Sofía POV:
Isabela guio a Dante en un recorrido por su restaurante, su voz teñida de un triunfo sedoso. -Es exactamente como te lo describí, hace tantos años. Los sillones de terciopelo, los detalles dorados... cada detalle.
-"Un lugar donde el peligro y la belleza pueden beber juntos" -recitó Dante, su voz un murmullo grave. Palabras que ella había dicho hacía una vida, pero que él tenía grabadas en su memoria.
Una mano delicada voló a su pecho en fingida sorpresa. -Te acordaste.
Él sonrió, una sonrisa verdadera y sin defensas que no había visto en años. -¿Tu oferta de hacerme socio sigue en pie?
-Un Don es demasiado importante para eso -objetó ella, sus ojos brillando con una luz depredadora.
Los seguí como una sombra, un peso instalándose tan pesadamente en mi pecho que me robó el aliento.
En el comedor privado, Dante ordenó para la mesa sin mirar el menú. Vieiras a la plancha, risotto de trufa, una botella de Barolo de época. Todos los favoritos de Isabela.
-Me conoces tan bien -ronroneó ella, luego su mirada se desvió hacia mí, una calculada actuación de lástima que se sintió más como un desdén-. Dante, deja que tu esposa elija algo. Deberíamos ser buenos anfitriones.
Deslizó un menú sobre la mesa hacia mí. -No sé qué te gusta. Pide para ti.
Tres años de matrimonio, y no sabía si prefería pescado o carne. Me sentí borrada, como si los últimos tres años de mi vida hubieran sido escritos con tinta invisible.
-Con permiso -murmuré, empujando mi silla hacia atrás y huyendo al baño.
Isabela me siguió. Me acorraló junto a los lavabos de mármol, su reflejo en el espejo afilado y depredador.
-Solo está contigo por deber a tu padre -susurró, su voz un hilo sedoso y venenoso-. Un voto de honor. No tiene nada que ver con el amor. Una mujer de verdad sabe cuándo marcharse.
De repente, un sonido profundo y quejumbroso resonó desde arriba. El enorme candelabro de cristal que colgaba sobre nuestras cabezas se balanceó violentamente, sus soportes cediendo. Sabotaje. Un mensaje de una Familia rival.
Se desplomó hacia nosotras.
Dante se movió como un rayo, un depredador reaccionando a una amenaza. En un borrón de movimiento, cruzó la habitación, jaló a Isabela a sus brazos y la protegió con su cuerpo mientras el mundo explotaba en una lluvia de vidrio y metal.
Fui arrojada de lado por el impacto. Un dolor agudo me atravesó el costado. Miré hacia abajo y vi el rojo floreciendo en mi vestido.
El mundo se volvió negro.
Desperté en una habitación de hospital estéril. Estaba sola. El dolor en mi costado era un dolor sordo y punzante. Haciendo una mueca, alcancé mi bolso en la mesita de noche, mis dedos buscando a tientas la libreta negra en su interior. Resté diez puntos.
Una enfermera entró apresuradamente, sus ojos, amables y curiosos, cayendo sobre el libro.
-¿Qué es esto, querida? -preguntó, su voz suave.
-Una libreta matrimonial -susurré, mi voz un graznido ronco-. Cuando llegue a cero, me divorciaré. Solo quedan diez puntos.
La puerta se abrió. Dante estaba allí, su expresión indescifrable, su traje impecable. Me había escuchado.
-¿Qué diez puntos?