Catalina lo miró, levantando una ceja. Su primer pensamiento fue que se trataba de otra prueba laboral, otra tarea imposible. Pero había algo en el tono de Dante que la hizo estremecerse: no era profesional, sino personal.
-¿De qué se trata? -preguntó, tratando de mantener la calma.
Dante permaneció en silencio unos segundos, observándola como si evaluara su reacción. Finalmente, abrió un expediente que había estado guardado discretamente sobre la mesa y lo deslizó hacia ella.
Catalina lo miró con curiosidad. Al abrirlo, vio documentos que contenían nombres, fechas, transacciones financieras y fotografías antiguas. Su corazón comenzó a latir más rápido cuando reconoció algunos detalles familiares.
-Señor Moretti... -dijo, con un hilo de voz-, ¿qué es esto?
Él se inclinó hacia atrás en su silla, cruzando los brazos, y la mirada no abandonó la suya.
-Se trata de su apellido, señorita Vega. Y de lo que representa para mí y para mi familia.
Catalina frunció el ceño. No entendía hacia dónde se dirigía la conversación, pero la tensión era palpable.
-No entiendo... -empezó a decir, aunque ya sentía un peso familiar que le oprimía el pecho.
Dante suspiró, como si llevara años esperando este momento.
-Su familia... los Vega -dijo con cuidado, midiendo cada palabra-, arruinó a los Moretti hace más de diez años. Fraudes financieros, traiciones, movimientos estratégicos que destruyeron empresas, propiedades y el futuro de mi familia. Su apellido está marcado en la historia de nuestra caída.
Catalina se quedó en silencio. Las palabras de Dante golpearon más fuerte que cualquier reporte de trabajo, más que cualquier desafío que hubiera enfrentado hasta ahora. Su corazón se aceleró y su mente buscó explicaciones, justificaciones, cualquier cosa que pudiera salvarla de lo que sentía que se venía.
-Yo... yo no... -balbuceó-. No tenía nada que ver con eso.
Dante ladeó la cabeza, sus ojos grises fijos en los de ella.
-Claro que no -dijo, con una calma inquietante-. Pero su apellido la hace responsable de algo que ocurrió antes de que naciera. Y eso, señorita Vega, es suficiente para mí.
El silencio entre ellos era denso, casi insoportable. Catalina sintió que el mundo se cerraba a su alrededor. Cada logro, cada sacrificio, cada día de esfuerzo parecía insignificante frente a la sombra de un pasado que no podía cambiar.
-¿Y eso... significa que me contrató solo por eso? -preguntó finalmente, con voz temblorosa, aunque intentaba sonar firme.
Dante no respondió de inmediato. Se levantó y caminó hacia la ventana, mirando la ciudad como si pudiera encontrar respuestas en sus calles iluminadas. Finalmente, se giró hacia ella:
-La elegí porque es perfecta para mi propósito. Usted es la pieza que necesito para enfrentar a quienes destruyeron a mi familia.
Catalina sintió que la sangre se le helaba. La pieza de un juego que no entendía, un tablero en el que su vida estaba marcada por venganza y resentimiento.
-Pero... yo no soy parte de eso -insistió-. No soy responsable de lo que hicieron mis padres.
-Eso no importa -replicó Dante, con voz firme, casi dura-. Para mí, el apellido es suficiente. Cada Vega es un recordatorio de lo que perdí. Y usted, señorita Vega, será el medio para equilibrar las cuentas.
El golpe fue tan devastador que Catalina sintió que le faltaba el aire. La traición de un destino que no había elegido la golpeaba con fuerza. Su orgullo y su dignidad estaban en juego, y algo en su interior se rebelaba contra la injusticia de todo aquello.
-Entonces... -dijo, con voz que apenas lograba controlar-... todo esto... todo lo que está pasando... no es solo un trabajo. Es... un juego para usted.
Dante se acercó lentamente, su presencia imponente y fría llenando la habitación.
-Sí, es un juego. Pero un juego en el que no habrá lugar para errores. No me interesa si su corazón se siente mal o si cree que es injusto. Aquí, señorita Vega, la justicia no existe. Solo el resultado.
Catalina tragó saliva. La sensación de traición y vulnerabilidad era abrumadora, pero también despertó en ella una chispa de desafío.
-Si piensa que voy a ser su peón, se equivoca -dijo con firmeza, levantando la cabeza.
Dante sonrió, una sonrisa tan sutil que solo ella pudo percibirla.
-Ese es el espíritu que quiero ver -murmuró-. Que tenga fuerza, determinación y voluntad... eso hará que el juego sea mucho más interesante.
Catalina no estaba segura de si sentirse aliviada o aún más atrapada. Sabía que a partir de ese momento, nada sería igual. Su apellido, que siempre había llevado con orgullo y cierta inocencia, ahora era una condena, un recordatorio constante de que su vida había sido elegida para servir a un propósito que no comprendía del todo.
Cuando salió del despacho esa noche, con el expediente apretado contra su pecho, sintió un miedo nuevo. Pero también una determinación feroz: no sería manipulada, no sería derrotada sin luchar.
Mientras descendía en el ascensor, la voz de Dante resonó en su mente:
-Usted es la pieza que necesito.
Catalina sabía que ese juego apenas comenzaba... y que el tablero estaba cargado de secretos, poder y un peligro que aún no podía medir.