Damián levantó la vista de sus papeles, con el ceño fruncido. "¿Qué es eso de una prueba de ADN?"
Alicia se puso de pie, su rostro una máscara de confusión. "Braulio, ¿quién era?"
Braulio no respondió. Sintió como si el suelo se hubiera abierto bajo sus pies. La mujer sin hogar. Las cicatrices. El tatuaje. Los ojos que le habían suplicado.
Elisa.
Era ella. Había mirado a su antiguo amor, a su hermanastra, a la cara y la había llamado porquería. Había ordenado que la echaran como basura.
El peso total de ello lo golpeó. El ácido. La mano aplastada. Las cuerdas vocales seccionadas. Alguien le había hecho eso. Y él no había hecho nada.
El rostro de Eva estaba pálido. Intentaba mantener la compostura, pero un destello de pánico se veía en sus ojos. "Debe ser un error. Una broma. La prueba se hizo hace dos años. Soy tu hija, papi". Se volvió hacia Damián, con la voz temblorosa.
Damián miró de Eva a Braulio, su expresión endureciéndose. "Braulio, explícate. ¿Qué está pasando?"
"La mujer", dijo Braulio, su voz un susurro ronco. "La mujer sin hogar de la otra noche. Hice que mi asistente la encontrara. Hice que el doctor le hiciera una prueba". No podía mirarlos. Solo podía mirar sus manos sobre la pulida mesa de caoba. "Dijo... dijo que la prueba original era falsa".
"¡Eso es imposible!", jadeó Alicia, llevándose una mano al pecho. "¡El laboratorio era el mejor del país!"
"No...", susurró Eva, sacudiendo la cabeza. "No, está mintiendo. ¿Por qué mentiría?"
Braulio finalmente levantó la vista, sus ojos clavándose en los de Eva. Lo vio entonces. El terror detrás de la máscara de inocencia. La culpa.
"¿Por qué, Eva?", preguntó, su voz baja y peligrosa. "¿Por qué lo hiciste?"
"¿Hacer qué?", gritó ella, las lágrimas brotando de sus ojos. "¡No hice nada! ¡Soy la víctima aquí! ¿Recuerdas? ¡Elisa me atacó! ¡Nos robó!"
"La Elisa que yo conocía nunca se habría convertido en eso", dijo Braulio, las piezas encajando con una claridad horrible. "Era orgullosa. Era una luchadora. Alguien tuvo que romperla. Alguien tuvo que destruirla por completo".
Su mirada era implacable. "Alguien como tú".
El recuerdo de la historia de Eva de hacía dos años afloró. Afirmaba que Elisa había huido a Europa. Incluso había presentado estados de cuenta de tarjetas de crédito que mostraban gastos lujosos en París y Roma.
"Las tarjetas de crédito", dijo Braulio en voz alta. "Nunca vimos su rostro en ninguna grabación de seguridad. Solo transacciones. Cualquiera podría haberlas usado".
"¡Braulio, basta!", gritó Alicia. "¡Estás alterando a Eva! ¡Es tu prometida! ¡Está esperando un hijo tuyo!"
La mención del bebé, el supuesto heredero de la dinastía Garza, le dio a Eva una oleada de confianza. Se enderezó, colocando una mano protectora sobre su vientre aún plano.
"Tiene razón, Braulio. Me estás asustando. Y no es bueno para el bebé".
Pero Braulio no estaba escuchando. Recordaba el callejón. La mirada desesperada en los ojos de Elisa. La forma en que se había encogido cuando él habló. El dolor crudo y animal. Lo había visto, y había elegido ignorarlo. Había elegido la verdad más fácil. Había elegido a Eva.
Una ola de autodesprecio tan poderosa que lo enfermó físicamente lo invadió. Era tan culpable como la persona que había empuñado el ácido y el martillo. La había abandonado.
Recogió su teléfono caído. La voz de Marcos era metálica y frenética.
"¿Señor? Señor, ¿está ahí? Hay un problema. Se ha ido. La mujer... Elisa... dejó la clínica. Nadie la vio irse".
Un pavor helado, peor que cualquier cosa que hubiera sentido, se apoderó de él.
"Encuéntrala", ordenó, su voz temblando con una nueva urgencia. "Usa todos los recursos que tenemos. Revisa sus tarjetas de crédito, su teléfono... espera, no tiene nada. Revisa los albergues de la ciudad, los hospitales. ¡Ahora, Marcos. Encuéntrala ahora!"
Colgó y se puso de pie, su silla raspando ruidosamente contra el suelo. Miró a su familia, a la vida que había construido sobre una base de mentiras.
"Esta reunión ha terminado", dijo. Miró a Eva, sus ojos llenos de una furia fría que ella nunca antes había visto. "No hemos terminado. Tú y yo vamos a tener una charla cuando regrese".
Salió de la habitación, dejando un silencio atónito a su paso.
Damián se hundió lentamente en su silla, con el rostro pálido. "Alicia... ¿y si es verdad?"
Alicia se retorció las manos. "No puede ser. Damián, piensa en el escándalo. Piensa en la empresa".
Eva lloraba en silencio, su mundo cuidadosamente construido desmoronándose a su alrededor. Pero debajo de las lágrimas, su mente corría, buscando una nueva mentira, un nuevo escape. Era una superviviente. No dejaría que le quitaran esto. No ahora.
Braulio ya estaba en el ascensor, su mente una tormenta caótica de culpa y miedo. ¿A dónde iría? Una mujer sin nada, rota y sola. ¿A dónde va alguien cuando lo ha perdido todo?
Pensó en el puente que solían cruzar de noche, mirando las luces de la ciudad que creían poseer.
Por favor, Eli, rezó a un dios en el que no creía. Por favor, está viva.