Pero la empresa de Mateo, una startup de tecnología, se ahogaba en deudas. Él estaba cada vez más estresado, más distante. Por eso, Sofía había tomado una decisión. Hoy le contaría a Mateo sobre su embarazo y también le revelaría la verdad sobre su padre. Don Ricardo, después de mucha insistencia por parte de ella, había accedido a invertir en la empresa de Mateo, salvándola de la quiebra.
Planeaba una cena especial, su platillo favorito, una botella de vino que sabía que le encantaría. La noticia del bebé, seguida por la salvación de su negocio, sería la noche perfecta.
Mientras cocinaba, su teléfono vibró. Era un mensaje de una amiga.
"Sofía, ¿estás bien? Acabo de ver esto."
Adjunto al mensaje había una captura de pantalla de una historia de Instagram. Su corazón se detuvo. En la foto, Mateo abrazaba a una mujer por la cintura. No era un abrazo de amigos. Sus cabezas estaban juntas, sonriendo a la cámara con una intimidad que la golpeó como una bofetada. La mujer era Isabella, la socia de Mateo. El pie de foto decía: "Celebrando nuestro futuro juntos. Te amo, mi vida."
El teléfono se le resbaló de las manos y cayó al suelo, la pantalla se hizo añicos. El sonido se perdió en el zumbido que llenó sus oídos.
La puerta se abrió en ese momento. Era Mateo.
Entró con una expresión extraña, una mezcla de nerviosismo y determinación. No notó el teléfono en el suelo ni la palidez de Sofía.
"Sofía, tenemos que hablar," dijo, su voz seria.
Ella no pudo responder. Solo lo miró, la imagen de Instagram quemando su mente.
"Quiero el divorcio," soltó él, sin rodeos.
Las palabras flotaron en el aire, frías y afiladas.
"¿Qué?" susurró ella, su voz apenas un hilo.
"Lo que oíste. Me voy a casar con Isabella."
Sofía sintió que el suelo se abría bajo sus pies. "Isabella... ¿tu socia?"
"Sí," dijo Mateo, y por primera vez, una chispa de arrogancia brilló en sus ojos. "Y no es solo mi socia. Sofía, ¿tú sabes quién es su padre? Es el Senador Ramírez. El mismísimo Senador Ramírez. Con su apoyo, mi empresa no solo se salvará, llegará a la cima. ¿Entiendes lo que eso significa?"
Sofía lo miró, completamente desconcertada. El Senador Ramírez era un viejo amigo de su padre, un hombre que conocía desde que era niña. Y estaba segura de una cosa: el Senador Ramírez no tenía ninguna hija llamada Isabella. Tenía dos hijos varones, ambos viviendo en el extranjero.
"Mateo, eso no es posible," dijo ella, confundida. "El Senador Ramírez no tiene..."
"¡No intentes inventar cosas!" la interrumpió él, impaciente. "Lo sé de buena fuente, de ella misma. ¿Crees que me mentiría sobre algo así? Esto es lo mejor para todos."
La frialdad en su voz la dejó helada. "¿Lo mejor para todos? ¿Y nuestro matrimonio? ¿Y nuestro amor?"
Mateo suspiró, como si le estuviera explicando algo a una niña tonta. "Mira, Sofía, sé que es difícil. Pero seamos prácticos. Mi relación con Isabella es un negocio, una alianza estratégica. Pero tú... tú eres mi esposa. Podemos llegar a un acuerdo."
"¿Un acuerdo?" repitió ella, incrédula.
"Sí," dijo él, acercándose. Intentó tomar su mano, pero ella la retiró como si quemara. "Podemos seguir casados en papel por un tiempo. Mantener las apariencias. Yo estaré con Isabella, aseguraré el futuro de la empresa, y tú seguirás teniendo tu vida aquí. Nadie tiene por qué salir perdiendo."
La absurdidad de su propuesta era tan grande, tan insultante, que una risa amarga escapó de los labios de Sofía. Era una risa rota, llena de dolor y incredulidad.
"¿Estás escuchando la locura que dices?" gritó, su voz finalmente encontrando fuerza. "¿Quieres que yo, tu esposa, acepte que tengas una amante para que tu negocio prospere? ¿Crees que soy tan patética?"
"¡No es una amante, es mi futura esposa! ¡Y es por nuestro bien!" gritó él de vuelta.
La rabia, pura y ardiente, consumió a Sofía. Todo el amor, toda la ternura que había sentido por él se convirtió en cenizas. Sin pensar, su mano se movió a una velocidad cegadora.
¡PLAF!
El sonido de la bofetada resonó en el pequeño departamento. La mejilla de Mateo se puso roja al instante. Él la miró, sus ojos llenos de sorpresa y furia.
"Estás loco," siseó ella, temblando de pies a cabeza. En su vientre, una punzada de dolor la hizo jadear, un mal presagio de la tormenta que se avecinaba.