"Piensa lo que quieras, Mateo", respondí, mi voz tan tranquila como la superficie de un pozo profundo. "Pero te lo advierto. La buena suerte de la familia Sol, la que les ha permitido construir este imperio de plástico, se terminó esta noche".
Me acerqué un paso más, lo suficiente para que solo él pudiera escucharme claramente, aunque mi mirada seguía fija en sus ojos.
"Te veo y veo oscuridad. Tienes la frente manchada, Mateo. Es una señal. El Grupo Sol, el orgullo de papá, va a empezar a caer. Y va a caer rápido".
Él retrocedió instintivamente, una sombra de duda cruzando su rostro arrogante antes de que la recuperara.
"¡Estás demente! ¡De-men-te!", siseó. "Grupo Sol es más fuerte que nunca. Y yo seré su presidente. Tú, en cambio, no eres nada. No tienes nada".
"Tienes razón", asentí lentamente. "No tengo nada que ver con ustedes. Y quiero que sea oficial. Quiero un acta de desvinculación. Un documento legal que diga que renuncio a ser una Sol. Que rompo todos los lazos familiares contigo y con nuestro padre. A cambio, ustedes me dejan en paz para siempre".
La propuesta lo dejó sin palabras por un segundo. La idea era tan radical, tan insultante para el ego de su familia, que no sabía cómo reaccionar.
"¿Romper lazos?", repitió, como si probara el sabor de las palabras. Luego, una sonrisa cruel se extendió por su cara. "Perfecto. Es lo mejor que has dicho en toda la noche. Nos harías un favor. Pero no creas que será tan fácil".
Sacó su teléfono de última generación, un aparato que probablemente costaba más de lo que yo había visto en un año. Marcó un número con dedos rápidos y furiosos.
"Papá, tienes que escuchar esto", dijo en el teléfono, poniendo el altavoz para que todos escucharan. "Tu hija la monja se ha vuelto loca. Está aquí, en medio de mi fiesta, diciendo que nos va a maldecir y exigiendo cortar lazos con la familia".
La voz de Don Ricardo salió por el altavoz, fría y cortante, sin un ápice de sorpresa o preocupación paternal.
"¿Sofía? ¿Qué estupidez está haciendo ahora? Dile que se comporte. La traje para que cumpliera con su papel, no para que hiciera un espectáculo".
El desprecio en su voz era tan familiar, tan doloroso, pero esta vez, no me afectó. Era solo la confirmación de lo que ya sabía.
"Papá", dije, mi voz clara para que la oyera por el teléfono. "Escuchaste bien. Quiero desvincularme legalmente de esta familia. Ya no quiero llevar el apellido Sol".
Hubo un silencio al otro lado de la línea. Luego, una risa seca y sin alegría.
"Haz lo que quieras, niña. Nunca has sido una verdadera Sol de todas formas. Mateo, encárgate. Llama al abogado de la familia, que redacte el documento. Si quiere irse, que se vaya. No necesitamos parásitos".
Y colgó.
El silencio en el salón era total. Todos habían escuchado la crueldad de mi padre. Todos habían sido testigos de mi repudio.
Mateo bajó el teléfono con una mirada triunfante.
"Ahí lo tienes, hermanita. Papá está de acuerdo. Parece que tu 'bendición' no vale mucho, ¿eh?".
Una falsa expresión de tristeza apareció en su rostro, un intento patético de manipulación.
"Sofía, de verdad, ¿es esto lo que quieres? Sé que hemos tenido nuestras diferencias, pero somos familia...".
Lo corté en seco.
"No uses esa palabra conmigo, Mateo. Tú no sabes lo que significa. Tú y papá me abandonaron hace diez años. Hoy, solo confirmaron que tomé la decisión correcta".
Mi calma lo desarmaba. Él esperaba lágrimas, ruegos, un arrebato emocional. No le di nada de eso.
"Llama al abogado", le ordené. "Quiero ese papel. Ahora".
Él me miró fijamente, buscando una fisura en mi armadura, pero no la encontró. La niña asustada se había ido para siempre. En su lugar estaba una mujer que había aceptado su destino y estaba lista para forjar uno nuevo, lejos de la ponzoña de su propia sangre.
Con un gesto brusco, Mateo se apartó y marcó otro número en su teléfono.
"Licenciado Morales, necesito que venga a la mansión inmediatamente. Tenemos que redactar un documento. Sí, un acta de desvinculación familiar. Ahora mismo".
Colgó y me miró con una mezcla de odio y triunfo.
"El abogado viene en camino. Prepárate para ser oficialmente nadie, Sofía. Vas a ver lo que es estar sola en el mundo, sin el dinero y el poder del apellido Sol para protegerte".
Sonreí, una sonrisa genuina por primera vez en toda la noche.
"No, Mateo. El que va a aprender lo que es estar solo, eres tú".