Es una verdad no escrita entre las familias ricas que las hijas no se casan por amor, si no por estrategia.
-He arreglado tu compromiso.
Hablo Lord William Windsor, abuelo de la joven.
El mundo se detuvo por un microsegundo. Helena Windsor parpadeo incrédula.
-¿Perdón, estas hablando enserio?
Helena era consciente de que ese momento llegaría, pero jamás espero que fuera tan pronto. Se removió en el asiento con incomodidad.
-Te vas a casar. Con el hijo de un viejo amigo mío. Se llama Gabriel Devereux. La boda será en seis meses. Todo está más que listo.
Helena lo miró como si acabara de decirle que iba a casarla con un cactus.
-¡Esto no es el siglo XIX! ¡No puedes decidir por mí como si fuera un jarrón de colección!
-Sí puedo -replicó él sin titubear-. Eres la heredera de esta familia. Y esta unión es estratégica. Además de haber otros intereses.
-¿Y el amor, abuelo? ¿Qué pasó con eso? No quiero casarme con un desconocido. Me niego. -Replico la joven.
Lord William miro a su nieta, acaso había mencionado la palabra amor.
-El amor viene después... con suerte. Y si no, siempre puedes divorciarte en cinco años. Pero cumplirás con tu deber. No eres una persona normal así que no puedes darte el lujo de elegir.
Helena sintió cómo se le formaba un nudo en el estómago. Había sido educada para resistir, para mantener la postura, para no mostrar debilidad. Pero eso... eso era demasiado.
Sabía que, si se negaba, pondría en riesgo la estabilidad de su madre, su hermana, su nombre, el negocio familiar. Por primera vez en años sintió el peso de su apellido.
-Esto es una locura, no deseo casarme, dime que existe otra opción. Algo que no involucre un anillo.
-No la hay Helena, si no cumples quedaras desheredada y lo sabes.
Helena apretó los puños con fuerza, era joven, soñaba con casarse por amor, no por un maldito contrato que la atara.
-Me casaré. Pero en cuanto termine el contrato, presentaré mi divorcio.
Su abuelo asintió satisfecho.
-Sabía que tomarías la decisión correcta. Eres sensata Helena. La persona ideal para cerrar este trato. No me decepciones. No quiero escándalos, deben de fingir frente a la sociedad de que son un matrimonio real.
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Semanas después, en una lujosa cafetería en el centro de Londres, se llevó a cabo la primera cita.
Helena llegó puntual. Se sentó en una mesa privada, pidió un té de jazmín, y esperó.
Y esperó.
Y esperó.
Veintisiete minutos tarde -sí, los contó- apareció él.
Gabriel Devereux.
Era guapo. Molestamente guapo. Alto, mandíbula marcada, barba de tres días perfectamente desprolija, y una sonrisa relajada que lo hacía parecer encantador y arrogante al mismo tiempo. Parecía el tipo de hombre que no busca agradar.
-¿Helena Windsor? -preguntó, sin quitarse las gafas de sol hasta después de sentarse frente a ella-. Eres aún más estirada de lo que pensé. La joya de la familia Windsor.
-¿Y tú eres aún más... tonto de lo que esperaba? -replicó ella, sin levantar la voz.
-Eso fue rápido, voy a dejarte algo claro princesa: no me interesa casarme, menos con una niña arrogante como tú.
Helena sintió el golpe, al parecer su matrimonio sería un campo de batalla.
-Al parecer estamos en la misma situación, si me tocara elegir, jamás me casaría con un imbécil como tú.
Gabriel se encogió de hombros y levantó la mano para llamar al camarero.
-No me interesa impresionarte. Yo tampoco pedí este compromiso. Mi padre firmó el acuerdo mientras yo estaba buceando en Bali. Cuando me llamaron, pensé que era una broma.
-Entonces... ¿por qué viniste?
-Porque mi papá me amenazó con desheredarme y dejarme en la calle, este acuerdo vale millones.
Helena sabía que no tenía opción, debía de estar cinco años al lado de ese tonto. De solo verlo le resultaba insoportable.
Gabriel se inclinó hacia ella, sonriendo con una mezcla de diversión y desinterés.
-Mira, esto va a pasar nos guste o no. No soy refinado y no tengo ningún interés en tus cenas de gala. Evita molestarme.
Gabriel era guapo, magnético e insoportable.
Helena suspiró de manera pesada.
-Entiendo, será un maldito infierno. Espero estes preparado.
Gabriel sonrió con verdadero interés. Al parecer no era del agrado de su prometida. En realidad poco le importaba.
-¿Es una amenaza?
Ella tomó su taza de té con la delicadeza de una reina y respondió sin mirarlo:
-Tómalo como quieras.
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Helena caminaba de un lado al otro por la amplitud de su habitación. El eco de sus tacones contra el mármol blanco retumbaba como un metrónomo de impaciencia. Se había quitado el abrigo de cachemira y lo había dejado caer sobre una silla, en ese momento no podía pensar en nada más que en él.
-Dicen que Gabriel es guapo -comentó Amanda Windsor desde la cama, con una voz cantarina-. Te envidio, Helena, te casarás con un hombre sexy.
Helena giró de golpe, con el rostro tenso, y clavó en su hermana menor una mirada que podría congelar un océano.
-Es un imbécil. -La palabra salió cargada de veneno-. Si lo hubieras visto... odia nuestro compromiso tanto como yo.
Amanda, con diecinueve años recién cumplidos y todavía con ese aire travieso de quien observa el mundo como un juego, no pudo evitar soltar una risita divertida.
-Al parecer, logró hacerte enojar. Y eso, hermana, es casi imposible.
Helena se dejó caer sobre el sofá, su matrimonio no le generaba alegría.
-Nunca pensé que me casaría sin amor... -susurró, más para sí misma que para su hermana.
Amanda inclinó la cabeza hacia un lado.
-Eso ya lo sabíamos, Helena. Una Windsor se casa por compromiso, no por amor.
El silencio se instaló por unos segundos. Afuera, el viento agitaba las cortinas de lino.
-Lo sé, Amanda -dijo finalmente Helena.
Amanda se levantó de la cama y caminó hasta sentarse junto a su hermana.
-Quizá no sea tan malo. Dicen que los opuestos se atraen. Y tú eres perfección... mientras que él es... caos.
Helena soltó una carcajada amarga.
-¿Opuestos que se atraen? No. Ese hombre es un huracán. No deseo casarme mas no tengo opción.
Amanda la miró con compasión.
-Quizá el amor llegue después. A veces, las historias que menos esperamos son las que terminan marcando nuestra vida.
Se levantó, recuperando la compostura.
-Cinco años, Amanda -dijo con voz firme, casi solemne-. Y luego seré libre. No puedo perder mi herencia por ese imbécil.