El piso entero era un espectáculo de lujo minimalista: mármol blanco, cristales pulidos, luz natural a raudales y un silencio casi religioso. A cada paso que daba, Catalina sentía el peso de las miradas de quienes la rodeaban. Algunos empleados susurraban entre ellos, otros tecleaban con rapidez, y todos la observaban con esa mezcla de curiosidad y juicio reservada para los recién llegados.
Ajustó la blusa blanca que había planchado tres veces esa mañana y caminó con determinación hasta la recepción privada del CEO. La asistente de Dante Moretti, la misma mujer implacable de la entrevista, la esperaba tras un escritorio impecable.
-Señorita Vega -dijo sin levantar la vista de su computadora-, el señor Moretti no tolera la impuntualidad. Llegó con... -miró su reloj dorado- tres minutos de antelación. No es malo, pero tampoco bueno.
Catalina forzó una sonrisa.
-Intentaré mejorar el récord mañana.
Por un instante, creyó ver una sombra de aprobación en los labios perfectamente delineados de la asistente. Pero se desvaneció al segundo siguiente.
-Sígame -ordenó.
La puerta automática se abrió, revelando el despacho del CEO. Catalina se detuvo en el umbral, tragando saliva.
La oficina era inmensa, con ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. El escritorio de Dante, de madera negra y bordes afilados, estaba al centro, flanqueado por estanterías llenas de libros y carpetas perfectamente alineadas. Todo era simétrico, calculado, casi intimidante.
Y allí estaba él.
Dante Moretti se encontraba de pie, de espaldas a ella, observando el horizonte con las manos en los bolsillos del pantalón. Vestía un traje gris oscuro perfectamente entallado que destacaba la firmeza de sus hombros. La luz natural delineaba el contorno de su perfil, y Catalina no pudo evitar notar lo increíblemente atractivo que era... hasta que se giró.
El magnetismo que emanaba era casi físico. Ojos grises, fríos como acero, labios definidos y una expresión que mezclaba poder, autoridad y algo más difícil de descifrar.
-Señorita Vega -dijo con voz profunda, sin rastro de cordialidad-. Llegó temprano. Me sorprende.
Catalina parpadeó, confundida por el comentario.
-Pensé que la puntualidad era importante.
-Lo es. Pero la anticipación excesiva revela ansiedad, y la ansiedad lleva a los errores.
Catalina apretó los labios para no replicar, pero una parte de ella se negó a dejarlo pasar.
-Quizá no se trata de ansiedad -respondió con calma-. Quizá se trata de estar preparada.
Dante la miró por unos segundos que se sintieron eternos. Entonces, una de sus cejas se arqueó apenas.
-Interesante. No suele gustarme que me contradigan... y menos el primer día.
-No lo contradije -dijo ella, alzando el mentón-. Solo aclaré un punto de vista diferente.
Dante sonrió, pero no era una sonrisa amable; era peligrosa, como la de un depredador que descubre que su presa es más desafiante de lo esperado.
-Veremos cuánto le dura esa valentía -murmuró, mientras la rodeaba con la mirada-. Venga. Le mostraré lo que espero de usted.
Catalina lo siguió hasta una mesa de reuniones donde había tres carpetas cerradas. Él tomó una y la dejó caer frente a ella con un golpe seco.
-Necesito que aprenda el sistema de archivo interno, los códigos de acceso y la base de datos corporativa. Tiene hasta mañana para memorizar todo.
Catalina abrió la carpeta y vio más de doscientas páginas llenas de códigos, diagramas y gráficos.
-¿Mañana? -preguntó, incrédula.
-Mañana -repitió Dante, sin un ápice de emoción-. Si no puede, sabré que me equivoqué al contratarla.
Catalina respiró hondo, intentando ocultar el temblor en sus manos. No podía perder este trabajo. No ahora.
-Lo haré -dijo finalmente, con voz firme.
Dante la observó, ladeando apenas la cabeza, como si evaluara algo más allá de sus palabras.
-Eso espero, señorita Vega. No me gusta perder el tiempo con personas mediocres.
Algo en el tono seco de su voz la irritó. Ella no solía dejarse intimidar, pero había algo en la arrogancia de ese hombre que despertaba su instinto de lucha.
-Le aseguro que no soy mediocre -respondió con seguridad.
Por primera vez, Dante sonrió de verdad, aunque no era una sonrisa cálida; tenía filo, como el filo de un cuchillo.
-Me gusta que crea eso. Los que confían demasiado en sí mismos son los que más interesante resulta... romper.
El silencio se hizo espeso. Catalina sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No supo si era miedo o... otra cosa.
Dante se dio media vuelta y regresó a su escritorio, abriendo otra carpeta.
-La asistente anterior duró dos semanas -dijo, como si fuera un dato irrelevante-. Espero que no repita su error.
-¿Qué error? -preguntó Catalina, aunque parte de ella prefería no saberlo.
Él alzó la mirada, clavándola en sus ojos.
-Creer que podía desafiarme.
Catalina apretó los labios. No respondió. Si lo hacía, sabía que perdería el control.
El resto de la mañana transcurrió en una tensión casi palpable. Dante daba órdenes rápidas, precisas, sin explicar demasiado. Era un hombre que esperaba resultados inmediatos y no tenía paciencia para segundas oportunidades. Catalina, por su parte, se obligó a mantener la calma, a seguir cada instrucción al pie de la letra.
Pero en más de una ocasión, sintió su mirada sobre ella. No era solo vigilancia profesional; había algo más. Una intensidad difícil de describir, como si intentara descifrarla.
A la hora del almuerzo, Catalina se dirigió a la cafetería de la empresa, donde el murmullo de las conversaciones se apagó apenas cruzó la puerta. Algunos empleados susurraban y otros la observaban con descaro. Alcanzó a escuchar fragmentos de conversaciones:
-... es la nueva asistente del jefe...
-... no durará ni una semana...
-... dicen que nadie sobrevive a Moretti...
Catalina fingió que no escuchaba, pero por dentro sentía cómo el peso de las expectativas caía sobre ella.
Cuando regresó a la oficina, Dante estaba de pie junto a la ventana, hablando por teléfono en italiano. Su voz era grave, firme, cortante. No entendía las palabras, pero la intensidad en su tono le provocó un escalofrío. Al verla entrar, colgó de inmediato.
-Necesito que prepare un informe financiero para la reunión de mañana -ordenó-. Tendrá que quedarse después de hora.
Catalina asintió, aunque sabía que eso significaba llegar a casa cerca de la medianoche.
Mientras reunía los documentos, sintió su presencia demasiado cerca. Dante se inclinó ligeramente hacia ella, apoyando una mano sobre el escritorio, y su voz sonó más baja, casi como un murmullo.
-Le daré un consejo, señorita Vega. En esta oficina, no confíe en nadie. Ni siquiera en mí.
El corazón de Catalina dio un salto.
Cuando salió del despacho esa noche, exhausta, entendió que Dante Moretti no era un hombre fácil de manejar. No solo porque era exigente, frío e imposible de complacer... sino porque había algo en él que resultaba peligrosamente magnético.
Y Catalina, aunque no quería admitirlo, ya estaba atrapada en su órbita.