EXESPOSA DESECHADA: Renaciendo de las cenizas
img img EXESPOSA DESECHADA: Renaciendo de las cenizas img Capítulo 3
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Capítulo 3

Punto de vista de Rosa

Giré mi copa de champán en mi mano, y observé cómo las burbujas bailaban. La victoria sabía tan dulce como lo había imaginado todos esos años. La sala de mi apartamento en el ático tenía vista a la ciudad en la que me había pasado veinte años fingiendo ser la hija adoptiva perfecta, la hermana amorosa y la amiga solidaria.

¡Vaya ridiculez!

"Por la libertad", le susurré a mi reflejo en la ventana. La mujer que me miraba sonreía. Sus dientes eran impecables, su cabello perfecto y sus mentiras bien elaboradas, como siempre.

De nuevo, mi celular vibró. Era otra llamada perdida de Stefan. Había estado llamándome sin parar desde que Camila se fue, probablemente preocupado de que cambiara de opinión ahora que todo estaba al descubierto. Ese pobre hombre era tan predecible; todavía pensaba que tenía el control de toda la situación.

Me quité los tacones y me hundí en el sofá de cuero, dejando que los recuerdos me envolvieran como una brisa cálida.

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Odié a Camila Lewis desde el primer momento en que la vi.

Yo tenía trece años y acababa de salir del orfanato, así que estaba desesperada por agradarles a mis padres. Me habían llevado a una casa enorme, con un gran jardín bien cuidado y pisos de mármol, prometiéndome un nuevo comienzo y una familia real.

Justo en ese entonces, una chica delgada, despeinada y con frenos, bajó la escalera brincando, con una mirada inocente y una sonrisa ansiosa.

"¡Hola! Soy Camila. ¡Siempre he querido tener una hermana!", soltó, antes de abrazarme ahí mismo en el vestíbulo, sin reparar en que mi ropa era de segunda mano ni en el olor a detergente barato de la casa hogar.

Su alegría era pura y genuina por tener una hermana, pero yo solo tenía ganas de vomitar, porque la chica torpe e imperfecta frente a mí tenía lo que yo me había pasado trece años soñando: padres que realmente la amaban, un hogar propio, y un futuro asegurado por el apellido Lewis.

Lo peor de todo era que ni siquiera lo apreciaba adecuadamente.

Durante mi primera noche allí, la observé mientras cenaba. La vi encorvarse en su silla, hablar con la boca llena y vacilar sobre qué tenedor usar para la ensalada. Además, se reía demasiado fuerte y hacía muchas preguntas.

"Rosa tiene modales impecables", la señora Lewis, mi mamá adoptiva, sonriéndome. "Camila, tal vez podrías aprender de tu nueva hermana".

Entonces la vi: la primera grieta en el mundo perfecto de Camila. Contrajo la sonrisa y se sentó más erguida, esforzándose más.

Fue hermoso.

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Mi celular volvió a vibrar, sacándome de mis recuerdos. El rostro de Stefan iluminó mi pantalla; esa era su quinta llamada en una hora. Contesté con un suspiro de resignación.

"Querido, estás siendo muy demandante".

"Rosa", comenzó él, con voz áspera, lo que sugería que había estado bebiendo. "Se ha ido. Realmente se ha ido. Además, bloqueó mi número, vació su clóset...".

"¿No es eso lo que queríamos?", lo interrumpí, manteniendo mi voz suave y tranquilizadora. Ese era el mismo tono que había empleado cuando aconsejé a Camila sobre sus problemas maritales, que yo orquesté cuidadosamente.

"Lo que pasa es que... la forma en que me miró...".

"Stefan, cariño", lo corté, dejando que la dureza se colara en mi dulzura. "Después de todo lo que hemos pasado, ¿ahora dudas?".

"¡No! Por supuesto que no. Te amo. Siempre te he amado".

"Entonces deja de llamarme para contarme de tu exesposa. Es patético", espeté, antes de colgar y aventar el celular a un lado.

Los hombres siempre son tan previsiblemente débiles. Incluso Stefan, a quien había manipulado durante cuatro largos años antes de empujarlo hacia Camila, seguía dependiendo de mi guía constante.

Sin embargo, ya había cumplido su propósito, al igual que todos los demás en mi juego cuidadosamente planeado.

En mi repisa, la foto familiar que fue tomada el día de mi adopción, captó mi atención. Yo estaba en el centro, por supuesto. Siempre en el centro. Mi hermana estaba en el borde del encuadre, tratando de sonreír a través de sus inseguridades.

Dios, fue tan sencillo que prácticamente era increíble.

Bastó con un pequeño susurro sobre la inestabilidad de Camila en el momento justo: algunas conversaciones en las que me mostraba preocupada por el estado emocional de mi hermana con mi madre, así como unas menciones casuales sobre que mi querida hermana tenía problema con cumplir las responsabilidades básicas de un adulto con papá.

Fueron catorce años de trabajo meticuloso, posicionándome como la hija responsable, el sueño alcanzable, mientras aplastaba lentamente la confianza, las relaciones y el autoestima de esa tonta.

El rechazo universitario resultó especialmente motivador. Solo hizo falta una conversación llorosa con mamá, contándole que había descubierto el "diario secreto" de Camila, repleto de pensamientos oscuros y planes destructivos.

Naturalmente, yo había escrito todas esas tonterías, imitando la escritura infantil de mi hermana, que me pasé practicando por meses para falsificar con éxito.

De repente, la preciosa hija menor de los Lewis no estaba preparada para la universidad. Necesitaba tiempo para "encontrarse a sí misma", así que debía quedarse en casa, donde ellos pudieran vigilarla y donde yo la tuviera bajo mi control.

Bebí otro sorbo de champán, saboreando del momento, porque eso era realmente lo que había querido todo el tiempo. Y no me refería a Stefan, quien no había sido más que un peón inútil, ni a la fortuna de los Lewis, pues sabría que esa vendría con el tiempo.

Lo que verdaderamente quería ver era a la perfecta y hermosa Camila rompiéndose. Que al fin se diera cuenta de que todo lo que creía suyo, el amor, la seguridad, la familia, no era más que un castillo de mentiras construido por mí.

Mi celular vibró con un nuevo mensaje de mamá: "Rosa, por favor, ven. Tu padre y yo necesitamos hablar contigo sobre lo que pasó".

Sonreí mientras planeaba mi actuación: la confusión llorosa, la confesión renuente sobre la persecución de Stefan, y finalmente mi preocupación gentil sobre el estado mental de Camila.

Cuando terminara, ellos me agradecerían por protegerlos de una hija inestable durante años.

Caminé hacia mi armario y seleccioné el atuendo perfecto para mi siguiente escena. Algo sutil pero caro, que mostrara hermana afligida, no victoriosa.

El enorme vestidor había sido el regalo que Camila me dio el día de su boda.

"Para que siempre tengas espacio para tu increíble sentido de la moda", me había dicho, abrazándome fuerte.

Aunque ella había pasado años viéndome robar cada oportunidad y hasta la mínima pizca de aprobación parental, todavía me amaba. Aún confiaba en mí.

¡Qué tonta!

Saqué un suéter de cachemira color crema, y recordé cómo mi hermana solía pedirme mi ropa prestada durante la preparatoria. Yo esperaba hasta que ella tuviera algo importante, una cita, una presentación, una entrevista, y de repente recordaba que necesitaba ese atuendo exacto.

Siempre me los devolvía sin chistar, y hasta se disculpaba por las molestias. Nunca dejó de intentar ser la hermana perfecta, con todas sus fuerzas.

Mi reflejo captó mi atención, y por un momento fugaz, me pareció ver algo feo. Algo que se parecía a la huérfana asustada y enojada que había entrado en la casa de los Lewis hace tantos años. Bastó con que parpadeara para que volviera a ser la perfecta e impecable Rosa, esa que no podía hacer nada malo.

Deslicé el brazalete Cartier por mi muñeca, otro regalo de mi querida hermana, y me preparé para mi siguiente actuación. La reunión familiar necesitaría que mostrara lo justo de honestidad y revelara la traición devastadora.

"Oh, Camila", le susurré a mi reflejo, practicando mi expresión de preocupación. "¿Qué fue lo que te hiciste?".

Apenas me di la vuelta, algo hizo que me detuviera. La mirada que me dedicó antes de irse, yo nunca la había visto antes, ni una sola vez, en los veinte años que llevaba presionándola, torturándola y rompiéndola.

Parecía casi como... entendimiento. Como si finalmente hubiera visto a través de mi máscara y descubierto la verdad.

Me sacudí la incomodidad y me recordé que Camila era una debilucha, yo me había encargado personalmente de eso. Se iría, se recuperaría de sus heridas, y tal vez intentaría empezar de nuevo en otro lugar... Pero nunca se libraría de mí. Me había asegurado de eso hace años.

            
            

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