Hoy es el gran día. La Universidad de Houston. El único sueño por el que mi corazón, este traidor en mi pecho, ha decidido seguir latiendo. Estoy tan emocionada que no paro de dar vueltas por la habitación como un trompo descontrolado. Hace una semana que hice la maleta, y desde entonces no he dejado de revisarla una y otra vez para asegurarme de no olvidar nada.
-Serena, no te has olvidado de nada -dice la abuela riéndose, ajena a la tormenta que ruge dentro de mí.
-Abuela, puede que sí...
-Cariño, ya es hora de irte, pero antes tienes que comer. Sé lo que te has olvidado, pero no está en esta habitación.
-¿Qué? ¡Ves cómo me olvido! -se ríe de mí y me da una palmada en el trasero.
-¡Ay, abuela!
Le saco la lengua y voy a la cocina. Huele a comida, a esa comida casera que solo hace mi abuela y que está buenísima. Pero con los nervios apenas he comido, y ahora mi estómago protesta con gruñidos.
-¿Me dices qué he olvidado? -le pregunto al llegar al salón. Mi abuela está sentada tranquilamente en el sofá con su sonrisa cálida.
-Hace una semana que apenas me das besos y abrazos -se lleva las manos al pecho y pone morritos.
-¡Ya verás lo que te hago!
Me subo encima de ella, con las piernas a cada lado, y empiezo a hacerle cosquillas, con cuidado de que no se ahogue, aunque creo que el papel se invierte. Me río con ella, pensando en cuánto voy a echar de menos estos momentos. Voy a echar de menos todo lo que tenga que ver con mi abuela. Después de las cosquillas, le doy besos por toda la cara y le pellizco sus mejillas suaves y arrugadas.
-Te quiero muchísimo -la abrazo fuerte y una lágrima se me cae por la cara.
-Y yo a ti, mi niña. Te voy a echar tanto de menos. ¿Quién me va a mimar ahora? Ni tu abuelo me daba tantos besos.
-Vas a estar ocupada con tus nuevos nietos en Francia. Ya tienes tarea.
-Venga, come algo o te doy otra palmada en ese culo respingón -me empuja con cariño.
-¡No es respingón!
-Con todas las magdalenas que te has comido, créeme que lo es.
Le lanzo una mirada de enfado y corro a la cocina. Como rápido, luego doy una última vuelta por la casa pequeña donde he vivido los últimos diez años. Todo es sencillo y limpio. Voy a echar de menos todas las rutinas que tenía con mi abuela.
-Ha llegado el momento de irte -estoy frente a la puerta con mi abuela, mirándole a los ojos cubiertos por una cortina de lágrimas-. Me has hecho sentir tan orgullosa. Siempre has sido una niña buena y obediente. Después de todo lo que ha pasado, tú seguiste luchando, y créeme que me encanta presumir de ti con mis vecinas cotillas -me río con lágrimas en los ojos mientras la abrazo-. No te olvides nunca de mí, mi niña, aunque esté lejos. Siempre que necesites ayuda, un consejo o simplemente desahogarte, yo estaré para escucharte y ayudarte en lo que pueda. Prométeme que seguirás tu tratamiento y cuidarás de tu salud.
Las lágrimas caen rápido por mi cara, pero no quiero detenerlas, no ahora. La abrazo fuerte y lloro, porque tengo una abuela a la que voy a echar muchísimo de menos. Le estoy tan agradecida que no sé cómo devolverle todo lo que ha hecho por mí. Para mí, ella es la persona más importante ahora mismo. Ella se ha convertido en mi madre.
-Te quiero, abuela, y gracias por todo lo que haces и has hecho por mí. Te estaré agradecida toda mi vida y te prometo que seguiré el tratamiento al pie de la letra. Ahora deberías estar feliz. Por fin te vas con el tío Matt.
-Va a ser difícil empezar de nuevo, sobre todo a mi edad. Pero tú ya has crecido, y ahora me toca cuidar de otros nietecitos traviesos.
-No te van a dejar ni respirar.
-¿Estás segura de que vas a poder con todo? ¿Sin descuidar tu salud? No olvides que me voy hasta Francia.
-Me las arreglaré. Y te llamaré tan a menudo como pueda, aunque estés lejos. Vete tranquila y disfruta.
-Como ya te dije, si necesitas cualquier cosa, lo que sea, me llamas. ¿Entendido?
-Entendido -le hago un saludo militar y la abrazo con una lágrima resbalando por mi mejilla.
- Te voy a echar tanto de menos. Prométeme que seguirás tu tratamiento y cuidarás de tu salud. Prométeme que lucharás por cada latido.
- Te prometo que seguiré el tratamiento. Ahora deberías estar feliz. Por fin te vas con el tío Julian.
꧁ ❀ ꧂
Después de unas cuantas lágrimas más, me subí al coche de Michael, el vecino que va a Houston y me dejará en la universidad. Coloco la bolsa con mi medicación de emergencia y el monitor cardíaco portátil a mis pies y me acomodo en el asiento para la próxima hora.
No llevaré el equipo a clase, pero iré todos los días al hospital para continuar el tratamiento. Tengo una miocardiopatía dilatada y siempre sufro de fatiga extrema y arritmias. Por eso necesito un tratamiento diario con infusiones intravenosas bastante costoso. Ahora que voy a vivir en Houston, la ciudad donde me he tratado durante años, todo será más fácil.
Mi sueño siempre fue estudiar economía, y mira, con esfuerzo he conseguido entrar con beca. No sé cuánto tiempo podré asistir a la universidad, porque la enfermedad ha avanzado mucho, ya está en la penúltima fase. Puedo hacer lo que quiera sin que se note que estoy enferma, siempre que vaya al hospital y tome la medicación a tiempo. No sé cuáles son mis posibilidades de vivir una vida tranquila si no recibo el trasplante de corazón, pero al menos quiero cumplir mi sueño. Mientras no haga nada que me lleve a un paro cardíaco, estoy bien. Una noticia bomba de esas que te dejan con el corazón en un puño. Sí... a mí me lo para del todo.
꧁ ❀ ꧂
Cuando el coche llega, me quedo boquiabierta ante el edificio de estilo medieval, digno de admirar. Está rodeado de césped y árboles, con zonas para leer o pasar el rato con amigos. ¡Este sitio es maravilloso! Hay adolescentes por todas partes, en grupos de dos hasta diez, charlando. Diferentes personalidades, apariencias, religiones, colores, nacionalidades... y mucho más.
Guardo el monitor portátil en la maleta, donde nadie, absolutamente nadie, debe mirar. Toda mi vida me han etiquetado como "la chica enferma" y siempre me han marginado. Por eso no quiero que nadie aquí sepa nada. Nunca he tenido novio, y todos los amigos que hacía acababan alejándose al saber que estaba enferma, aunque no fuera contagioso. Excepto uno, que siempre estuvo a mi lado. Estar en esta universidad tiene muchas ventajas.
-Te espero aquí -dice Michael con una sonrisa cálida.
Respiro hondo y me dirijo al secretariado. Llamo dos veces a la puerta de madera maciza y, al recibir permiso, entro. Me encuentro con una mujer guapa de mediana edad.
-Hola, soy Ashley Brown. ¿En qué puedo ayudarte?
-Soy Serena Smith.
Su rostro se entristece un instante, luego se recompone con una sonrisa maquillada.
-Estás en la residencia D, tercer piso, habitación ciento treinta y tres. Casi se me olvida.
Me da un mapa, el horario y las llaves.
-Quiero felicitarte por tus notas. Y sobre la enfermedad...
-Tengo que salir cada día en la hora opcional para el tratamiento. Y no quiero que nadie sepa nada.
-Te prometo que no saldrá de mi boca.
Le sonrío con desgana, la saludo y salgo a por mis maletas. Llevo poca ropa, porque he pasado mucho tiempo en el hospital y allí me gustaba estar en pantalones cortos y camisetas anchas. En la otra maleta, más sólida y negra mate, está mi equipo médico cardíaco, que no usaré por ahora, pero lo traje por si acaso. Mis medicamentos están en una maleta de mano muy colorida, para que sea más alegre.
Ya en el segundo piso el corazón me martillea en el pecho y me falta el aire, así que hago una pausa de cinco minutos. Aunque solo llevo la bolsa de medicamentos, Michael carga con lo más pesado. Tengo que acostumbrarme, si no parecerá sospechoso. Por fin llegamos a la puerta de la habitación, jadeando un poco.
-Gracias, Michael.
-Con gusto, Serena. Cuídate.
Después de que Michael desaparece, abro la puerta y enseguida me tapo la nariz. El olor a tabaco impregna toda la habitación, que además es bastante pequeña. Hay dos chicas y dos chicos, cada uno con un cigarro en la mano. Al notar mi presencia, dejan de hablar y empiezan a inspeccionarme de arriba abajo.
No estaba en la mejor situación, pero el olor era tan fuerte que sentía que el corazón se me saldría por la boca. En un espacio cerrado como ese, era insoportable.
-¿Eres la nueva compañera? -pregunta una chica que parece más normal que los demás.
-Sí -respondo con voz baja y apagada.
-Yo soy Valeria, pero todos me llaman Val. Seré tu compañera de cuarto.
Me meto la nariz en la camiseta e intento no respirar ese aire tóxico que me provocaría una taquicardia escandalosa.
-Encantada, soy Serena. ¿Podrías abrir la ventana? -pregunto con timidez.
-Eres diferente a nosotros, tendrás que acostumbrarte -ríe mientras se dirige al ventanal.
Estas personas están llenas de tatuajes y piercings. Visten de negro como si fueran a un funeral y tienen una actitud fría y rebelde. Uno de los chicos tiene el pelo castaño oscuro, ojos marrón claro, algunos tatuajes y un piercing en la ceja. Las dos chicas se parecen bastante. Mi compañera de cuarto es morena, con unos ojos verdes salpicados de amarillo, muy bonitos, y tatuajes en los brazos. La otra tiene los ojos negros y más pequeños. Su ropa me parece vulgar: medias rotas, pantalones cortos que dejan medio trasero al aire y camisetas que muestran el vientre. Visten casi igual, con pequeñas diferencias. Además, son altas y tienen cuerpos muy llamativos.
El más misterioso es un chico mucho más musculoso que el otro, con muchos tatuajes que cubren toda la piel visible. Tiene un piercing en la nariz y otro en la ceja. Lleva una camiseta blanca ajustada, vaqueros negros rotos y zapatillas negras que parecen nuevas. Lo que más me impresiona son sus ojos azul oscuro con matices negros, muy fríos. Su rostro está perfectamente esculpido, como si alguien hubiera trabajado cada detalle.
Aparto la mirada, dándome cuenta de que llevo tres minutos en el umbral con la cabeza metida en la camiseta.
-¿A la princesita empollona no le gusta el humo del tabaco?
El chico misterioso tiene una voz grave y muy masculina. Me toma a broma, y eso no me hace sentir bien.
-No soy yo la princesa en esta ecuación, creo que tú -respondo con descaro, sin saber de dónde me sale.
-Vaya, también habla -una vena en su cuello se hincha, señal de que ya lo he enfadado un poco. Le doy la vuelta y empiezo a sacar la ropa. Conmigo no se ponen los ojos en blanco... salvo en otras situaciones -los tres se ríen, pero no les doy el gusto y sigo con lo mío.
-Cuando hablo contigo no me das la espalda, ¿entendido? -dice con tono elevado.
-Para hablar contigo con respeto necesitas más inteligencia, no tanta estupidez -sonrío de lado, mirando esos ojos gélidos que parecen atravesar cualquier superficie y emoción humana.
Se levanta, y veo lo alto que es. Creo que mide 1.85, mientras yo no paso de 1.60. Me agarra la barbilla con fuerza y acerca su cara a la mía. Nos miramos fijamente, como si estuviéramos en un campo de batalla lanzando flechas invisibles.
-Vas a arrepentirte de haberte metido conmigo -susurra y se va con dos de sus amigos.
Mi compañera se acerca y me abraza de repente.
-Eres la única que le planta cara a Kaleb Thorne.
-¿Por qué es tan misógino?
-Así es él. Por cierto, yo estoy en segundo como los demás, menos Kaleb que está en tercero.
Se tira en la cama en posición de loto, lista para una ronda de preguntas y respuestas.
-Yo estoy en primero, como habrás notado.
-Estudio ingeniería, aunque no me gusta nada.
-Yo economía -me observa un poco y sonríe cómplice.
-Kaleb también estudia economía, así que tendréis muchas clases juntos.
Suspiro frustrada y me siento en la cama individual, frente a ella.
-¿Quiénes son los otros dos?
-Adrián, que es mucho más majo que Kaleb, y la otra chica, que suele vestir como yo, es la zorra del grupo.
-Ah...
-Puedes hacer lo que quieras con tu parte de la habitación. Por cierto, yo casi nunca paso por aquí. Duermo en casa de mi hermano, así que estarás sola la mayoría del tiempo. Pero si necesitas algo, aquí tienes mi número.
Lo guardo en el móvil, aunque dudo que lo use.
-Vale, me voy con ellos. ¿Quieres venir al club o a alguna fiesta? No sabemos aún dónde vamos.
-No, no es lo mío, pero gracias por la invitación.
Se va tras saludarme, cerrando la puerta de un portazo. Me gustaría ir alguna vez a un club, por curiosidad, pero no puedo por la enfermedad. Y aunque no la tuviera, tampoco iría. No quiero volver a escuchar al chico ese tan engreído.