La Esposa Descartada: El Ascenso de una Leyenda Legal
img img La Esposa Descartada: El Ascenso de una Leyenda Legal img Capítulo 4
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Capítulo 4

La fiesta en el Bar Cielo era un hervidero de gente refinada. El champán fluía y el aire zumbaba con chismes y risas. Santiago se sentía como pez en el agua, dominando la conversación con un grupo de amigos, y con la radiante Valeria a su lado.

"Se ven estupendos juntos", dijo un amigo de Santiago, un colega fiscal de nombre Marcos. Levantando su copa, añadió: "Es como si estuvieran hechos el uno para el otro".

"Siempre pensé que estabas loco por dejarla ir, Santiago", agregó otra amiga, Sofía, dirigiéndole a Valeria una mirada de admiración. Esta última sonrió amablemente antes de decir: "Primero teníamos que encontrarnos a nosotros mismos. Algunas relaciones están... destinadas a ser".

Santiago sintió una cálida sensación extenderse por su pecho. Todo eso se sentía perfecto. Así se suponía que debía ser su vida. "Por cierto, ¿dónde está tu esposita, Santiago?", preguntó Marcos con una sonrisa burlona. "¿En casa, horneando galletas?". El grupo estalló en carcajadas.

Santiago sintió una breve e incómoda punzada. Sabía que todos pensaban que Eva era una mujer aburrida, sencilla y callada que no encajaba en su mundo de élite. Nunca la había defendido ni tratado de que la vieran de otra manera. Porque, en cierto modo, estaba de acuerdo con ellos.

"No... se siente bien". Esa mentira salió con facilidad de la boca de Santiago. "Probablemente sea lo mejor", dijo Sofía encogiéndose de hombros. "Este no es su ambiente. Necesitas una mujer que pueda seguirte el ritmo, alguien como Valeria".

Santiago estuvo totalmente de acuerdo. Sonriendo, cambió de tema, acercando a Valeria hacia sí. Mientras tanto, a cientos de kilómetros, Eva se encontraba en un vuelo nocturno a Nueva York. Las luces de la ciudad brillaban abajo como una alfombra de diamantes esparcidos. No estaba mirando por la ventanilla. Su rostro estaba iluminado por el resplandor de la pantalla de su laptop.

Estaba revisando los documentos finales de la hostil oferta pública de adquisición. En esos momentos ya había encontrado el punto débil del oponente, la falla fatal en su estrategia. Era un pequeño detalle pasado por alto en una nota al pie de un informe financiero de una década de antigüedad, el cual desentrañaría todo el caso.

Sentía la emoción de la caza, la concentración fría y clara que le había valido el sobrenombre de Némesis. La mujer que horneaba galletas y esperaba a su esposo era un recuerdo lejano, un personaje en una historia que ya no era suya. Cerró el archivo y abrió una página en blanco.

En la parte superior, escribió el siguiente encabezado: SANTIAGO VARGAS: ESTUDIO DE CASO Sin demora comenzó a escribir, parecía que sus dedos volaban sobre el teclado. Enumeró las fortalezas de su aún esposo, sus debilidades, sus hábitos y sus puntos ciegos. Luego, analizó el listado con la misma precisión fría que usaría con un rival corporativo.

Durante tres años había tratado de entenderlo como esposo. Ahora, lo entendería como un adversario. Cuando el avión comenzó su descenso hacia el Aeropuerto JFK, Eva cerró su laptop y miró por la ventanilla. El horizonte de Manhattan se alzaba para recibirla con la promesa de un nuevo comienzo.

Ya no era la señora Vargas, nuevamente era Némesis y estaba de vuelta en su reino.

            
            

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