El Marco del Marido, la Feroz Justicia de la Esposa
img img El Marco del Marido, la Feroz Justicia de la Esposa img Capítulo 4
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Capítulo 4

Una enfermera entró momentos después de que Álex se fuera. Su expresión era cautelosa.

-Señora Cárdenas -comenzó, sosteniendo una tabla con papeles-. Su esposo firmó el papeleo inicial. Indicó que su condición es gastritis inducida por alcohol.

Hizo una pausa, mirándome fijamente.

-¿Es ese un diagnóstico preciso?

La mentira era tan descarada, tan degradante. Ya estaba construyendo una narrativa. La exconvicta inestable que no sabe controlar su forma de beber.

La enfermera debió ver algo en mi cara. Suspiró y sacó un expediente diferente de detrás de la tabla.

-Este es su informe real. Tiene una úlcera perforada. Está sangrando. Necesita cirugía.

Me miró con una mezcla de lástima y desapego profesional.

-Esta es una condición preexistente, ¿no es así?

No respondí. Solo pensé en las interminables noches de insomnio en mi celda, mi estómago en llamas, el dolor un compañero constante. Recordé habérselo contado a Álex durante una de sus breves visitas previas al juicio. Se había mostrado tan preocupado entonces. Prometió que me conseguiría la mejor atención, que arreglaría todo.

Había dicho: "Te amo, Sofi. Siempre cuidaré de ti".

Qué chiste.

La cirugía era cara. No tenía nada. Mis ahorros se habían ido, gastados en abogados que Álex había recomendado, abogados que me habían fallado.

No tenía otra opción. Tenía que llamarlo.

Respondió al segundo timbrazo.

-¿Qué pasa, Sofi? Estoy con Catalina.

-Necesito cirugía -dije, mi voz plana-. No puedo pagarla.

Su suspiro fue pesado, agobiado.

-Sofi, ¿no puede esperar esto? No tienes idea de con lo que estoy lidiando ahora mismo. Catalina está hecha un desastre. Siempre eres tan dramática.

Al fondo, pude oír su voz, suave y llorosa. Luego el tono de Álex cambió, volviéndose gentil y tranquilizador.

-Está bien, Cat. Estoy aquí. No voy a ninguna parte.

La estaba consolando a ella. Mientras yo yacía en una cama de hospital, sangrando internamente.

Una extraña calma me invadió. Los últimos restos de esperanza, de amor, de lo que sea que pensé que teníamos, finalmente se marchitaron y murieron. El dolor en mi estómago no era nada comparado con el vasto y frío vacío dentro de mí.

No podía llorar. El sentimiento era demasiado profundo para las lágrimas.

En cambio, comencé a reír. No era un sonido feliz. Era una risa salvaje y desquiciada que se desgarró de mi garganta, cruda y llena de desesperación. Reí hasta que me dolieron los costados, hasta que la risa se convirtió en sollozos ahogados que no producían lágrimas.

Reí hasta que estuve completamente vacía.

A la mañana siguiente, entró una enfermera diferente.

-Su cirugía ha sido pagada. Anónimamente.

Un momento después, una mujer entró en la habitación. Ximena Beltrán. Mi compañera de celda. Mi amiga. La única persona que me cubrió la espalda durante tres años infernales. Era lista, dura como una roca y ferozmente leal.

Me echó un vistazo y soltó una maldición.

-Flores, ¿qué carajos te hizo ese imbécil?

Arrojó un paquete de cigarros sobre mi mesita de noche.

-Te ves de la chingada.

Su franqueza fue un extraño consuelo.

-¿Todavía amas a ese bastardo? -preguntó, encendiendo un cigarro para ella.

La pregunta quedó flotando en el aire. ¿Lo amaba? Lo pensé. Pensé en el hombre con el que me casé y en el monstruo que había tomado su lugar.

Mis labios se torcieron en una leve sonrisa de complicidad.

-Quiero destruirlo, Xime. No lo quiero en la cárcel. Quiero que lo pierda todo. Su carrera. Su reputación. Su preciada Catalina. Quiero que sienta lo que yo sentí.

-Ahora sí estás hablando -sonrió Ximena, soltando un aro de humo-. ¿Cuál es el plan?

-Lo primero es lo primero -dije, mi voz ganando fuerza-. Necesito una nueva identidad. ¿Puedes ayudarme con eso?

La sonrisa de Ximena se ensanchó.

-¿Por ti, Flores? Lo que sea.

Álex apareció horas después, cuando la cirugía ya había terminado. Entró corriendo, fingiendo pánico, exigiendo ver mis expedientes, regañando a las enfermeras por no mantenerlo informado.

El cirujano le aseguró que el procedimiento fue un éxito.

Se relajó visiblemente, una ola de alivio inundando su rostro. Realmente parecía asustado. Asustado de haberme perdido.

Lo observé desde mi cama, como una espectadora desapegada.

-Mírate -dije, mi voz fría-. Fingiendo que te importa ahora que el peligro ha pasado.

Se estremeció.

-Sofi, eso no es justo.

Se acercó a mi lado, tratando de tomar mi mano.

-Estaba tan preocupado. -Intentó explicar el informe falsificado, culpando a un interno demasiado entusiasta, alguien de quien ya se había "encargado".

-¿Encargado cómo? -pregunté, mis ojos clavados en los suyos-. ¿Lo despidieron? ¿O solo le diste un sermón severo antes de correr a consolar a Catalina?

            
            

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