Capítulo 6 El banquete de cumpleaños

Desde el asiento del conductor, Gavin cruzó la mirada con la de Cathryn por el espejo retrovisor y le habló con el debido respeto: "Señora, de ahora en adelante yo me encargaré de llevarla".

Ella se sentó erguida y dejó vagar la mirada por la ventanilla. "Se lo agradezco".

Percibió que el mayordomo transmitía una sensación de tranquila fiabilidad.

A su lado, Andrés estaba sentado completamente relajado, con un tobillo apoyado sobre la rodilla, mientras emanaba una fría confianza que parecía dominar todo el auto.

Tenerlo ahí, en persona, descolocó a Cathryn.

El aire dentro del Maybach se sentía tenso, y cada respiración parecía cargada de expectación.

Un auricular se ajustaba cómodamente a la oreja de Andrés y, con el ceño fruncido, murmuraba instrucciones.

En el asiento del copiloto, Carlos estaba concentrado en su laptop, mientras sus dedos se movían a un ritmo implacable.

Gavin bajó el tono y le dijo a Cathryn: "El señor Brooks está buscando a alguien importante".

Apenas diez minutos antes, el celular del asistente había vibrado con un mensaje de su equipo de inteligencia. ¡Kestrel había vuelto a aparecer en línea!

Andrés había contratado a una legión de hackers de élite, su propia red en la sombra, con un único objetivo: localizar a Kestrel, el fantasma de la industria.

Ahora, mientras los datos se transmitían en la pantalla, el equipo trabajaba a marchas forzadas, con los ojos clavados en un mapa en constante cambio.

"Nos estamos acercando", dijo Carlos, sin poder ocultar la emoción en la voz, mientras un punto verde parpadeaba en el monitor. Estaban a segundos de determinar la ubicación exacta del objetivo.

Cathryn se reclinó en el asiento, más interesada en revisar su celular que en lo que ocurría a su alrededor.

Una repentina tensión se apoderó del carro cuando Carlos levantó la vista y la miró a los ojos en el espejo retrovisor. "Señora Moore, ¿le importaría apagar su celular, por favor? Está interrumpiendo nuestra señal".

La joven parpadeó; luego se encogió de hombros y, sin protestar, lo apagó. "Está bien".

De inmediato, el punto parpadeante en el monitor del asistente desapareció, y él palideció.

"¿Logramos rastrearlo?". La voz de Andrés sonó, acerada y urgente.

Carlos se giró, asustado. "Casi lo teníamos. El objetivo desapareció en el último segundo".

El jefe entrecerró los ojos. "¿Dónde fue la última señal?".

Su auricular cobró vida. "La última señal fue en Olekgan".

Al oírlo, Andrés apretó los labios en una línea fina, en una mezcla de alivio y determinación. Olekgan era su dominio; si Kestrel se escondía aquí, localizarlo era solo cuestión de tiempo.

Carlos no podía evitar sentir que algo no encajaba. La señal había sido fuerte y, de repente, desapareció, como cortada por un fantasma.

Andrés se dirigió a Cathryn. "Descansa un poco. Yo tengo trabajo que hacer".

Ella se deslizó fuera del auto, sin decir palabra y sin siquiera mirar atrás.

Dos días pasaron lentamente, y Andrés no regresó a casa.

La única noticia fue un susurro de Gavin: "El señor Brooks sigue con la caza". Pero Kestrel nunca volvió a aparecer.

Mientras Cathryn planeaba su próximo movimiento contra Liam y Jordyn, recibió una invitación formal de los Moore.

La fiesta de cumpleaños de Zoe White estaba a punto de convertirse en el evento social de la temporada, atrayendo a parientes, amigos de la familia y a cualquier arribista con reputación que pulir.

No dudó en pedirle a Gavin que la llevara en auto.

Desde el piso de arriba, Jordyn observó cómo se detenía el elegante vehículo, y un destello de expectación iluminó su mirada. La situación se desarrollaba tal como lo había planeado. Había sido ella misma quien le envió esa invitación a su media hermana, desesperada por ponerla en el punto de mira. Más que nada, quería echar un vistazo al viejo rico que la otra había conseguido.

Pronto, Cathryn salió del carro, seguida por un hombre distinguido de cabello plateado, el mismo que la había transportado a principios de semana.

Una sonrisa de suficiencia apareció en los labios de Jordyn. Sus sospechas eran ciertas: Cathryn, rechazada y humillada, se había conformado con un viejo y su dinero. Cualquier envidia que sintiera por la gran llegada de su hermanastra desapareció al instante, reemplazada por un alegre desprecio.

En cuanto Cathryn cruzó el umbral, Jordyn se dirigió directamente a un grupo de socialités bien vestidas que se reunían cerca de la entrada. Se aseguró de que su voz sonara llena de burla. "¿Se imaginan...? Acostarse con un anciano solo para conseguir un paseo en un auto de lujo... Sinceramente, me daría asco".

"Eso es repugnante. ¿Quién sería capaz de hacer algo así?", intervino una de ellas, arrugando la nariz. Otra movió la mano, como si espantara polillas. La risa brotó, y Cathryn se convirtió en el objeto de su cruel diversión antes incluso de que empezara la fiesta.

"¡Señor Newman!", exclamó esta última, con los ojos brillando al ver al anciano pasar junto a ella.

Harold Newman, de pelo blanco y ágil para su edad, se detuvo y la saludó con un destello en la mirada. "¡Cathryn! ¿Qué te trae por aquí?", preguntó en tono suave, mientras se acercaba.

Ella le pasó el brazo, ofreciéndole apoyo, mientras su mirada se cruzaba con la del grupo de mujeres que Jordyn había reunido.

Al notar sus miradas, la expresión de Harold se ensombreció. "¿Te estaban molestando?".

Una leve sonrisa apareció en los labios de la joven. "Dicen que necesito tener intimidad con un viejo lujurioso para venir aquí en un auto de lujo".

"¡Tonterías!", contestó Harold, dando un fuerte golpe con su bastón en el mármol. "Tu madre era rica. Nunca te ha faltado dinero. ¡Un auto de lujo es lo último que te preocupa!".

Su reputación hablaba por sí sola. Condecorado por sus servicios militares y con una pared llena de medallas, era una leyenda en Olekgan, el tipo de hombre al que incluso los más audaces pensarían dos veces antes de contradecir.

En cuanto alzó la voz, la sala se quedó en silencio. Ni siquiera Jordyn se atrevió a decir una palabra.

"Hace años defendí a tu madre de la misma manera", dijo Harold, apretando la mano de Cathryn mientras caminaban hacia el salón. "Mientras yo siga vivo, nadie podrá intimidarte".

Jordyn y el grupo de socialités se dispersaron.

La mención de su madre provocó un dolor sordo en el pecho de Cathryn. Su madre había crecido bajo la atenta mirada de Harold, y él ni siquiera sabía que ya no estaba. La familia Moore había ocultado la noticia deliberadamente.

Bajo los candelabros dorados, Ricardo se deleitaba con la atención, con las mejillas sonrojadas mientras conversaba con la élite de la ciudad. A su lado, Zoe brillaba en un vestido púrpura, cada movimiento ensayado para adaptarse a su papel de legítima matriarca de la familia. Jordyn iba detrás de ellos, envuelta en un intenso vestido escarlata, con una sonrisa fija y quebradiza.

Cathryn apretó los puños. Apenas había pasado una semana desde que enterraron a su madre, y estos tres se pavoneaban en tonos joya, organizando una fiesta como si el dolor nunca hubiera llamado a su puerta. Juró que esa noche habría consecuencias.

Liam apareció de repente con una cámara colgando de su cuello. "Una noche en familia merece una foto grupal, ¿no les parece?".

Los tres Moore se subieron al escenario y se colocaron bajo las luces, como un cuadro perfecto.

"Súbete, Cathryn", indicó Harold en voz baja. "Todavía eres parte de la familia".

Antes de que se diera cuenta, la empujaron hacia delante, al escenario.

Rodeada de brillo y color, Cathryn destacaba en un mar de luminosidad: vestida de negro, con una flor blanca prendida en el pecho; el luto la envolvía como un sudario.

Un siseo de susurros recorrió la multitud. "¿Por qué está vestida de negro en el cumpleaños de Zoe, como si asistiera a un funeral? ¡Caray!".

"¿Ni siquiera puede mostrar respeto a su madrastra? Increíble".

"Parece que está en un funeral, no en una fiesta. ¿No conoce el código de vestimenta básico?".

Desde el escenario, Jordyn apuntó con el dedo en el aire. "¿Estás tratando de arruinarle la noche a mamá, Cathryn?".

La expresión de su media hermana se transformó. Con los ojos encendidos, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas mientras hablaba con voz temblorosa: "Quería celebrar con ustedes. De verdad que sí. Pero... mi mamá murió hace solo tres días. No puedo obligarme a ponerme colores vivos ni a sonreír falsamente. Este vestido... es la única forma que tengo de recordarla".

El salón se quedó inmóvil. Sus palabras atravesaron el murmullo. ¡¿La ex señora Moore murió... hace apenas unos días?! Por todas partes, los presentes dirigieron la mirada hacia los anfitriones, atónitos. Habían invitado a toda la ciudad a divertirse, desfilando como si la pérdida no hubiera golpeado su propio hogar.