"Fuentes cercanas confirman que el supuesto secuestro de Isabela Sierra fue una farsa para ocultar una infidelidad. Se rumora que la señora Maroto está embarazada de otro hombre y que intentó un aborto clandestino que salió mal" .
El mundo se me vino encima. Antes de que pudiera reaccionar, la puerta de la habitación se abrió de golpe.
Era Rafaela Ferreiro, la madre de Adrián. Entró como una furia y, sin decir una palabra, me abofeteó con todas sus fuerzas.
"¡Desvergonzada! ¡Has deshonrado a mi familia!" , gritó, con el rostro deformado por la rabia.
Dos hombres vestidos de negro me agarraron de los brazos. Rafaela me miró con desprecio.
"Creíste que podías engañarnos, ¿verdad, zorra? Ahora verás lo que le pasa a la gente que se mete con los Maroto" .
Me arrastraron fuera de la clínica y me metieron en un coche. Terminamos en una hacienda remota, en una habitación aislada y sin ventanas. Me encerraron allí. El calor era sofocante, asfixiante.
Rafaela llamó a Adrián por videollamada y me puso el teléfono en la cara.
"¡Adrián, dile a tu madre que me saque de aquí!" , grité.
La cara de Adrián en la pantalla estaba tensa. "Isabela, por favor, solo ten paciencia. Mi madre está muy alterada. En cuanto se calme, iré por ti y te compensaré por todo, te lo juro" .
De repente, un dolor agudo, como un cuchillo al rojo vivo, me atravesó el vientre. Un líquido caliente comenzó a correr por mis piernas. Sangre.
"¡Mi bebé!" , grité, aterrorizada. "¡Adrián, llama a una ambulancia! ¡Mi bebé!"
Corrí hacia la puerta y empecé a golpearla con desesperación. "¡Abran! ¡Por favor, salven a mi hijo!"
La voz fría de Rafaela llegó desde el otro lado de la puerta. "¿Qué hijo? Pensé que ya te habías deshecho de ese bastardo. Asegúrate de que salga todo bien esta vez" .
Mis uñas se rompieron al arañar la madera de la puerta. "¡Es tu nieto! ¡Es el hijo de Adrián!"
La única respuesta fue el sonido de sus pasos alejándose.
Me derrumbé en el suelo, en un charco de mi propia sangre, y pasé la noche más larga de mi vida, sintiendo cómo la vida de mi hijo se me escapaba.
Al amanecer, los hombres de negro abrieron la puerta. Me llevaron de vuelta a la clínica, a la misma mesa de operaciones. Mientras sentía cómo me vaciaban por dentro, mi teléfono vibró.
Era un mensaje de Adrián.
"Lo siento, mi amor. Sé que te he hecho daño. Hablaré con mi madre. Todo se arreglará" .
Una lágrima solitaria rodó por mi mejilla. Ya nada podía arreglarse.
Con los dedos temblorosos, busqué un número en mi teléfono que no había marcado en años. Un número que me había prohibido a mí misma.
La llamada se conectó. Esperé, con el corazón en un puño.
"Papá..." , logré susurrar, con la voz rota por el llanto y el dolor, antes de que la oscuridad me envolviera.
Al otro lado del mundo, en medio de una reunión de la junta directiva, Augusto Sierra interrumpió al director financiero con un gesto.
"Un momento".
Contestó la llamada. Su rostro, normalmente impasible, se tensó al escuchar el débil susurro de su hija.
"¿Isabela? ¿Qué pasa? ¿Dónde estás?"
Solo escuchó el pitido monótono de los monitores del hospital antes de que la llamada se cortara.
Se puso de pie de un salto, derribando su silla. El silencio en la sala de juntas era total.
"Localicen este número. Quiero saber en qué hospital está mi hija, ¡ahora!" , rugió a su asistente. "Prepara el jet. Cancela todas mis citas. Vamos a traer a mi princesa a casa".