La Heredera y Su Revancha
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Capítulo 2

Las paredes del departamento se sentían frías y extrañas. Sofía se acurrucó en el sofá, abrazando sus rodillas, mientras los recuerdos la asaltaban sin piedad. Recordó los primeros días con Mateo, cuando su ambición parecía noble y su amor, sincero.

Recordó haber vendido en secreto las joyas que su abuela le había regalado, piezas de un valor incalculable, para darle a Mateo el capital inicial que necesitaba. Le dijo que eran ahorros de un trabajo anterior, una mentira para proteger su frágil orgullo de hombre que quería "hacerlo solo" .

Recordó las noches en vela que pasó a su lado, ayudándolo con planes de negocio que apenas entendía, preparándole café, animándolo cuando las cosas iban mal. Había renunciado a una vida de lujos, a la comodidad de su hogar familiar, todo por él, por el sueño que él le había vendido. Y él, a cambio, le había pagado con la traición más cruel.

"¿Fui tan tonta?" se preguntó en voz alta, su voz quebrada. "¿Tan ciega?"

Afuera, la lluvia comenzó a caer, primero como un murmullo suave y luego como un torrente furioso que golpeaba las ventanas, un reflejo perfecto del caos en su interior. Cada gota de lluvia era como una lágrima que ella no podía derramar. Se sentía vacía, hueca, como si le hubieran arrancado el corazón y lo hubieran pisoteado. La duda la carcomía. ¿Había sido todo una mentira desde el principio? ¿Había sido ella solo un escalón conveniente mientras él buscaba algo mejor?

La llave giró en la cerradura y Mateo entró de nuevo. La miró acurrucada en el sofá, con una expresión indescifrable. Salió y regresó a los pocos minutos con una bolsa de papel en la mano. El olor a comida llenó el aire. Eran sus tacos favoritos, del lugar que ambos amaban.

"Come algo," dijo él, su voz ahora suave, casi gentil. Dejó la bolsa en la mesita de centro. "No has comido nada. No es bueno para ti."

La normalidad de su gesto era grotesca. Era como si la conversación de hacía unas horas nunca hubiera sucedido. Como si pudiera borrar su traición con un gesto de amabilidad calculada.

Sofía lo miró, y por primera vez, vio la manipulación clara como el agua. Esto no era preocupación. Esto era control. Quería calmarla, mantenerla dócil hasta que consiguiera lo que quería.

Una sonrisa fría y sin alegría se dibujó en su rostro.

"¿Qué es esto, Mateo?" preguntó, su voz cargada de un sarcasmo helado. "¿Un premio de consolación? ¿O es el pago por mi silencio?"

Mateo frunció el ceño, su máscara de amabilidad se resquebrajó. "No seas así, Sofía. Solo intento ser civilizado."

"¿Civilizado?" se rio ella. "Tú no sabes lo que significa esa palabra. La civilización se acabó cuando decidiste acostarte con tu socia y luego venir a pedirme que lo acepte como un buen negocio."

Él suspiró, la paciencia agotada. Se sentó frente a ella y sacó unos papeles de su maletín. Los puso sobre la mesa, justo al lado de los tacos.

Eran los papeles del divorcio.

"Firma esto," ordenó, su voz volviéndose dura de nuevo.

Sofía miró los papeles. El acuerdo era una burla. Le ofrecía una suma miserable, apenas suficiente para vivir unos meses, a cambio de renunciar a cualquier derecho sobre la empresa o sus bienes futuros.

"No voy a firmar esta basura," dijo ella, empujando los papeles lejos.

La expresión de Mateo se endureció. Se inclinó hacia adelante, su voz bajando a un susurro amenazante.

"Piénsalo bien, Sofía. Estás embarazada. No tienes trabajo. No tienes dinero. ¿Cómo piensas mantener a un bebé tú sola? ¿Eh? Yo soy tu única opción. Si firmas, te daré esto. Si no, no verás ni un centavo de mí. Te dejaré en la calle, a ti y a ese bebé."

Cada palabra era un golpe. Estaba usando a su propio hijo, a su hijo no nacido, como un arma contra ella. La estaba acorralando, explotando su vulnerabilidad de la manera más cruel posible.

Sofía lo miró fijamente. El hombre que tenía delante ya no era su esposo. Era un extraño, un monstruo vestido con la piel del hombre que había amado. El amor que quedaba en su corazón se secó por completo, reemplazado por un frío glacial. La ingenuidad había muerto. La mujer enamorada había desaparecido. En su lugar, algo nuevo y duro comenzaba a formarse.

"Vas a arrepentirte de esto, Mateo," dijo ella, su voz tranquila pero llena de una convicción que lo sorprendió. "Te juro que te vas a arrepentir."

                         

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