Despertar en el Juego
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Capítulo 4

El chat del mundo explotó con felicitaciones y burlas. "¡Ya era hora!", "La basura fue sacada", "La reina ha vuelto a su trono". Cada mensaje era un martillo golpeando los clavos de mi ataúd. Me quedé paralizada en medio de la plaza, mientras la multitud vitoreaba a la nueva pareja. Quería desconectarme, apagar la máquina y no volver jamás, pero mi cuerpo no respondía.

Sentía un dolor tan físico que me costaba respirar. Necesitaba un cierre, necesitaba verlo en persona, aunque fuera una sola vez, para que me dijera a la cara que todo había sido una mentira. Le envié un correo a su asistente, usando mi identidad de ilustradora, solicitando una reunión urgente para discutir "el final del proyecto". Sorprendentemente, aceptó. Me citó en una cafetería de lujo cerca de su oficina para el día siguiente.

Pasé toda la noche sin dormir. Por la mañana, hice algo que no había hecho en años. Me paré frente a mi armario y elegí un vestido sencillo pero elegante. Me solté el cabello, permitiendo que mis ondas castañas cayeran sobre mis hombros. Me puse un maquillaje ligero, solo para acentuar mis rasgos, no para ocultarlos. Cuando me miré en el espejo, vi a una extraña. Una mujer que no reconocía, pero que por primera vez, no odié.

Caminé hacia la cafetería sintiendo las miradas de la gente en la calle. No eran miradas de burla, sino de admiración. Un par de hombres se giraron para verme pasar. Fue una sensación extraña, inquietante. Me senté en la mesa reservada y esperé. Y esperé.

Pasó una hora. Luego dos. Le envié un mensaje a su asistente. "El señor Patterson tuvo un imprevisto, no podrá asistir", fue la respuesta seca. Me había dejado plantada. La humillación se sentía aún más profunda en el mundo real.

Recogí mis cosas, sintiendo las miradas de lástima de los meseros. Afuera, la noche había caído. Caminaba por una calle poco iluminada cuando sentí que alguien me seguía. Aceleré el paso, mi corazón latiendo con fuerza. Dos hombres me alcanzaron y me bloquearon el paso. "Oye, guapa, ¿por qué tanta prisa?". Olían a alcohol.

El pánico me invadió. Estaba a punto de gritar cuando un coche de policía se detuvo bruscamente a nuestro lado. Un oficial alto y de aspecto serio bajó del vehículo. "¿Algún problema aquí?", preguntó con voz grave. Los hombres murmuraron una disculpa y se escabulleron.

El oficial se volvió hacia mí. "¿Está bien, señorita?". Asentí, incapaz de hablar. "Esta zona no es segura de noche. Debería tener más cuidado". Su mirada era profesional, pero había una pizca de preocupación genuina en ella. Me ofreció llevarme a una zona más segura y acepté sin dudar. Fue un pequeño acto de bondad en un día lleno de crueldad.

Cuando llegué a casa, me conecté al juego por pura inercia. Tenía un mensaje de Héctor. No era una disculpa. Era una burla. "Escuché que alguien te dejó plantada. Qué pena. Así es la vida, ¿no?". Alguien de la cafetería, probablemente un jugador, lo había reconocido y le había contado todo. Se estaba riendo de mi dolor, en ambos mundos.

                         

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