Capítulo 3

Punto de vista de Sofía Valdés:

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, tan viles, tan absolutamente dementes, que por un momento no pude procesarlas. Mi mente simplemente se negó.

-¿Qué dijiste? -susurré.

La paciencia de Jimena se agotó. Me agarró el brazo y me lo torció detrás de la espalda, forzando un grito de dolor de mis labios.

-No tengo tiempo para repetirme -siseó-. Míralo.

Me giró la cabeza bruscamente hacia Leo. Sus labios estaban azules. Su pecho estaba quieto. Una quietud aterradora que gritaba finalidad.

Estaba atrapada. Absoluta y completamente indefensa. Fede y dos de sus amigos matones se habían desplegado, creando una jaula humana a mi alrededor. Sus ojos recorrían mi cuerpo, desnudándome con sus miradas lascivas. Uno de ellos se lamió los labios. Instintivamente traté de cerrar mi blusa rota, un patético gesto de pudor frente a tal violación.

Lágrimas de pura y absoluta desesperación quemaron mis ojos.

-Por favor -lloré, la palabra perdiendo todo significado.

Jimena solo se burló.

-Las lágrimas no lo salvarán. -Miró su reloj-. Su cerebro ha estado sin suficiente oxígeno durante casi ocho minutos. Podría tener daño permanente ya. Unos minutos más y no importará lo que haga.

La frialdad clínica de sus palabras era más aterradora que cualquier amenaza física. Tenía la vida de mi hermano en sus manos y disfrutaba viéndola escaparse.

Pensé en Alejandro, en cómo había descrito a Jimena como "un poco empalagosa" y "melodramática". No tenía ni idea. No podría haber imaginado este nivel de monstruosidad. Esto no era melodrama; era pura maldad psicopática.

-Apúrate -gruñó Fede, empujándome con la punta de su bota-. No tengo todo el día.

Jimena sacó su teléfono y le dio a grabar, la luz roja un ojo malévolo mirando directamente a mi alma.

-El tiempo corre -canturreó.

No había opción. Por Leo. Por la pequeña y parpadeante posibilidad de que este monstruo cumpliera su palabra.

Me dejé caer de rodillas sobre el suelo duro e implacable. La grava se clavó en mi piel. Los amigos de Fede se rieron.

-Buena vista desde aquí abajo -dijo uno de ellos con vozarrón.

La vergüenza, caliente y ácida, me subió por la garganta. Mi cuerpo temblaba con una mezcla de dolor, miedo y humillación total.

-¿Lo... lo ayudarás si hago esto? -pregunté, mi voz apenas un susurro.

-Tal vez -dijo Jimena, su sonrisa ensanchándose-. Depende de lo convincente que seas.

Acercó el teléfono, enmarcando mi cara.

-Mira a la cámara. Y quiero que empieces quitándote la blusa.

Se me cortó la respiración.

-Hazlo -ordenó, su voz como el acero-. ¿O le digo a Marcos que llame al forense de una vez?

-¡No! -grité, el sonido arrancado de mí-. De acuerdo. De acuerdo.

Mis dedos, entumecidos y torpes, fueron a los botones de mi blusa. Mis manos temblaban tanto que apenas podía manejar la simple tarea. La tela se sentía como un escudo, y estaba a punto de desecharlo.

Los ojos de Jimena me devoraron, un brillo hambriento y depredador en sus profundidades.

Con la blusa quitada, quedándome solo en una delgada camiseta de tirantes, la miré, mis ojos suplicantes.

-¿Ahora lo ayudarás?

-Todavía no -ronroneó-. Ahora, repite después de mí: "Mi nombre es Sofía Valdés, y soy una zorra insignificante".

Las palabras eran veneno. Se sentían como tragar fragmentos de vidrio. Pero el rostro de Leo, pálido e inmóvil, nadaba ante mis ojos.

Tomé una respiración temblorosa, miré a la lente impasible del teléfono y forcé la mentira de mis labios.

-Mi nombre es Sofía Valdés... y soy una zorra insignificante.

-Seduje a un hombre que ya estaba comprometido -dictó Jimena, su voz goteando veneno.

-...Seduje a un hombre que ya estaba comprometido.

-Soy una patética rompehogares que merece ser castigada.

-...Soy una patética rompehogares... que merece ser castigada.

Cada palabra era otro pedazo de mi alma que se desprendía.

-Ahora, por favor -sollocé, mi voz quebrándose por completo-. Por favor, Jimena. Salva a mi niño. Salva a mi Leo.

            
            

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