Su Amor Cruel, Mi Corazón Roto
img img Su Amor Cruel, Mi Corazón Roto img Capítulo 7
7
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
Capítulo 11 img
Capítulo 12 img
Capítulo 13 img
Capítulo 14 img
Capítulo 15 img
Capítulo 16 img
Capítulo 17 img
Capítulo 18 img
img
  /  1
img

Capítulo 7

Pasó un mes en silencio. Luego, llegó una invitación. Una tarjeta en relieve solicitando mi presencia en la gala anual de beneficencia de la Fundación Garza, que se celebraría en el yate privado de Alejandro.

Me llamó personalmente. Su voz era tensa.

-Por favor, Carla. Ven. Necesitamos hablar.

Acepté. No porque quisiera hablar, sino porque quería terminar las cosas. Correctamente. Esta sería mi despedida final del mundo que casi me había destruido.

El yate era un palacio flotante de luz y champán. Me sentí fuera de lugar con mi sencillo vestido negro, un fantasma en el festín. Los susurros me seguían como una sombra.

-¿Es ella? ¿La guardaespaldas desfigurada?

-Escuché que la mantiene cerca por lástima.

Las palabras eran pequeños cortes, pero ya estaba cubierta de cicatrices. Apenas las registré.

Luego, el evento principal. Una conmoción estalló cerca de la gran escalera. Clara estaba allí, apuntándome con un dedo tembloroso.

-¡Me amenazó! -gritó, su voz resonando con una falsa acusación-. ¡Me dijo que debería saltar por la borda! ¡Intentó empujarme!

Era una actriz nata. Sus lágrimas parecían reales, su angustia convincente. Todos los ojos se volvieron hacia mí.

-No te toqué -dije, mi voz tranquila.

-¡Mentirosa! -chilló-. ¡Solo estás celosa! ¡Lo quieres todo para ti!

La multitud jadeó. Ahora era una lunática violenta a sus ojos. Un monstruo y una criminal.

Miré a Alejandro. Se quedó allí, en silencio, su rostro ilegible. Su silencio era su veredicto. Le creía. De nuevo.

Mi corazón, que pensé que ya estaba muerto, sintió un último y sordo dolor.

De repente, un grito.

En su momento de triunfo, Clara se había acercado demasiado a la barandilla. Una ola meció el yate y perdió el equilibrio. Cayó por el costado, al agua oscura y agitada de abajo.

-¡CLARA! -El rugido de Alejandro fue primario, un sonido de puro terror.

Se abalanzó hacia la barandilla, listo para saltar tras ella.

-¡Que alguien la salve! ¡AHORA! -bramó, su rostro pálido de miedo.

La seguridad lo detuvo. El mar estaba agitado, la tormenta arreciaba. Era demasiado peligroso.

-¡Señor, no puede!

La gente gritaba, corriendo en pánico. Nadie se movía para ayudar. Las olas eran demasiado altas, la corriente demasiado fuerte.

Lo observé. Observé al hombre al que le había dado mi vida, completamente deshecho por su amor por otra mujer.

Entonces, caminé hacia él.

Todavía luchaba contra sus guardias, sus ojos salvajes.

Me paré frente a él e hice una pequeña reverencia formal. Del tipo que una guardaespaldas le hace a su empleador.

-Señor -dije, mi voz clara y firme por encima del caos-. Durante los últimos tres años, he recibido una bala por usted, he sufrido diecisiete heridas de cuchillo y me he roto veintitrés huesos. Esta noche, salvaré su vida. Después de esto, la deuda entre nosotros está saldada. Estamos a mano.

Me miró fijamente, su mente procesando lentamente mis palabras. La comprensión amaneció en sus ojos.

-¡Carla, no! ¡No lo hagas! ¡Es una orden!

Sus guardias, pensando que yo era una amenaza, apretaron su agarre sobre él.

-Esta es la última vez que desobedeceré su orden, señor -dije. Una pequeña y genuina sonrisa tocó mis labios por primera vez en años-. Y se siente maravilloso.

Me di la vuelta y corrí hacia la barandilla.

No dudé. Salté al agua negra y helada.

El frío fue un shock, pero mi entrenamiento tomó el control. Luché contra la corriente, mis ojos escaneando las olas oscuras. La vi, un destello de blanco, luchando por mantenerse a flote.

La alcancé, la agarré y comencé a tirar de ella hacia la balsa salvavidas que habían arrojado desde el yate.

La empujé hacia arriba, usando mis últimas fuerzas. Se subió a la balsa, a salvo.

Yo estaba flotando, agotada, mi cuerpo gritando en protesta. La miré, esperando... no sé qué esperaba. Quizás no un gracias, pero al menos no esto.

Me miró, sus ojos llenos de un odio puro e inalterado.

-Deberías haberte muerto -siseó.

Levantó el pie y me pateó. Fuerte. En la cara.

El golpe me aturdió. Mi agarre en la balsa se deslizó.

-Vete al infierno, perra horrenda -escupió.

Me pateó de nuevo, empujándome lejos de la balsa, de vuelta al mar embravecido.

Comencé a hundirme. El agua llenó mis pulmones. Las luces del yate se hicieron distantes.

Esto era todo.

Este era el final.

Pero mientras la oscuridad se cernía, sentí una extraña sensación de paz.

Era libre.

En la cubierta del yate, Alejandro finalmente se liberó de sus guardias. Corrió hacia la barandilla, sus ojos escaneando el agua oscura.

Vio la balsa salvavidas con Clara en ella. Pero no me vio a mí.

-¡CARLA! -gritó, su voz un sonido crudo y agonizante que fue tragado por la tormenta-. ¡CARLAAAAA!

El mar no le dio respuesta.

                         

COPYRIGHT(©) 2022