La presión a mi alrededor era sofocante. El director de escena sudaba, gesticulando con las manos mientras me suplicaba.
"Sofía, por favor, recapacita. Es solo el nerviosismo del debut. Todas lo sienten. Sal ahí y brilla, es tu momento."
Pero yo me mantuve firme. La Sofía que conocían, la chica dócil y trabajadora que solo vivía para complacer a sus maestros, había muerto en un futuro que solo yo recordaba.
"No son nervios", dije con calma, quitándome las flores del cabello. "He tomado una decisión. No voy a bailar esta noche."
Mi negativa era una roca contra la que las olas de sus súplicas y amenazas se rompían en vano. Catalina se acercó, fingiendo una preocupación que me revolvió el estómago.
"Sofi, ¿qué pasa? ¿Te sientes mal? Podemos pedir un médico. No dejes que algo así arruine tu gran noche."
Su voz era miel envenenada. La miré directamente a los ojos, dejando que viera el hielo en los míos.
"Estoy perfectamente, Catalina. Simplemente no quiero bailar."
Unos días después, la academia organizó una evaluación de emergencia para decidir el futuro de mi beca. Era una prueba teórica y práctica sobre historia y técnica de la danza. En mi vida anterior, me esforcé al máximo, obteniendo una calificación casi perfecta, tratando de demostrar mi valía después del "incidente" que nunca ocurrió en esta nueva línea de tiempo. Esta vez, tenía un plan diferente.
Me senté para el examen teórico y deliberadamente contesté mal. No de una manera obvia, sino con errores sutiles. Escribí respuestas que parecían lógicas para un estudiante promedio, pero que un experto reconocería como fundamentalmente incorrectas. En la parte práctica, ejecuté los pasos con una técnica mediocre, sin la pasión y precisión que me caracterizaban. Me sentí como una traidora a mi propio cuerpo, a mi propio arte, pero era un sacrificio necesario.
Los resultados se publicaron en el tablón de anuncios. Mi nombre estaba en la parte inferior de la lista, con una calificación que apenas aprobaba. Los murmullos me siguieron por los pasillos. "No puedo creerlo, ¿qué le pasó a Sofía?", "¿Será que la presión la superó?", "Quizás nunca fue tan buena como pensábamos".
Y en la cima de la lista, con una puntuación perfecta de 100, estaba el nombre de Catalina. Un 100 perfecto. Algo que era prácticamente imposible de lograr en una evaluación que incluía componentes subjetivos de interpretación artística. El resultado era tan extraordinario que generó admiración en lugar de sospecha.
La directora de la academia, la señora Morales, una mujer estricta pero que siempre había creído en mí, me llamó a su oficina. Su rostro mostraba una profunda decepción.
"Sofía, no entiendo. Tu desempeño fue... atroz. Este no es tu nivel. Miré tus respuestas del examen y son el trabajo de una principiante. ¿Qué está pasando contigo? Catalina, en cambio, estuvo impecable. Su ensayo sobre la influencia del Jarabe Tapatío fue brillante."
Sentí un nudo en la garganta. Ver la decepción en sus ojos era casi tan doloroso como el recuerdo de mi tobillo roto. Quería gritarle la verdad, decirle que Catalina era una fraude, que algo oscuro estaba sucediendo. Pero no tenía pruebas, solo un conocimiento imposible de un futuro que no había ocurrido.
"Lo siento, señora Morales. Quizás... quizás todos me sobreestimaron."
Salí de su oficina sintiéndome más sola que nunca. El sacrificio dolía. Había manchado mi propia reputación, había decepcionado a la única figura de autoridad que me apoyaba. Pero entonces vi a Catalina en el pasillo, rodeada de un grupo de admiradores, riendo y aceptando felicitaciones. Su éxito, construido sobre una mentira que yo aún no entendía del todo, encendió una llama fría en mi interior. La tristeza se convirtió en rabia. Ya no se trataba solo de evitar mi trágico destino, se trataba de exponerla. Cueste lo que cueste, iba a arrancar esa máscara de perfección y mostrarle al mundo quién era realmente Catalina.
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