Me trago el puñado de pastillas con un sorbo rápido de agua. Son tantas que a veces siento que el sonido que hacen al caer en mi estómago es el de los clavos sobre un ataúd. Necesito urgentemente un café, si no, me voy a quedar dormida en clase. Anoche me quedé hasta tarde trabajando en un proyecto importante que tengo que presentar dentro de un mes. No tenía otra cosa que hacer, así que me puse con ello. También hablé unos minutos con mi abuela, porque las llamadas internacionales no son precisamente baratas. La echo de menos. Echo de menos sus abrazos, sus mimos, todo lo que hacía que mi día fuera mejor. Ahora solo tengo a Elias, que está ocupado con el trabajo, y lo entiendo perfectamente. Me siento tan sola y tan vacía. Toda mi vida he luchado por sobrevivir y vencer la enfermedad, pero al final me he vuelto más pesimista y más sola. Puede que me quede en este estado o que logre recuperarme, pero ni yo sé qué pensar ya. Elias hace todo lo posible para que esté bien y no me falte nada.
Me arreglo como cada mañana, dejando mi rostro sin maquillar. No tengo ganas de sentir nada incómodo sobre la piel. Me pongo unos vaqueros ajustados de tiro alto y una camiseta blanca sencilla. Me peino el pelo y lo dejo suelto en ondas grandes sobre la espalda. Me perfumo con una fragancia floral suave.
De camino a la universidad, me compro un café con leche, no muy dulce, y sigo andando. Un grupo llama mi atención. Entre ellos están mi compañera de cuarto... y el maldito arrogante. También está Dainn, el hermano de Elias, un buen amigo. Son unos diez, todos vestidos de negro, y las chicas con ropa provocativa.
-¡Enana de jardín, ven aquí! -grita Dainn a todo pulm pulmón.
Y yo que solo quería pasar desapercibida...
-No me llames así -le doy un puñetazo juguetón en el hombro antes de que me abrace.
-Te he echado de menos -me pellizca la nariz con fuerza, y gimo de dolor.
-Tú ya no paras por casa, señor Don Juan.
-¿Quieres ser tú una de sus chicas? -interviene el arrogante con su voz grave.
-Elias me mataría solo por rozarla demasiado. Menos mal que no ha visto que le he pellizcado la nariz.
Ruedo los ojos y me suelto del abrazo.
-¿Qué haces aquí? ¿No entraste en la universidad del otro lado de la ciudad?
-Sí, pero he venido por Elias. Y hablando de él, tengo que llevarte después de la última clase.
-Hablé ayer con Elias y no me dijo nada.
-Ayer fue ayer. Hoy es hoy. Nos vemos en el aparcamiento después de clase, sin comentarios ni preguntas, enanita.
Le saco la lengua y le pellizco las mejillas.
-No sabe nada sobre mi enfermedad -le susurro al oído, asegurándome de que nadie más escuche.
-Solo sé que no es algo con lo que se pueda jugar.
-Espero que me esperes con helado en el aparcamiento -le digo con voz dulce, deseando con locura un poco de helado.
-¿Quieres verme en un ataúd? Si quieres helado, pídeselo a Elias, no me metas a mí en esto.
-Te vendría bien perder unos kilos.
La voz de Kaleb me resulta más que familiar, aunque preferiría que no fuera así. Ese comentario malintencionado me revuelve por dentro. Nunca me he considerado gorda ni rellenita. De hecho, estoy delgada.
-¿Por qué no dejas de meterte con ella y te ocupas de tus asuntos? -la respuesta de Dainn me sorprende incluso a mí. Nunca hemos tenido una relación muy cercana, él siempre estaba con sus amigos.
-¿Y si no, qué? -gruñe Kaleb, visiblemente molesto.
-Tranquilos los dos. Vamos, ve con Elias.
Le tiro del brazo, lanzándole una mirada amenazante. Él me devuelve otra igual de intensa.
-Si alguien te molesta, me lo dices a mí o a Elias.
-¿Desde cuándo te has vuelto tan protector conmigo?
-No he estado mucho en casa, pero tú eres parte de la familia. No permitiría que te pasara nada.
Su seriedad me deja sin palabras. Nunca lo había visto así.
-Vale, pero no le digas nada a Elias. Nos vemos.
Le hago un gesto rápido con la mano y entro en la universidad. Suspiro al sentarme en el pupitre. La mayoría ya está en clase.
꧁ ❀ ꧂
-¿Cómo está? -pregunta Dainn a Elias, que está concentrado en los monitores que registran la actividad de mi corazón.
-Igual.
Elias suspira, y Dainn también. Me contagian esa sensación de nostalgia.
-Al menos no ha empeorado -digo, intentando aliviar el ambiente.
-Eso es porque el tratamiento está funcionando. Pero si algo cambia, si tu corazón sufre un shock, puede que deje de hacer efecto.
Conozco ese detalle. Me asusta. Sé cómo podría agravarse la enfermedad, y eso solo me entristece. Al menos he cumplido mi sueño... y el de mamá.
-¿No hay posibilidad de que se cure? -pregunta Dainn con una chispa de esperanza.
-Sí, con un trasplante, pero las probabilidades de encontrar un donante son muy bajas. Confía en mí, no voy a dejar que mi hermana pequeña sufra. -Me toma la cara entre las manos y me mira con calidez y determinación-. Mientras te mantengas así o mejores, y no cruces esa línea, todo irá bien.
-Estoy bien. No os preocupéis. He hecho tres flexiones, seguro que ahora soy más fuerte.
Los dos se ríen, y eso me arranca una sonrisa también.
-¿Y ahora me lleváis a por helado? -mi pregunta los hace parar de reír y me miran raro.
-Serena... sabes que...
-Sé que tengo que comer sano -ruedo los ojos-, pero un poco de dulce no me hace daño, y tú lo sabes.
-No seas cabezota.
-Vamos a llevar a la niña a por helado -dice Dainn con tono firme, mirando a Elias-. No querrás hacer llorar a tu hermanita, ¿verdad?
-¿A que no quieres verme llorar? -le digo poniendo cara de cachorro.
-Ahh, venga, antes de que me arrepienta.
Salto del asiento y salgo feliz con los dos. Me olvido de todo: de la enfermedad, de los problemas en casa, del arrogante... de todo. Fuimos a un karaoke, escuchamos música buena... o bastante mala, pero nos divertimos. Hacía mucho que no me sentía así. Y encima comí helado. Me sentía libre, normal. Una adolescente sin problemas, disfrutando con sus amigos en la universidad que siempre soñó.
-Yo la llevo a la universidad -dice Dainn a Elias.
-Solo ten cuidado. No corras demasiado o...
-Llegará igual que salió de aquí -rueda los ojos y se sube a su coche deportivo azul oscuro.
-Nos vemos mañana -le abrazo y le doy un beso en la mejilla.
꧁ ❀ ꧂
Kaleb
Me moría de aburrimiento, mientras los demás disfrutaban del ambiente de ese club tan estirado, lleno de tías baratas, de las que, sinceramente, yo ya estaba hasta el cuello. Me bebí de un trago el último vaso de J&B, sintiendo cómo la quemazón dulce bajaba por la garganta. Nadie se dio cuenta de que me largué justo en mitad de la noche, lo cual, para mí, era toda una novedad. Siempre iba a discotecas o fiestas donde tenía lo que me hacía falta: mujeres, alcohol y droga. No necesitaba más.
Hoy, sin embargo, me he portado como un santo: solo he bebido... ni siquiera me he tirado a nadie. Arranco la moto, escuchando el rugido del motor, lo que me hace sonreír. Además, he captado muchas miradas, y solo me interesan las femeninas.
Conducía aunque llevaba algo de alcohol encima. Me da la risa solo de imaginar la cara de esa mojigata si se enterara. ¿Por qué narices pienso en ella?
Antes de subir a la residencia, decidí fumar un cigarro apoyado en la moto, con la cabeza levantada hacia el cielo, buscando las dos estrellas donde descansan mis padres, que probablemente me miraban con decepción. Era un demonio de los tiempos modernos, no me tomaba nada en serio, me burlaba de cada decisión a mi manera. Me comportaba como un capullo con todo el mundo, sin importarme si hería a alguien. Me faltaba alma.
Dos faros me sacan de mis pensamientos. Veo a ese tal Dainn a través del parabrisas, sonriendo como un tonto y saludando con la mano. Y ella... ella le devuelve la sonrisa. Esa sonrisa debería ser mía. Para romperla. Para poseerla. Mía. Me hierve la sangre. Camino hacia esa estirada, con los nervios a flor de piel, aunque ni siquiera sé por qué. La agarro del brazo con brusquedad, lo suficiente para que tropiece y se caiga al suelo. Podía haberla sujetado, pero ¿dónde estaría la gracia?
-¿Pero qué coño haces? -grita desde el suelo.
-Serena, Serena -digo su nombre con desprecio, burlón y divertido para mí.
-Kaleb, ¿qué te pasa? -Se levanta sacudiéndose el polvo de la ropa. Está enfadada y confundida, y así se ve increíblemente sexy.
-Veo que papi te ha soltado la correa.
-¿Papi? ¿Correa? ¿Qué estás diciendo, Kaleb?
-Eres más tonta de lo que pensaba.
-No sé qué quieres, pero no voy a quedarme a escuchar cómo un imbécil me insulta sin motivo.
Quiere irse, pero no la dejo. Quiero decirle lo que pienso de ella.
-Me vas a escuchar -le agarro la mandíbula, apretando un poco y obligándola a mirarme.
Ya no está enfadada, al contrario, parece dócil y asustada.
-Eres una zorra insoportable, deseada solo por los viejos más babosos. Aléjate de mis amigos, no queremos ese tipo de tías en nuestro grupo.
Sus ojos ya están llenos de lágrimas, apagados, sin defensa. Pero no me importa, tengo demasiado veneno dentro. Una zorra repugnante. La empujo con fuerza, haciendo que caiga de espaldas. Con esa caída seguro que se ha hecho daño, pero se lo merece con creces. Aunque no tolero la violencia contra las mujeres, con ella hago una excepción. Escupo a sus pies y la dejo allí, continuando mi camino hacia la residencia.