Recuperando Mi Vida Robada
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Capítulo 3

Catalina tomó el elevador hasta el nivel de servicio del hotel. Encontró el gran contenedor de basura industrial donde se vaciaban los carritos del servicio a la habitación. Sin pensarlo dos veces, volcó el pequeño bote de basura de su suite en el contenedor. El anillo de diamantes, la mascada, todo desapareció bajo una pila de servilletas desechadas y restos de comida.

Una señora de la limpieza que pasaba por allí jadeó. "¡Señora! ¡Se le cayó algo! ¡Eso es un diamante!"

Intentó meter la mano para recuperar el anillo.

"No se moleste", dijo Catalina, su voz desprovista de emoción. "Está sucio".

"¡Pero puedo limpiarlo!", insistió la mujer, mirándola como si estuviera loca.

"Algunas cosas", dijo Catalina, mirando más allá de la mujer, "nunca se pueden limpiar".

Llegó la noche de su fiesta de cumpleaños. Diego había reservado todo el último piso del hotel más exclusivo de la ciudad. El salón de baile era una fantasía de rosas blancas y candelabros de cristal. Los invitados murmuraban sobre lo devoto que era Diego, cómo había esperado cinco largos años por su único y verdadero amor.

"Tienes tanta suerte, Catalina", suspiró una amiga suya, bebiendo champán. "Tener un hombre que te ame tan profundamente. Está planeando una gran sorpresa para ti esta noche, ¿sabes?".

Catalina solo sonrió.

La fiesta estaba en pleno apogeo, pero Diego llegaba tarde. Justo cuando comenzaban los susurros, estalló una conmoción en la entrada.

Los reporteros, que habían sido mantenidos afuera, clamaban, sus flashes disparándose. En el centro de la tormenta estaba Angélica, sosteniendo la mano de Emilio.

"¡La familia del señor Elizondo ha llegado!", gritó un periodista, confundiéndola con una hermana o prima.

El rostro de Catalina se puso pálido. Su amiga miró de Angélica a Catalina, su expresión una mezcla de confusión y horror creciente. "Catalina... ¿quién es ella?"

¿Cómo podría explicarlo? Esta es la mujer que intentó matarme, que me robó a mi esposo y a mi hijo, y a quien mis padres ahora prefieren antes que a mí.

Angélica se deslizó hacia ella, una imagen de inocencia y gracia. "Catalina, feliz cumpleaños. Lo siento mucho, Emilio insistió en venir a verte".

Catalina se volvió hacia Diego, que finalmente había aparecido al lado de Angélica. "¿Por qué está ella aquí?"

Antes de que él pudiera responder, Emilio habló, su voz alta y clara. "¡Eres una mala mamá! ¡Hiciste llorar a mami Angélica!"

Mis padres se materializaron, como si fuera una señal. "Catalina, no hagas una escena", siseó mi madre. "Angélica ya es de la familia".

De la familia. Las palabras resonaron en el vasto y silencioso salón de baile. Todos estaban mirando. La lástima, la curiosidad morbosa, la especulación susurrada... era un peso físico, presionándome, sofocándome.

Angélica, siempre la maestra manipuladora, parecía al borde de las lágrimas. "Lo siento mucho", susurró, lo suficientemente alto para que todos la oyeran. "No debí haber venido. Me iré". Puso un regalo bellamente envuelto en la mano de Catalina.

Los dedos de Catalina estaban entumecidos. No podía sentir la caja, no podía sentir nada más que el frío pavor que se enroscaba en su estómago.

Su amiga, tratando de salvar la noche, aplaudió. "¡Bueno! ¡Hora de la sorpresa, Diego!"

La multitud, ansiosa por una distracción, se unió al canto.

Diego, agradecido por la interrupción, respiró hondo. Se arrodilló.

Abrió una pequeña caja de terciopelo. Dentro había otro anillo de diamantes. Un solitario de talla redonda perfecto.

"Este lo mandé a hacer a medida", anunció a la sala. "El otro... no era del todo correcto. Este es perfecto. Solo para ti".

Lo deslizó en su dedo. Encajaba perfectamente.

"Esta piedra", dijo, su voz resonando con falsa sinceridad, "solo te pertenecerá a ti, Catalina. Eres mi única y verdadera".

La sala estalló en aplausos.

Catalina miró el anillo. No sintió nada. ¿Qué significaba "única y verdadera" para un hombre como él?

"¡Hora de cortar el pastel! ¡Pide un deseo!", gritó alguien.

Las luces se atenuaron. Un pastel masivo, ardiendo con velas, fue llevado al centro. Todos cantaron.

Catalina cerró los ojos. Se inclinó hacia adelante, respiró hondo y pidió su deseo.

"Deseo", dijo, su voz un susurro bajo y claro que pareció cortar la oscuridad, "que todos los impostores del mundo simplemente... desaparezcan".

Sopló las velas.

Las luces permanecieron apagadas por un momento demasiado largo. Cuando finalmente volvieron, Angélica la miraba, con el rostro ceniciento. Entendió el mensaje. Con un sollozo ahogado, se dio la vuelta y huyó de la sala.

La mano de Diego, que había estado descansando en su espalda, se apartó.

"Catalina, ¿cómo pudiste?", la amonestó su madre, con el rostro tenso de desaprobación.

"¡Diego, ve tras ella!", ordenó su padre. "¡No dejes que se vaya así!"

            
            

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