El teléfono volvió a sonar. Ricardo dio un respingo, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Sofía le hizo un gesto para que contestara y pusiera el altavoz.
La voz del secuestrador no dijo nada. En su lugar, se escuchó un sonido que desgarró el alma de Ricardo.
"¡Mami! ¡Papi! ¡Tengo miedo! ¡Ayúdenme, por favor!"
Era la voz de Miguel, ahogada por el llanto y el terror. Un sollozo desesperado, un grito de auxilio que atravesó la sala y se clavó en el corazón de Ricardo.
"¡Miguel! ¡Hijo!" , gritó Ricardo hacia el teléfono, con lágrimas corriendo por sus mejillas. "¡Estoy aquí, campeón! ¡Papá te va a sacar de ahí, te lo prometo!"
"El tiempo se acabó, Vargas" , dijo la voz metálica, interrumpiendo el llanto del niño. "Tu esposa tomó una decisión. Ahora vive con ella" .
Sofía cerró los ojos por un instante. El llanto de su hijo era real. El miedo era real. Y el dolor en su propio pecho era una brasa ardiente. Pero su rostro no cambió. Se obligó a mantenerse fría, a recordar por qué estaba haciendo esto. Era la única manera. La única manera de exponer la verdad, de proteger a Miguel a largo plazo.
"No hay nada más que hablar" , dijo Sofía, su voz sonando hueca incluso para sus propios oídos.
Luego, con un movimiento rápido y decidido, se acercó, le arrebató el teléfono a Ricardo de las manos temblorosas y colgó la llamada.
Ricardo la miró como si hubiera visto un fantasma. El color había desaparecido de su rostro. Se puso de pie, tambaleándose.
"¿Qué... qué acabas de hacer?" , balbuceó. "Era Miguel... ¡Era nuestro hijo!"
Se acercó a ella, con las manos extendidas en un gesto de súplica. Casi se arrodilló. "Sofía, por el amor de Dios, recapacita. ¡Van a matarlo! ¡Van a matar a nuestro niño por tu culpa!"
"¿Por mi culpa?" , repitió Sofía, y por primera vez, un destello de furia apareció en sus ojos. "¡No te atrevas a decir que es por mi culpa, Ricardo! ¡Tú eres el que nos puso en esta situación! ¡Tú eres el que eligió a otra mujer y a su hijo por encima del nuestro!"
Su voz subió de volumen, llenando la habitación con una ira contenida durante meses. "Cuando ese dinero salió de nuestra cuenta, tú sentenciaste a Miguel. Tú lo abandonaste. Yo solo estoy formalizando tu traición" .
Ricardo se agarró la cabeza con ambas manos, meciéndose hacia adelante y hacia atrás. "No, no, no... Yo no quería esto. Yo los amo a los dos... a Miguel..." .
"No, no lo amas" , lo interrumpió Sofía con una crueldad calculada. "Amas la idea de ser un buen padre, pero a la hora de la verdad, eres un cobarde egoísta. Sacrificaste a tu hijo por salvar tu imagen frente a tu amante. Esa es la única verdad" .
Él la miró, con el rostro bañado en lágrimas y mocos, una imagen patética de desesperación. "¿Qué hacemos ahora, Sofía? Dime qué hacemos" .
Ella lo observó con una distancia clínica, como si estuviera estudiando un insecto bajo un microscopio. Recordó todas las veces que le había creído, todas las mentiras que había perdonado, todas las humillaciones que había soportado en silencio. Todo ese dolor se había solidificado en una determinación de hierro. Ya no había vuelta atrás. El espectáculo debía continuar hasta el final.
"Tú ya no haces nada" , dijo ella con frialdad. "Yo me encargo" .
Ricardo, en su pánico, pareció encontrar una última brizna de esperanza. Sacó su propio teléfono con manos temblorosas, sus dedos torpes resbalando sobre la pantalla.
"Voy a llamar a mis padres" , dijo con voz temblorosa. "Ellos nos ayudarán. Tienen dinero. ¡Ellos pagarán el rescate!"
Sofía no dijo nada. Se limitó a observar cómo marcaba el número. Sabía que esto era inevitable. La siguiente fase de su plan estaba a punto de comenzar. Mientras Ricardo hablaba con su madre, con la voz quebrada por los sollozos, explicando una versión editada de la historia, Sofía se dirigió a su habitación.
Abrió el armario y sacó una pequeña maleta. Con movimientos metódicos, empezó a empacar ropa para ella y para Miguel. Un par de cambios, artículos de aseo, los documentos importantes. No estaba huyendo. Se estaba preparando para la victoria.