Eva empacó solo una maleta. Únicamente se llevaría las cosas que eran suyas antes de casarse. Sus libros, algunos atuendos sencillos que se había comprado ella misma y la caja que contenía la vida que había puesto en pausa. Todo lo demás, la ropa de diseñador que Santiago le había comprado sin preguntarle su talla o gustos y los utensilios de cocina que había usado para perfeccionar sus platillos favoritos, los dejó atrás. Eran mera utilería en una obra en la que ya no actuaba.
Mientras cerraba la cremallera de la maleta, sonó el timbre. El sonido resultó discordante en la casa silenciosa. No esperaba a nadie. Al abrir la puerta, se encontró con una mujer que parecía sacada de la portada de una revista. Era alta y esbelta, y vestía un impecable traje sastre blanco que probablemente costaba más que el presupuesto mensual de Eva para el supermercado. Su pelo rubio estaba perfectamente peinado y su sonrisa era brillante, practicada y carente de una calidez real. Incluso sin que se presentara, Eva supo quién era: Valeria Montes.
"Hola. Tú debes de ser Eva. Soy Valeria", dijo esta con una voz suave como la seda. No le ofreció la mano a la otra. Solo miró sobre su hombro, hacia el interior de la casa.
"¿Está Santiago? Se suponía que nos reuniríamos para desayunar y afinar los detalles finales de la revisión legal de mi marca". Antes de que Eva pudiera responder, la voz de su esposo retumbó desde el pasillo: "¡Valeria! Llegaste temprano".
El hombre pasó junto a Eva. Su rostro resplandecía con una sonrisa genuina que no le había dirigido a ella en años. Luego, envolvió a Valeria en un cálido abrazo. Su intimidad desenfadada hablaba de una historia larga y profunda.
"Estaba por la zona", contestó Valeria, apartándose, pero manteniendo una mano en el brazo del hombre. "Estoy un poco preocupada por el asunto de la propiedad intelectual. El lanzamiento de mi nueva línea de ropa es esta semana y no puedo permitirme ningún contratiempo".
"No te preocupes", dijo Santiago con una voz que era un murmullo bajo y tranquilizador. "Tengo todo bajo control. Ya revisé la jurisprudencia correspondiente. Les pondremos un alto antes de que sepan qué los golpeó".
Con eso, el hombre guio a su exnovia a la sala de estar, olvidando por completo que Eva estaba parada en la entrada. Se sentaron en el sofá, con las cabezas juntas sobre una tableta que Valeria sacó de su bolso de diseñador. El hombre estaba completamente absorto y concentrado, como cuando se enfocaba en ganar casos imposibles. Algo que nunca le había mostrado a su esposa.
Eva los observó, y le pareció que se veían perfectos juntos. Una pareja muy poderosa de la Ciudad de México; él, el mejor fiscal, y ella, una diseñadora famosa. Parecían sacados de un cuento de príncipes y princesas.
Eva no sintió ni celos, ni ira. Solo una profunda y escalofriante claridad. Ella era una completa extraña ahí. Un reemplazo. Audicionó tontamente para un papel que no sabía que ya había sido asignado. En silencio cerró la puerta principal, regresó a su habitación y tomó su maleta.
Poco después, al pasar por la sala de estar, oyó a Valeria reír. "¡Oh, Santiago! Incluso recuerdas que tomo mi café con una de azúcar y un chorrito de leche de almendras. Siempre me has conocido mejor que nadie".
"Hay cosas que no se olvidan", respondió él con voz suave. Eva se detuvo, con la mano en el pomo de la puerta. Ella había pasado tres años preparando el café de su esposo cada mañana. Negro, con dos de azúcar. Algo que él probablemente no podría recordar, ni aunque su vida dependiera de eso.
Y así, la mujer salió de la casa sin hacer ruido ni mirar atrás. Cuando tomó un taxi hacia el aeropuerto, el sol de la Ciudad de México se sentía áspero y ajeno en su piel.
Ya en el avión, mientras la extensa ciudad se encogía debajo de ella, abrió su laptop. Arturo ya le había enviado los archivos del primer caso que asumiría a su regreso; una hostil oferta pública de adquisición. El cliente estaba al borde de la ruina, y el abogado contrario era de una firma sumamente despiadada.
Se decía que era un caso imposible de ganar. Mientras Eva leía el informe preliminar, su mente comenzó a trabajar como un engranaje. La emoción familiar del desafío, la búsqueda de la debilidad y la estrategia se desplegaron en su mente. Era como volver a respirar, después de haber contenido el aliento durante tres años.
La mujer que había arreglado flores y esperado a que su esposo llegara a casa había desaparecido para siempre. Némesis había vuelto a la carga.