Capítulo 8 Un apodo dulce y gente amable

La antigua mansión de la familia Gilbert era una vista digna de admirar, con su encanto clásico y arquitectura elegante.

Era tan amplia como la Mansión Breeze, pero su interior resultaba más sencillo y acogedor.

El jardín se había transformado en una huerta, con racimos de uvas colgando sobre los senderos y el aroma de la fruta fresca impregnando el aire. En medio de la bulliciosa ciudad, aquel lugar transmitía a Emilia una sensación de calidez y sencillez.

"¿Kiwi? ¿Es esta la dama con la que te casaste? ¡Oh, es tan hermosa!"

Una mujer vestida con elegancia, adornada con perlas y joyas, apareció y tomó la delicada mano de la joven con gesto amistoso.

Sus ojos, brillantes como gemas, irradiaban una ternura irresistible.

"Soy la mamá de Kiwi, Norah, y tu suegra. ¿Cuál es tu nombre, querida?"

Emilia quedó desconcertada por el apodo Kiwi.

¿El frío y despiadado director general, capaz de congelar a cualquiera con su mirada, tenía un apodo tan dulce?

Se contuvo la sonrisa, obligándose a controlarse, pero fue inútil.

"¡Ríete y te despellejo!"

La voz de Kian le susurró al oído, devolviéndola a la realidad con el sobresalto que provocó el calor de su aliento.

Al verlo alejarse con paso firme, ella puso los ojos en blanco.

"Soy la esposa de Kiwi, y me llamo Emilia", dijo en voz alta, solo para dejarlo claro.

Él se detuvo en seco, giró bruscamente y le lanzó una mirada intensa. Pero antes de que pudiera decir algo, su madre se adelantó, enlazó su brazo con el de Emilia y la llevó consigo.

"¿Tu nombre es Emilia? Qué nombre tan encantador. Vamos, te presentaré a la abuela de Kiwi. Ella ha estado esperándote y fue al huerto de melones a buscar unos para ti", comentó con voz suave y cálida, como una brisa.

Emilia quedó sin palabras.

En su infancia, cada vez que el dolor en su cabeza era tan fuerte que sentía que iba a morir, anhelaba un abrazo así de su madre. En sus sueños, a lo largo de los años, su madre siempre había sido así.

Sin embargo, la realidad había sido dura...

"¡Oh!"

Un grito rompió su ensoñación.

Norah, presa del pánico, se apresuró hacia adelante.

Emilia la siguió rápidamente, atravesando dos hileras de vides hasta llegar a un floreciente huerto de melones. Una anciana sostenía un marco de madera, acunando un melón amarillento y fragante, y sudaba profusamente.

"Elizabeth, ¿qué pasa? ¿Te torciste el tobillo? ¿Dónde te duele? ¡Puedo cargarte de regreso!"

Norah se inclinó para ayudarla, pero Emilia notó por su postura que probablemente era la espalda la que le dolía. "Emilia, ¿sabes de masajes? Pues qué suerte la nuestra, ¿verdad, Elizabeth? Mira nada más, tu nuera es hermosa y talentosa", dijo Norah con entusiasmo.

Ella se vio atrapada entre ambas mujeres, y la calidez de las dos la puso nerviosa.

Pensó: "Oh, no... la arruiné. ¿Cómo se supone que voy a interpretar a la malvada secundaria? ¿Debería empujarla?".

Miró el melón que la anciana le tendía y escuchó sus palabras llenas de afecto. Inexplicablemente, sintió un cosquilleo en la nariz y bajó la cabeza de inmediato para que no lo notaran.

Era la primera vez que se veían y no compartían lazos de sangre.

Aun así, ¿cómo podían tratarla con tanta ternura?

La familia Hewitt jamás había podido hacerlo.

¿Era porque era la esposa de Kian?

Pero esta era la respetada familia Gilbert de Cisburgo.

¿No temían que tuviera motivos ocultos, que se hubiera casado con él por su dinero?

¿No les preocupaban sus intenciones ni su misterioso pasado?

¿Por qué... la trataban con tanta amabilidad?