Entré en mi apartamento, dejé los zapatos junto a la puerta, como de costumbre, y arrojé el abrigo sobre el respaldo del sofá. Caminé hasta la ventana y miré la ciudad cubierta de blanco. El reflejo de las luces sobre la nieve me dio una sensación extraña de paz... una paz casi falsa.
Pero no duró mucho.
Mi celular empezó a vibrar en el bolsillo. Lo saqué y vi varias llamadas perdidas y mensajes. Antes de abrirlos, volvió a vibrar.
-¿Eun-woo, pasa algo? Te llamé, te mandé mensajes y no respondiste... ¿qué ocurre?
Era Tae-ho. Mi amigo de toda la vida. Mi mano derecha en la empresa.
Durante unos segundos guardé silencio. Su pregunta me devolvió a la realidad que estaba intentando empujar lejos: el rostro cansado de mi padre, el diagnóstico, la cuenta regresiva cruel del tiempo... y su petición -casi una súplica- de que me casara y le diera un nieto antes de morir.
Respiré hondo. Sentí la garganta apretarse.
-¿Podrías venir a casa? Necesito hablar contigo.
Hubo una pausa.
-Claro. Ya voy para allá.
Colgué el teléfono y fui a la cocina a preparar dos tazas de té. Sentía que, por primera vez, iba a quitarme la armadura. Mostrar mi dolor sin máscaras.
Mientras removía lentamente el líquido caliente, una imagen clara vino a mi mente: Soo-ah, sonriendo tímidamente bajo la nieve, sosteniendo el paraguas que le había dado.
Una ternura extraña me invadió.
Apenas me conocía... y aun así, me había marcado.
Por un momento, me pregunté qué pensaría mi padre de ella.
Tae-ho, que tenía la clave de mi puerta, entró al cabo de un rato. Siempre había sido un amigo cercano, casi un hermano, y vivía en el mismo edificio, solo un piso arriba.
En cuanto entró, se quitó el abrigo, lo colgó y dijo:
-Pasé por aquí hace unas horas y no estabas. Me pareció raro, pero supuse que estabas resolviendo algo de la empresa.
Le entregué la taza de té que ya tenía lista y le hice un gesto para que me siguiera hasta la sala. Nos sentamos en el sofá y, durante unos segundos, no dijimos nada. Solo escuchábamos el sonido apagado de la ciudad cubierta de nieve.
Entonces respiré hondo, tratando de ordenar mis pensamientos, y le conté.
Le conté todo.
El diagnóstico de mi padre, la manera directa y fría con que me dio la noticia -como si hablara de negocios, no de su propia muerte-.
Le hablé del deseo que me pidió cumplir: casarme y tener un hijo antes de irse.
Las palabras salían con dificultad, como si cada una me obligara a revivirlo todo de nuevo.
Tae-ho me escuchó en silencio, con el rostro serio, los ojos muy abiertos ante cada nueva revelación. Cuando terminé, llevó la taza a los labios, pero no bebió. Solo me miró fijamente.
-Caray... -dijo al fin, con voz baja y ronca-. No sé qué decir. Tu padre siempre fue como un león. Fuerte, decidido... Parecía invencible, amigo. Esto es... un golpe duro.
-Lo sé -murmuré, mirando mi taza, evitando su mirada-. Aún no logro aceptarlo. Parte de mí cree que se recuperará. Pero hay otra parte... desesperada.
-¿Y el deseo que te pidió...?
-Eso es lo que me está ahogando. ¿Cómo se supone que voy a casarme y tener un hijo en tan poco tiempo? No se puede forzar algo así, Tae-ho. El matrimonio, un hijo... son cosas que deben pasar de forma natural.
Él se quedó pensativo un momento. Luego apoyó los codos en las rodillas, entrelazando los dedos.
-¿Y si no fuera de la forma tradicional? -preguntó, mirándome de lado.
-¿Cómo así?
-Tal vez no tiene que ser una historia de amor de película. Quizás puedas encontrar a alguien que también necesite algo. Un acuerdo. Un compromiso mutuo. Tú cumples el deseo de tu padre... y esa persona también gana algo a cambio.
Lo miré sorprendido por la idea. Pero antes de poder responder, una imagen cruzó mi mente como un rayo: Soo-ah. Sola, luchando en las calles para cuidar de su padre enfermo y de sus hermanos.
La idea sonaba a locura.
Pero también... tenía sentido.
Demasiado sentido.
Del té pasamos al soju, y entre un vaso y otro, le conté a Tae-ho sobre la joven sin techo que había conocido aquella noche.
-Es tan dulce, Tae-ho. Claro, estaba un poco sucia, pero con un buen baño y ropa bonita... sería la mujer más hermosa del mundo.
Ya estábamos riendo demasiado, medio mareados, hablando alto como dos adolescentes en un dormitorio universitario.
-Eres un príncipe, no puedes involucrarte con ese tipo de gente -dijo, con ese aire serio que intentaba mantener incluso borracho.
-¿Príncipe, yo? -solté una carcajada-. Si no te conociera tan bien y no supiera que eres asexual, pensaría que eres gay y que te gusto.
Tae-ho estalló en risa conmigo, echando la cabeza hacia atrás. Siempre vestía ropa holgada y cómoda, y aunque eso me llamaba la atención desde la universidad, nunca toqué el tema. La amistad verdadera no necesita explicaciones: simplemente se acepta.
-¡Eres mi amigo! -dijo entre risas-. Pero si vas a casarte, aunque sea un matrimonio solo para tener un hijo, tiene que ser con alguien mejor. No con una indigente, hombre.
-No dije que me fuera a casar con Soo-ah -repliqué, aún sonriendo-. Pero si llego a optar por un matrimonio no tradicional... si decido, no sé, "comprar una esposa", quiero saber todo sobre ella. Si está sana, si tiene buen carácter... si es virgen.
-¿¡Virgen!? -exclamó, abriendo los ojos y casi atragantándose con el soju-. Amigo... definitivamente estás borracho.
-No es eso. -Encogí los hombros, más serio ahora-. Solo digo que si voy a aceptar a una mujer solo para tener un hijo, necesito saber quién es. No quiero a alguien que ya haya vivido mil vidas antes que yo. Quiero a alguien que pueda moldear... alguien que no venga llena de cicatrices o malas intenciones.
Tae-ho me miró durante unos segundos, con una expresión entre juicio y preocupación. Luego bebió otro trago de soju.
-Hablas igual que tu padre -dijo al fin-. No sé si eso es bueno o malo.
Me recosté en el sofá, con los ojos fijos en el techo.
-Solo quiero hacer lo correcto... antes de que sea demasiado tarde. Y quizás... solo quizás... esa chica, Soo-ah, no sea una completa desconocida en mi destino.
Tae-ho no respondió. Solo se quedó allí conmigo, en silencio, compartiendo el peso de una noche que empezó con nieve... y terminó llena de incertidumbres.