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Sofía lloraba desconsolada mientras hablaba con Hugo por teléfono. Apenas podía articular las palabras mientras trataba de explicarle cómo su madre la estaba obligando a casarse con otro hombre, alguien a quien ni siquiera conocía. Entre sus sollozos, Hugo escuchaba en silencio, sintiendo cómo la rabia le quemaba las venas.
-No puedo... no puedo soportar esto, Hugo -decía Sofía entre lágrimas-. No quiero casarme con otro hombre, no quiero vivir esta vida... ¡No quiero perderte!
Hugo apretó los dientes, conteniendo el impulso de correr hasta ella en ese instante. Quería consolarla, sostenerla entre sus brazos y prometerle que nada ni nadie los separaría. Sofía era su amor, su vida, y la idea de perderla a manos de un matrimonio forzado le era simplemente insoportable.
-Escúchame, Sofía, por favor... todo va a estar bien. No voy a dejar que te obliguen a casarte con alguien que no amas -dijo Hugo con voz firme, tratando de transmitirle calma, aunque por dentro sentía la urgencia y la desesperación ardiendo en su pecho.
-¿Cómo puede estar bien, Hugo? -replicó Sofía, su voz rota y llena de angustia-. ¿Cómo... si mañana mismo podría estar comprometida con alguien que no eres tú?
La voz de Sofía resonaba como una súplica, y en ese instante, Hugo decidió que no podía permitirlo. Sabía que el deseo de escapar juntos había sido un sueño lejano, algo que había imaginado más de una vez, pero que nunca había tenido el valor de proponer. Ahora, sin embargo, parecía ser su única opción.
Tomó aire y, sin dudar, le habló con la misma certeza que sentía en su corazón.
-Sofía... -dijo con suavidad-. Escápate conmigo. Dejemos todo esto atrás. Tú y yo, lejos de aquí, donde podamos ser felices sin que nadie nos obligue a vivir una vida que no queremos.
Sofía guardó silencio al otro lado de la línea, procesando las palabras de Hugo. Era una propuesta arriesgada, una decisión que cambiaría sus vidas para siempre, pero en ese momento, nada le pareció más correcto. Su amor por Hugo era profundo y sincero, y la idea de casarse con otro hombre le resultaba insoportable. No podía imaginar su vida sin Hugo, sin su sonrisa, su ternura, su calor. Y más allá de eso, anhelaba la libertad de poder elegir su propio destino.
-Sí... sí, Hugo, quiero hacerlo -respondió, su voz temblorosa pero decidida-. No veo otra forma de ser libre. Si escapamos juntos, podré vivir como siempre quise... contigo.
La decisión estaba tomada. En ese instante, Sofía se sintió más liviana, como si la desesperación se disipara un poco y, en su lugar, floreciera una chispa de esperanza.
-Mañana -dijo Hugo-. Mañana a primera hora en la estación de tren. Tomaremos el primer tren que salga y nos iremos lo más lejos posible.
-Ahí estaré -prometió Sofía, sintiendo cómo la determinación comenzaba a calmar sus lágrimas.
Hugo suspiró aliviado, sabiendo que finalmente había encontrado una manera de proteger su amor. Aunque el camino que estaban a punto de emprender sería incierto, en ese instante nada le importaba más que estar junto a Sofía y darle la vida que ambos soñaban.
-Confía en mí, Sofía -le susurró con dulzura-. Estaremos juntos, y nadie podrá impedirlo.
Al colgar el teléfono, Sofía se sintió más fuerte que nunca, decidida a tomar el control de su propio destino. La sombra de la boda impuesta se desvanecía en su mente, reemplazada por el amor y la esperanza que compartía con Hugo.
Aquella noche, se preparó con el corazón latiendo rápido, sabiendo que el amanecer traería consigo una nueva vida... si lograban escapar juntos.
En una esquina de la mansión Carson, en una habitación discreta y apartada, Martha escuchaba la conversación entre su hija y ese "muerto de hambre", como solía referirse despectivamente a Hugo. Con cada palabra que salía de la boca de Sofía, la ira de Martha se intensificaba, y su mirada se tornaba cada vez más oscura.
Desde el principio, había dejado claro a Sofía que no aprobaba su relación con ese joven de baja clase. Había descubierto su relación tiempo atrás y había hecho todo lo posible por impedirla, imponiéndole castigos y repitiendo incansablemente que no volvería a permitir que viera a Hugo. Para ella, Hugo era solo un obstáculo, alguien sin ambición ni posición que no tenía cabida en el futuro que había planeado para Sofía.
Martha nunca se imaginó que su hija podría ser tan testaruda, tan desafiante. ¿Acaso Sofía no entendía la gravedad de la situación familiar? ¿No veía el sacrificio que Martha estaba dispuesta a hacer para asegurar el prestigio de los Carson? La relación de Sofía con Hugo, que para ella no era más que un capricho, amenazaba con derrumbar sus cuidadosos planes. No, no lo permitiría.
Mientras escuchaba cada detalle de la conversación, su rostro reflejaba una mezcla de furia y determinación. Cuando escuchó la propuesta de Hugo, sus labios se curvaron en una sonrisa irónica y calculadora.
-¿Huir? -susurró para sí misma, con desprecio-. Claro, como si eso fuera a resolver algo.
Martha sabía que Sofía estaba desesperada, atrapada entre el amor que sentía por Hugo y la obligación familiar que le imponía su madre. Pero lo que Sofía no entendía era que Martha siempre había estado un paso adelante. Había calculado cada posible desvío, cada intento de rebelión. Y ahora que Hugo proponía una escapatoria, Martha estaba dispuesta a tomar medidas definitivas para asegurar que sus planes se cumplieran, con o sin el consentimiento de Sofía.
Una idea tomó forma en su mente, y sus ojos brillaron con determinación. Ella tenía los recursos, el poder, y la frialdad necesaria para evitar que ese "bueno para nada" se llevara a su hija. Con un giro rápido, salió de la habitación y caminó por los pasillos de la mansión con la cabeza alta y la mandíbula apretada.
-Ningún don nadie arruinará mis planes -dijo en voz baja, pero con firmeza.
La fuga de Sofía y Hugo estaba destinada a fracasar, porque Martha Carson no estaba dispuesta a perder.