Mi padre biológico, el Rey de Catar, somete bajo leyes escritas en un cuaderno.
Leyes que roban la libertad y condenan a los más vulnerables.
¿Y aquí?
Aquí las mujeres están servidas en un maldito menú.
Mis manos tiemblan por dentro.
Me lo trago todo con un sorbo de whisky.
Uno de los inversionistas noruegos me da una palmada en la espalda.
Sonríe satisfecho con su elección.
-Quiero a esa -dice con descaro señalando una página del menú.
Como si estuviera eligiendo un trago.
Un carro.
Una perrâ.
Leandro me sujeta la muñeca antes de que estalle. No hace falta decir nada. Lo sabe. Lo ve en mis ojos.
Y pensar que hace unas horas me estaba riendo...
Nunca pensé que un catálogo de mujeres semidesnudas me haría desear quemar el mundo entero.
Pero aquí estoy, sentado en un bar, fingiendo sonreír mientras los inversionistas hojean lo que, para ellos, es solo la "otra" carta de la casa.
En lugar de platos, hay cuerpos.
En vez de nombres, apodos.
Intento no mirar, pero una de las fotos me hiela la sangre: una chica en ropa interior, con el rostro cubierto.
Un pensamiento inquietante se instala en mi mente.
"¿Y si es menor de edad? ¿Y si la ocultan por eso?"
Esa idea me descompone el estómago.
Me arde la sangre.
"Tengo que averiguarlo..."
-Leandro, averigua todo sobre ella -le murmuro, señalando la foto de la chica sin rostro.
Ropa interior negra, postura de mujer liberal... pero a la vez puedo ver su inocencia. Su nombre falso.
Él asiente, serio.
Baza, por su parte, se mantiene alejado, pero siempre alerta, siempre atento a mi seguridad y a todo lo que pasa a mi alrededor.
-Pronto, cada una de estas muñecas será parte de mis bares -dice con prepotencia el hombre que nos entregó los catálogos.
Uno de los noruegos, borracho y satisfecho, señala la misma imagen.
-Xavier, me gustaría tener a la chica que no se le ve el rostro.
Siento cómo una vena me late en el cuello.
Leandro me lanza una mirada firme, pero todo dentro de mí está por explotar.
No puedo creer que la vida de estas chicas termine así, como si fueran objetos.
(---)
Salimos del bar. La brisa nocturna golpea nuestros rostros y el frío cala hasta los huesos. Los abrigos no bastan para protegernos, pero amo esta sensación.
"Otra cosa que extrañaba."
-Vamos a caminar -digo apresurado cuando el chófer abre la puerta del coche.
Las calles están en silencio, y lo único que resuena es el eco de nuestros pasos sobre el adoquín.
-Estás demente... ¿Acaso quieres matarnos de pulmonía? -protesta Leandro-. Mira al pequeño hombre cómo tiembla... ¡Ten compasión!
Observo a Baza, quien frota sus manos contra sus labios, intentando calentarlas con su propio aliento.
-Baza, no creo que un poco de frío te mate -me giro para mirarlo de frente mientras camino hacia atrás-. ¿Qué tal una carrera? Así no se congelan el trasero.
No espero respuesta. Simplemente empiezo a correr.
"¡Dios, esta sensación de libertad es maravillosa!"
Siento cómo cada partícula de mi piel la disfruta.
-¡Oye, tramposo, espera! -grita mi primo.
-Príncipe, definitivamente usted sufre de una enfermedad mental -añade Baza a los gritos.
Solo sonrío, al disfrutar el aire en mi rostro y sentirme ligero, sin presiones.
(---)
Un cuarto de hora después, llegamos al apartamento. Agitados, sudorosos, pero con una sonrisa en los labios.
En el apartamento, la calefacción mantiene el ambiente cálido, un refugio contra el frío de la noche.
Al entrar, nos despojamos de los abrigos húmedos por la brisa helada.
Baza comienza a estornudar, interrumpiendo el pesado silencio que se había instalado en la sala.
Obviamente, venir del extremo calor de Oriente a este lugar donde el frío cala hasta los huesos es un cambio brusco.
"Eso, que todavía le falta enfrentarse al hielo de Rusia."
Leandro sirve tres vasos de whisky y nos ofrece uno a cada uno.
Lo bebemos de un solo trago, dejando que el calor del licor nos calme mientras nos acomodamos en los sofás de la sala.
-Baza, ¿ahora sí suelta la lengua y dinos qué averiguaste? -pregunta Leo con tono curioso, girándose hacia él.
La expectativa en su voz hace que mi ceja se levante y mantenga la mirada en mi buen amigo.
Baza, con su porte y apariencia de hombre calmado, tiene un talento natural para mezclarse con la gente.
Se infiltró con los empleados del bar con una facilidad envidiable.
Cada minuto confirmo que su inteligencia se está desperdiciando en la servidumbre del palacio.
"Algo que cambiaré al regresar, no tengo duda."
-Muchas de las chicas que trabajan allí fueron traídas con engaños. Se aprovecharon de su ingenuidad y su desesperación por dinero para salir de problemas, sin saber que estaban entrando en algo mucho peor -dice Baza, su tono grave, serio. Aunque su rostro está totalmente neutral.
Sé que está acostumbrado a ver a las mujeres sin libertad de elegir.
Mi mirada se endurece y giro la cabeza, encontrándome con los ojos de Leandro. Sin palabras, él me entiende.
La chica de la foto, aunque no tiene rostro, me ha cautivado de una manera que jamás lo ha hecho ninguna mujer.
Algo que no sé cómo explicar ha prendido una chispa en mí. No sé qué, ni por qué, pero no puedo dejar de pensar en ella.
-Explícate -digo, llenando nuevamente los vasos.
Mi voz, ahora más baja, trata de ocultar la ansiedad que me recorre al pensar en ella.
Baza suspira y toma un sorbo del vaso mientras sus manos tiemblan ligeramente.
-El cantinero, el más hablador de todos, me dijo que existe un lugar donde las chicas, por problemas económicos, subastan su virginidad. Normalmente, Javier Amadeus...
-El dueño del bar -interrumpe Leandro. Su expresión se endurece al escuchar el nombre.
-Sí, el irlandés que les pasó los catálogos. Él es quien las compra -añade Baza.
-¿Pero? -pregunto, notando que la incomodidad de Baza crece.
Sé que hay algo más... Siempre lo hay.
Baza se levanta de su asiento y da un par de pasos hacia la ventana, buscando espacio para respirar.
Su cuerpo está tenso, aunque sus movimientos son como siempre: calmados, medidos, calculados.
Sé que está intentando ocultar que algo lo aflige.
Admiro eso. Nunca lo he visto perder el control ni la cara de póker.
-Las engaña. En los contratos de compra, añade cláusulas ocultas que ellas no entienden o simplemente no leen. Deudas impagables, compromisos sin salida.
Entiendo lo que no dice... una vez dentro, no tienen forma de escapar. Se convierten en esclavas sexuales.
Mis puños se cierran con tanta fuerza que los nudillos crujen, resonando en la quietud de la sala.
La ira, caliente y poderosa, me recorre en oleadas.
Golpeo la mesa de centro con violencia, haciendo que los vasos tintineen.
-¡Maldito hijo de puta! ¿Quién demonios se cree para aprovecharse de ellas?
Leandro se levanta de su silla, con calma, y me da unas palmaditas en el hombro.
-Primo... lo mejor es alejarnos de ese tipo. No me gustó ni su prepotencia ni la manera en que hablaba de esas mujeres -su tono, aunque serio, intenta calmarme.
Baza se sienta frente a mí, ahora más cerca, y me mira con serenidad, intentado calmar la furia que amenaza con incendiar todo a su paso.
-Príncipe... ese tal Xavier es un hombre peligroso. Las mujeres que logran salir de allí es porque alguien pagó una fortuna por ellas... o porque las sacaron con los pies por delante.
El frío se instala en mi pecho. Sus palabras me sacuden y la ansiedad mezclada con el miedo me sobresaltan.
Mi mente automáticamente regresa a la chica de la foto.
-¿De dónde las saca? -pregunto, mi voz es una mezcla de furia y un temor desconocido, que me eriza la piel.
Baza camina hacia el perchero, rebusca en su abrigo y regresa con un papel doblado.
-Aquí está el nombre de la agencia de modelaje en Dublín, Irlanda... -me extiende la nota-. Top Modelo Milenium. El cantinero no supo decirme qué tan involucrada está la dueña, pero aseguró que es su mayor proveedora.
Le paso el papel a Leandro. Para muchos, esto sería solo un dato más, una pista sin importancia. Pero para mí... es una luz de esperanza.
-Mañana ve a esa agencia -digo con voz firme, más allá de la rabia, ya casi con una determinación inquebrantable-. Yo me encargo de visitar los viñedos en Valencia.
Lo haré, pase lo que pase. No puedo permitir que ella caiga en esa red. Si hay alguna forma de evitarlo, lo haré. La protegeré. Seré su ángel guardián.
"Mierdâ... qué loco estoy. Es una extraña y, sin siquiera ver su rostro, ya me ha cautivado". Susurro en mi mente, incapaz de dejar de pensar en ella.
Leandro mantiene su mirada fija en mí, observando cada uno de mis movimientos. Bebe un gran sorbo de su trago, pensativo, como si estuviera analizando lo que acaba de escuchar.
-¿Qué quieres que haga? ¿Hasta dónde puedo llegar? -pregunta, su voz seria, dejando claro que está dispuesto a hacer lo que sea necesario.
Ahora no tengo al frente a mi primo, sino a un abogado implacable, un estratega dispuesto a mover montañas si es necesario por cumplir el objetivo.
Lo miro a los ojos, mis labios se fruncen, y la vena de mi cuello comienza a saltar, llena de tensión. Mi respuesta es fría, decidida, como si fuera una orden.
-Todo. Tienes carta blanca. Tu misión es protegerla, sin importar el costo. Haz lo que sea necesario, no me importa el precio.
Baza susurra algo que parece querer decir, pero no se atreve. Alzó una ceja, desafiándolo.
-No te calles, Baza.
-Príncipe, el dinero que uses no debe salir de ninguna de sus cuentas personales. Incluso debe empezar a utilizar otras personas para que salvaguarden sus bienes.
Mis puños se aprietan con fuerza. El aire se vuelve denso, cargado de rabia.
-¿Estás sugiriendo que el Rey conoce los movimientos de mis cuentas personales? -pregunto, mi voz más baja, pero más peligrosa.
Baza baja la mirada y asiente, incapaz de mirarme a los ojos.
Aunque quiero matar y comer del muerto, al saber que él... el Rey y su clan de lame suelas siempre están ahí siguiéndome... me calmo. Baza no es el enemigo. Y me ha hecho un enorme favor al confiarme ello.
Me levanto y le doy un par de palmaditas en el hombro. Un gesto de reconocimiento.
-Gracias, Baza. Esta te la debo y te prometo que te lo compensaré.
-Príncipe, con estar a su lado es más que suficiente.
Niego con la cabeza, sin apartar la mirada.
Leandro se rasca el mentón, y por el brillo en sus ojos, sé que tiene una gran idea...