Las lágrimas comenzaron a caer sin control, como si hubieran estado acumulándose por semanas y, finalmente, encontraran el momento exacto para derrumbarme. No era solo la empresa. Era mi padre. Su voz diciéndome siempre que la familia lo es todo, que la empresa era nuestro legado... y yo estaba dejando que se la llevara un demonio con traje y sonrisa afilada.
Sentí un movimiento. No había escuchado a Damián entrar, pero estaba allí. Se detuvo a un par de pasos, como si no supiera si acercarse o no.
-No llores así -dijo al final, su voz baja pero firme-. No sabes lo que me hace escucharte así.
Levanté la cabeza con los ojos enrojecidos.
-¿Qué te hace? ¿Sentirte culpable? ¿Porque deberías? -solté, con un hilo de voz que se quebró a mitad de camino-. Has destrozado todo, Damián.
Él suspiró y avanzó un poco más.
-Yo no he destrozado nada que no estuviera ya tambaleando.
-No... -negué, apretando los puños-. No te atrevas a justificarte. Eres un maldito demonio que llegó a mi vida solo para destruirla.
Se inclinó levemente hacia mí, sus ojos fijos en los míos.
-Soy el demonio que todavía puede salvarte.
-¿Salvarme? -reí, amarga-. ¿Y cómo piensas hacer eso? ¿Robándome lo poco que queda de mi orgullo?
Él no apartó la mirada.
-Ese acuerdo es lo único que puedo hacer por ti. Y lo sabes. Otro empresario ya te habría devorado viva sin dejar ni las migajas.
-¡Y tú no lo has hecho? -grité, y mi voz retumbó en la habitación.
Damián no respondió de inmediato. Se acercó hasta estar a menos de un metro y se agachó un poco, obligándome a mirarlo.
-La diferencia es que yo puedo devolverte algo... pero no gratis.
Me mordí el labio, sintiendo cómo la rabia y la impotencia se mezclaban en mi pecho.
-Entonces lo que me ofreces es otra jaula, solo que más bonita.
-Llámalo como quieras. -Se enderezó, pero no se alejó-. Yo lo llamo consecuencia de tus propios actos.
Me quedé sin palabras. Y justo entonces, una voz femenina, clara y segura, rompió la tensión.
-Damián... ¿estás aquí?
Él se giró, sus hombros tensándose al instante.
-Mierda -murmuró.
Lo miré, desconcertada.
-¿Quién es?
-Mi madre -respondió rápido-. Espérame aquí.
Y sin darme tiempo a preguntar más, salió de la habitación cerrando la puerta detrás de él.
Me quedé sentada unos segundos, con las lágrimas aún en las mejillas. Pero entonces... algo se encendió en mi cabeza. No iba a ser yo la única que sufriera en esta maldita historia.
Me levanté y busqué el baño. Abrí los gabinetes y ahí estaba: un cepillo de dientes nuevo, aún en su envoltorio. Lo saqué, lo mojé y me cepillé rápido, intentando borrar el sabor amargo de la noche anterior. Me recogí el cabello en una coleta alta, no perfecta, pero suficiente para verme más... compuesta.
Al salir, vi su camisa de la noche anterior tirada sobre una silla. Era una camisa blanca, todavía con su aroma. Me quité la ropa sin pensarlo y me la puse, abrochando solo los botones suficientes para cubrirme.
Respiré hondo. Tenía un plan. Y si iba a jugar, lo haría con todas las cartas sobre la mesa.
Abrí la puerta y seguí el sonido de las voces. No tardé en encontrarlos.
La mujer que hablaba con Damián era... impresionante. Alta, elegante, con un porte que gritaba clase y control. Su cabello, recogido en un moño perfecto, revelaba un rostro que bien podría haber sido el de Damián en versión femenina. Mismo color de ojos, misma expresión calculadora.
Y entonces, ella me vio. Sus ojos me recorrieron de arriba abajo, y por un segundo creí ver algo parecido a sorpresa... hasta que sonrió.
Me acerqué con paso firme. Damián me miró como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Antes de que pudiera decir una palabra, me incliné y lo besé.
No fue un beso suave ni largo. Fue el tipo de beso que deja a alguien mudo por un buen rato.
Cuando me aparté, sonreí como si no hubiera nada fuera de lugar.
-Buenos días -dije, dirigiéndome a la mujer-.
Ella arqueó una ceja.
-Soy Helena, la madre de Damián. ¿Y tú eres...?
Me giré hacia ella sin titubear.
-Valeria. Su prometida. Vamos a casarnos.
El silencio que siguió podría haber cortado el aire. Damián me miraba como si acabara de volar el edificio entero con una sola cerilla. Su madre, en cambio, simplemente sostuvo mi mirada... y sonrió.
-Interesante -dijo finalmente.