo. Porque me di cuenta de que merezco algo mejor", respondió Sofía, bebiendo el agua de un solo trago.
Mientras caminaban hacia la escuela, Sofía le contó a María una versión editada de la ruptura, omitiendo la parte de la reencarnación, por supuesto. Simplemente dijo que había abierto los ojos y se había dado cuenta de la manipulación de Ricardo.
María, que nunca había confiado en Ricardo, la escuchaba con una mezcla de alivio y preocupación. "Te lo dije, Sofi. Ese tipo no es bueno para ti. Siempre te ha tratado como si fueras de su propiedad".
Llegaron a la entrada de la escuela y se unieron al torrente de estudiantes. Justo cuando estaban por entrar al edificio principal, una voz chillona y desagradable las detuvo.
"¡Ricky, mi amor, espérame!".
Sofía se congeló. Conocía esa voz. Se dio la vuelta lentamente, y su corazón, a pesar de su nueva resolución, sintió una punzada de dolor.
Isabella Guzmán corría hacia Ricardo, su cabello perfectamente peinado rebotando con cada paso. Llevaba un vestido demasiado caro para un día de escuela y una sonrisa radiante.
Ricardo, al verla, transformó su rostro. La furia desapareció y fue reemplazada por una sonrisa encantadora. Abrió los brazos y la recibió con un abrazo.
Fue entonces cuando Sofía lo vio.
En el cabello perfectamente peinado de Isabella, brillando bajo el sol de la mañana, había un pequeño pasador de plata en forma de flor.
Era el pasador que Ricardo le había regalado a Sofía para su primer aniversario. Un regalo que él le había dicho que era "único, como tú". Un regalo que Sofía había atesorado por encima de todo.
En su vida anterior, recordaba haber perdido ese pasador un día y haber entrado en pánico. Había vuelto sobre sus pasos, había tirado su mochila al suelo sin importarle que sus libros se esparcieran por la acera, todo para buscar esa pequeña pieza de metal. La había encontrado, sucia pero intacta, y había llorado de alivio.
Ahora, ese mismo símbolo de su amor tonto y ciego, estaba adornando el cabello de su rival. Y a juzgar por el puño cerrado de Ricardo, era evidente que se lo acababa de dar. Le había quitado sus regalos para dárselos a otra mujer, a los pocos minutos de la ruptura.
La crueldad del acto era tan descarada, tan innecesaria, que a Sofía le costó respirar por un segundo.
María, a su lado, jadeó de incredulidad y furia.
"No puede ser", susurró María, su voz temblaba de rabia. "Ese es tu pasador. ¡Es un desgraciado!".
Sin pensarlo dos veces, María marchó directamente hacia la pareja.
"¡Ricardo Vargas!", gritó, su voz atrayendo la atención de varios estudiantes cercanos. "¿No tienes vergüenza? ¿Le quitas los regalos a Sofía para dárselos a esta?".
Ricardo e Isabella se separaron, sorprendidos por la interrupción. Ricardo miró a María con desprecio, mientras que Isabella adoptaba una expresión de inocencia ofendida.
"¿De qué estás hablando, María?", dijo Isabella, su voz era puro veneno cubierto de miel. Tocó el pasador en su cabello de forma deliberada, casi con coquetería. "Ricky me ha dado este hermoso regalo. ¿Verdad, mi amor?".
Se inclinó y le dio a Ricardo un beso rápido en los labios, una clara provocación dirigida a Sofía.
"No sé de qué hablas", dijo Ricardo, mirando a María pero dirigiendo sus palabras a Sofía, que se había acercado lentamente. "Este pasador lo compré para Isabella. Siempre fue para ella".
La mentira era tan descarada, tan cruel, que Sofía sintió que toda la tristeza se evaporaba, dejando solo una fría y dura rabia.
Isabella sonrió, una sonrisa de pura malicia. Miró a Sofía de arriba abajo con desdén.
"Ay, Sofía, querida. Deberías aprender a aceptar la realidad", dijo, jugueteando con el pasador. "Hay cosas, y personas, que simplemente no son para ti. Tienes que saber cuándo algo ya no te pertenece. Como este pasador. O como Ricardo".