La Casa De Los Silencios
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Capítulo 4 4

Eleanor regresó a casa con pasos lentos, las bolsas balanceándose en su mano enguantada. Cuando llegó, el cielo ya comenzaba a oscurecer, tiñendo el pueblo con tonos azulados y grises. En el horizonte, nubes pesadas anunciaban lluvia. Había un silencio extraño en los campos, interrumpido solo por el canto lejano de un pájaro solitario.

Pero lo que realmente pesaba sobre sus hombros no era el cielo encapotado. Era el nombre que había flotado como veneno susurrado en los labios de los hombres del pub. Theo Ravenscroft.

No sabía casi nada de él. Solo rumores apagados - de un antiguo escándalo, de una tragedia familiar. Sabía que vivía apartado, en una casa cerca del lago. Y sabía, también, que el pueblo evitaba pronunciar su nombre como si hacerlo fuera maldecir el propio aire.

Y, aun así, había algo en aquel breve cruce de miradas que todavía le vibraba en la piel.

En cuanto cruzó los portones de la vieja propiedad, Eleanor vio un coche estacionado al frente. Un hombre mayor, de rostro enrojecido y cabello gris, acomodaba herramientas en el maletero.

- ¿Señorita Hartwood? - preguntó, con un leve acento rural -. Soy Hobbs. El muchacho del mercado me pidió que viniera a echar un vistazo a su disyuntor.

- Ah, sí. Qué bien. Gracias por venir, señor Hobbs. Pensé que tendría que encender velas por otra semana.

Él sonrió mientras caminaba hacia un costado de la casa.

- Una casa antigua como esta siempre da trabajo. Su tía mantenía todo en orden, pero después de que enfermó... Bueno, el tiempo no perdona.

Eleanor lo siguió, observando cómo parecía conocer cada centímetro del terreno. Hobbs abrió el pequeño armario de madera donde estaba el disyuntor principal y manipuló los cables con familiaridad.

- Aquí está. Un cable suelto. Puede haber sido el viento... o simplemente el paso del tiempo. Lo sujetaré bien y revisaré todo por dentro.

Unos minutos después, las luces del pasillo principal parpadearon y se encendieron. La vieja lámpara del techo se balanceó como si también despertara de un largo sueño.

- Listo. Ahora debería funcionar todo.

Eleanor sonrió con gratitud.

- Gracias. De verdad. Esto... facilita mucho las cosas.

Hobbs asintió y vaciló antes de guardar sus herramientas.

- Sabe, su tía era una mujer especial. Un poco reservada, pero muy respetada por aquí. La mayoría de la gente no la comprendía, pero... ella veía más de lo que dejaba ver.

Eleanor arqueó una ceja.

- ¿Cómo dice?

Él miró alrededor, como si la casa pudiera oírlo.

- Digamos que Vivienne creía que ciertos lugares guardan recuerdos. Que las paredes escuchan. Y responden.

Ella tragó saliva. Pensó en las huellas, en los ruidos nocturnos. En el perfume que desaparecía en el pasillo del piso superior.

- ¿Y usted cree en eso?

Hobbs sonrió de lado, enigmático.

- Creo que hay cosas que no entendemos. Y que el silencio, a veces, habla demasiado fuerte.

Con una leve inclinación de cabeza, se despidió y volvió al coche. Eleanor se quedó allí, parada en el umbral, observando cómo el vehículo desaparecía por el camino.

Esa noche, con la electricidad restablecida, intentó que la casa pareciera más viva. Encendió todas las luces de la planta baja, puso música instrumental suave en un altavoz portátil, preparó una sopa caliente. Pero el vacío entre las habitaciones persistía, como si los espacios hubieran crecido durante su ausencia.

Se sentó en la sala, envuelta en una manta, y hojeó uno de los libros antiguos de su tía. Cada página parecía contener secretos que aún no estaba lista para descifrar.

Casi medianoche. El viento volvió a soplar con fuerza, y un trueno lejano hizo vibrar los cristales de las ventanas. Cuando se levantó para cerrar las cortinas, notó algo afuera.

Una figura.

Parada junto a la cerca del jardín.

Sombría. Inmóvil.

El corazón le dio un vuelco. Se acercó a la ventana, intentando ver mejor a través de la llovizna que empezaba a caer. La silueta parecía masculina, alta, con el abrigo ondeando al viento.

Pero cuando parpadeó... ya no estaba allí.

Salió corriendo hasta la puerta principal y la abrió.

Vacío. Solo el sonido de la lluvia, las hojas bailando sobre el suelo mojado.

Sintió un escalofrío subirle por la espalda. Cerró la puerta lentamente.

No sabía si era imaginación. Si la casa empezaba a jugar con ella. O si, en verdad, había alguien observando.

Pero en el fondo, un nombre resonaba como una nota discordante en su mente.

Theo Ravenscroft.

            
            

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