Capítulo 3 Una propuesta indecorosa

Jeffrey llegó a la fiesta en compañía de su buen amigo, Ethan Wallace.

Verena lucía deslumbrante esa noche, enfundada en un vestido de seda con un corpiño blanco de tirantes delgados. Su largo cabello estaba recogido en un peinado elegante que dejaba al descubierto la delicada piel de su espalda.

Ethan la distinguió de inmediato y le dio un codazo cómplice a Jeffrey.

"Mira, ahí está la ex de tu hermano, Verena Wheeler. Vaya... Qué rostro y qué figura tan espectaculares".

Jeffrey siguió su mirada. Sus ojos recorrieron con calma la silueta de Verena, deteniéndose primero en sus esbeltos tobillos para luego ascender lentamente.

"Tiene unas piernas increíbles, ¿no? Noté que se fueron juntos anoche", comentó Ethan.

En sus tiempos de universidad, él mismo se había interesado por Verena, mucho antes de que ella terminara involucrada con los hermanos Yates.

Al recordar cómo las palabras de Verena habían interrumpido su momento de intimidad, Jeffrey respondió con voz ronca: "No está mal".

"No te creo. Solo mírale las piernas. ¿O es que a ti no te van?", susurró Ethan, justo cuando Verena se acercaba a ellos con una copa de vino.

"Señor Yates, ¿podríamos hablar un momento?", preguntó Verena, saludando a Ethan con un asentimiento.

Ethan captó la indirecta y aprovechó para retirarse.

Con su imponente estatura de un metro noventa, Jeffrey hacía que Verena pareciera pequeña y delicada a su lado.

El aroma de su loción de afeitar y tabaco la envolvió, trayéndole de golpe el recuerdo del beso desenfrenado de la noche anterior.

"¿Qué se le ofrece, señorita Wheeler?", preguntó Jeffrey, con la mirada fija en su hermoso rostro.

Al oírlo, Verena sintió un magnetismo casi animal en su voz, un matiz coqueto que le provocó un escalofrío.

Inexperta en ese tipo de juegos, se sonrojó, aunque logró mantener la compostura.

"SwiftGlide International firmó un acuerdo con nosotros. Es momento de que nos otorguen el préstamo, pero aún no lo han hecho y eso está causando...", empezó a explicar, pero Jeffrey la interrumpió.

"Ese es un acuerdo que usted hizo con terceros. No es asunto mío", sentenció él con frialdad.

Verena se apresuró a insistir: "Sé que no debería involucrarlo, pero ¿podría ayudar a agilizar el préstamo? Para usted sería tan simple como hacer una llamada".

Jeffrey enarcó una ceja y le sostuvo la mirada. "¿No fue usted quien dijo que, aunque murieran todos los hombres del mundo, jamás me pediría ayuda?".

Verena se mordió el labio, sintiendo el calor de la vergüenza subirle a las mejillas.

"Estaba ebria, no pensaba con claridad. Por favor, discúlpeme...", suplicó.

Jeffrey permaneció impasible, su tono de voz inalterable. "Yo no obtuve nada esa noche".

Ella comprendió de inmediato la condición implícita: él no la ayudaría hasta que ella cediera.

La humillación era abrumadora, pero era consciente de la gravedad de la situación: Oasis Group, el legado de su padre, estaba en juego.

Reuniendo toda su determinación, rozó sutilmente su pierna contra la de Jeffrey y le dedicó una mirada cargada de insinuación. Él la observó con fijeza, sin rechazar el gesto.

Alentada por su pasividad, Verena se atrevió a más. Le rodeó la cintura con un brazo y deslizó la mano lentamente por su cadera.

Atenta a su reacción, se inclinó y le susurró al oído: "¿Vamos a mi casa?".

"Eres bastante hábil, debo admitirlo", comentó Jeffrey, devorándola con su intensa mirada.

Él parecía una fiera al acecho. A ella le ardían los oídos y la conciencia por igual.

Se había prometido a sí misma mantener sus principios para salvar el legado de su padre, pero la desesperación y la falta de tiempo la estaban empujando a romper esa promesa.

Jeffrey le rodeó la cintura con el brazo y la apartó del resto de los invitados. Dócil, Verena se dejó llevar.