El Odio de Mi Hermano
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Capítulo 2

En mi vida anterior, la que terminó con veneno en mis venas, fui la heroína del pueblo.

"¡Qué niña tan valiente!" , decían los vecinos.

"Sofía salvó a su hermanito, es un ángel" , comentaban mis tías.

Mis padres me llenaron de besos y alabanzas. Me compraron un vestido nuevo, el más caro que podían permitirse, como premio. Durante años, fui el ejemplo a seguir: la hermana mayor responsable y protectora. Pero esa medalla de honor se sentía como una piedra atada a mi cuello.

Ricardo, por su parte, creció con una sombra en los ojos. En público, era el hermano agradecido, pero en privado, su resentimiento se filtraba en cada palabra. Cuando era adolescente, mientras yo me mataba estudiando para conseguir una beca, él se escapaba con amigos y apenas pasaba de año.

"¿Para qué me esfuerzo?" , me dijo una vez, con desprecio. "Mi vida iba a ser diferente. Tú me la quitaste" .

A pesar de su actitud, parecía que la suerte siempre estaba de su lado. Consiguió un trabajo decente en una oficina gracias a un contacto lejano, se casó con una mujer bonita y superficial, y tuvieron dos hijos. Vivían en una casa modesta pero decente, y para todos, Ricardo era un hombre que había superado su trauma infantil y había formado una familia feliz.

Mi vida, en cambio, fue una cadena de desgracias.

La universidad a la que soñaba ir me rechazó por un margen mínimo. Tuve que conformarme con una carrera técnica en una institución local. Un puesto de trabajo prometedor que tenía casi asegurado, se lo dieron a otra persona en el último momento. Mi primer novio serio, con quien pensé que me casaría, me dejó por otra mujer.

Cada vez que algo me salía mal, Ricardo estaba allí, con su falsa compasión que era más hiriente que un insulto directo.

"Ay, hermanita, qué mala suerte tienes" , decía, con una sonrisita que no llegaba a sus ojos. "Deberías aprender a ser más positiva, como yo. Mira, a pesar de todo, yo salí adelante" .

Me hacía sentir pequeña, defectuosa. Me hacía creer que yo era la única responsable de mi miseria. Me decía que debía estar agradecida por lo que tenía, que no debía quejarme, que mi vida era mucho mejor que la de otros. Era un maestro de la manipulación emocional, usaba la gratitud como un arma para mantenerme sumisa.

El golpe más duro llegó cuando, después de casarme con un hombre bueno pero sin grandes aspiraciones, intentamos tener hijos. Pasaron los años y no lo logramos. Los médicos no encontraban una razón clara. Era simplemente "infertilidad inexplicable".

Mi madre lloraba en silencio, y mi padre me miraba con una pena que me partía el alma.

Ricardo, por supuesto, tenía una opinión al respecto. En una comida familiar, después de que sus hijos hicieran un desastre en la sala, me dijo en voz baja, para que solo yo lo oyera:

"Quizás es una señal del destino, Sofía. Tal vez no estás hecha para ser madre. Con tu carácter, a lo mejor hasta les arruinas la vida a tus hijos, como me la arruinaste a mí" .

Esa noche lloré hasta quedarme dormida. La culpa, la que él había sembrado en mí durante treinta años, me estaba ahogando.

La verdad no llegó hasta el final, en esa cama de hospital, con el cuerpo entumecido y la vista borrosa. Él se sentó a mi lado, creyendo que yo ya no podía oírlo, que estaba a punto de morir. Y entonces, como si necesitara liberar el veneno de su alma además del que había puesto en mi té, confesó.

"¿Sabes, Sofía? Nunca me aceptaron en esa universidad porque llamé y dije que habías falsificado tus notas. El trabajo en la constructora... le conté a tu jefe un rumor sobre ti y un supervisor. Tu novio, ¿te acuerdas de él? Le mandé unas fotos anónimas, nada comprometedor, pero lo suficiente para que un hombre celoso se volviera loco. Fue tan fácil" .

Yo lo escuchaba, paralizada. Cada pieza de mi vida rota encajaba en su lugar, formando un mosa excelente tapiz de su odio.

"Incluso tu infertilidad" , continuó con una risa seca. "Le pagué a una enfermera para que cambiara un poco los resultados de tus análisis, solo para que los médicos se confundieran, para que nunca encontraran una solución. Quería que sintieras lo que es que te roben un futuro. Quería que vivieras vacía, como yo" .

Su lógica era retorcida, demente. Odiaba a nuestros padres por ser pobres, por darle una vida que él consideraba indigna. Odiaba el olor a tierra de los campos de agave de mi padre, odiaba la comida sencilla de mi madre. La pareja del coche representaba su escape, su fantasía de una vida mejor, y yo se la había arrebatado.

"Tú te quedaste con ellos, con su amor incondicional, con su pobreza" , siseó, inclinándose sobre mí. "Yo merecía más. Y ahora, con tu muerte, al menos tendré la satisfacción de ser el único heredero de su miserable granja. No es la riqueza que soñé, pero es algo. Es justicia" .

Muriendo, finalmente lo entendí todo. Su resentimiento no era por una oportunidad perdida, era por la vida que tuvo que vivir, una vida que despreciaba. Y yo era el chivo expiatorio perfecto.

Morí con sus palabras resonando en mis oídos, con el alma llena de un odio tan profundo como el suyo. Y juré, en ese último aliento, que si había otra oportunidad, las cosas serían muy, muy diferentes.

                         

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