Bajo el juego del CEO
img img Bajo el juego del CEO img Capítulo 7 Geometrías del Poder
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Capítulo 8 Nuevas Reglas en la Penumbra img
Capítulo 9 Juego de Sombras img
Capítulo 10 El Precio de la Lealtad img
Capítulo 11 Juego de Poder en la Piel img
Capítulo 12 Bajo el Cielo de Lisboa img
Capítulo 13 El Precio de la Lealtad img
Capítulo 14 Fuego en la Sombra img
Capítulo 15 Lazos de Confianza img
Capítulo 16 Despertar Entre Sabores img
Capítulo 17 El Eco de la Rendición img
Capítulo 18 El Laberinto Propio img
Capítulo 19 El Precio de la Verdad img
Capítulo 20 En la Guarida del Minotauro img
Capítulo 21 Victoria y Sumisión img
Capítulo 22 La Nueva Normalidad img
Capítulo 23 El Primer Movimiento de Locke img
Capítulo 24 Frente Unido img
Capítulo 25 La Jugada Sucia img
Capítulo 26 Geografía de la Desconfianza img
Capítulo 27 La Espía en la Sombra img
Capítulo 28 Confrontación en la Sala de Junta img
Capítulo 29 El Nombre del Fantasma img
Capítulo 30 La Primera Herida img
Capítulo 31 Posesión en las Ruinas img
Capítulo 32 El Refugio img
Capítulo 33 El Muro de Cristal img
Capítulo 34 La Ofensiva Mediática img
Capítulo 35 El Precio de la Lealtad img
Capítulo 36 Jaque al Rey img
Capítulo 37 Estrategia en la Penumbra img
Capítulo 38 La Traición de un Aliado img
Capítulo 39 El Despertar del Lobo img
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Capítulo 7 Geometrías del Poder

El sonido metódico del tecleo cesó de repente. Valeria, aún temblorosa sobre la fría superficie del sofá de cuero, sintió el cambio en la atmósfera antes de percibir movimiento alguno. Lentamente, alzó la vista. Elías no la miraba directamente. Sus dedos permanecían inmóviles sobre el teclado, pero su perfil, perfectamente recortado contra la luz azulada del monitor, se había girado hacia donde ella se encontraba. No era la mirada de un amante, ni siquiera la de un conquistador. Era la evaluación fría de un arquitecto examinando su obra.

-Levántese -ordenó. Su voz había perdido la aspereza animal de momentos anteriores, pero conservaba toda su autoridad.

Ella obedeció, sintiendo cómo sus piernas flojas protestaban al soportar su peso. Se puso de pie, consciente de cómo la falda arrugada se le pegaba desagradablemente a los muslos sudorosos. Él se levantó también, rodeando el escritorio con esa fluidez felina que nunca dejaba de desconcertarla. Se detuvo frente a ella, no lo suficientemente cerca como para tocarla, pero sí para que su presencia física se convirtiera en un muro infranqueable.

-Gírese -indicó.

Una orden simple. Devastadoramente humillante. Valeria contuvo la respiración y giró sobre sus talones, exponiéndole la espalda. Sintió el peso de su mirada recorriendo cada centímetro de su columna vertebral, las marcas rojizas que sus uñas habían dejado en sus hombros, la curva de sus nalgas visible a través de la ajustada tela de la falda. Era una inspección minuciosa. Un inventario clínico de su posesión.

-Bien -murmuró él, y esa simple palabra resonó como la más erótica de todas las que le había dirigido esa noche. No por su significado, sino por la profunda satisfacción que traslucía su tono.

Ella se volvió de nuevo para enfrentarlo. Sus ojos grises capturaron los suyos sin piedad.

-El caos de esta noche era necesario -declaró, como si pudiera leer el torbellino de sus pensamientos-. Era el fuego que funde el metal. Pero el fuego, sin un yunque donde forjar, solo genera desorden. Yo soy el yunque. Usted, el metal.

Su mano se alzó, pero esta vez no fue para desgarrar ni para tomar con violencia. Con la yema del dedo índice, trazó una línea imaginaria desde su frente, entre sus cejas, descendiendo con precisión hasta la punta de su nariz. Un gesto extrañamente íntimo, casi paternal, que la estremeció más que cualquier manotazo.

-Su mente es su herramienta más poderosa, Valeria. Y ahora es mía. Hace unos minutos me rendiste tu cuerpo. Ahora, trabajarás para rendirme tu intelecto. -Su dedo descendió hasta posarse sobre su labio inferior, ejerciendo una presión leve pero innegable-. El diseño del núcleo del laberinto. Necesita un elemento de caos genuinamente impredecible. Algo que emerja de las elecciones más profundas e instintivas del jugador. Piénselo. No me decepcione.

La despedida fue un destierro cortés. Él regresó a su asiento y reactivó la pantalla, desvaneciéndose instantáneamente en la figura impasible del CEO. Valeria salió de la oficina, sintiendo la huella fantasma de su dedo en su labio como un sello más perdurable y significativo que cualquier moretón en su piel.

Las siguientes cuarenta y ocho horas se transformaron en una prueba de fuego mental sin tregua. Valeria se sumergió en el código como en un océano del que debía emerger con un tesoro. Cada vez que la silueta de Elías cruzaba frente a su oficina de cristal, una sombra silenciosa y observadora, sentía una descarga eléctrica de pánico e inspiración que la sacudía por completo. Su mente, afilada hasta lo inimaginable por la presión y una necesidad casi patológica de demostrar su valía, trabajaba a una velocidad que ella misma desconocía poseer. El laberinto digital crecía en complejidad, y en su mismo corazón, diseñó un algoritmo sutil y retorcido que analizaba las micro-pausas del jugador, sus elecciones viscerales, sus cambios de rumbo repentinos y aparentemente irracionales. No se trataba de un mero patrón de dificultad escalable; era un espejo psicológico que reflejaba las sombras del inconsciente.

La presentación ante el equipo se convirtió en su nuevo campo de batalla. Elías presidía la reunión desde la cabecera de la mesa, impasible como una estatua de mármol. Cuando le llegó el turno, Valeria, con una voz que apenas lograba disimular un temblor cargado de orgullo y nerviosismo, expuso su concepto revolucionario. Habló de elecciones morales en la penumbra, de los resortes ocultos del inconsciente, de un laberinto que se adaptaba y transformaba no en función de tu habilidad, sino de la esencia misma de tu alma.

Un silencio espeso y cargado de incredulidad se apoderó de la sala. Durante varios segundos, solo se escuchó el zumbido de los equipos. Luego, estalló un murmullo de admiración mezclada con escepticismo. Un ingeniero senior, conocido por su mentalidad pragmática y conservadora, cuestionó con dureza la viabilidad de implementar lo que calificó de "alucinación pseudocientífica". Fue entonces cuando Valeria, con los ojos brillando con una luz casi febril, desplegó toda su artillería. Comenzó a desglosar el algoritmo, línea por línea, con una claridad técnica tan abrumadora y una lógica tan impecable que el escepticismo inicial se fue transformando, lentamente, en un respeto mudo.

Y fue en ese preciso instante, en la cúspide de su triunfo intelectual, cuando se atrevió a mirarlo. Elías no sonreía. Su rostro seguía siendo una máscara de profesionalidad. Pero sus ojos... sus penetrantes ojos grises brillaban con un destello de aprobación tan intenso, tan exclusivo y personal, que le cortó la respiración de golpe. Era la recompensa. Un reconocimiento que resultaba infinitamente más intoxicante que cualquier orgasmo físico.

-Es un enfoque arriesgado -declaró él, dirigiéndose formalmente a la sala, pero manteniendo su mirada clavada en ella con una intensidad que quemaba-. Y, sin lugar a dudas, brillante. Procedan con el desarrollo según lo planteado.

Esa noche, no hubo un citatorio frío en su pantalla de trabajo. En su lugar, un mensaje directo e inesperado llegó a su teléfono personal, un número que ella ignoraba que él tuviera.

"Mi oficina. 8 p.m. No es una orden. Es una invitación."

La diferencia semántica era abismal. Cuando cruzó el umbral de su oficina, lo encontró de pie junto al imponente ventanal, sosteniendo dos copas de un vino tinto tan oscuro como la noche que comenzaba a caer sobre la ciudad. Sin mediar palabra, le tendió una.

-Hoy -dijo, alzando ligeramente su copa en un gesto que era casi un brindis-, no me rendiste tu cuerpo. Me ganaste mi respeto. -Bebió un sorbo lento, dejando que las palabras flotaran en el aire entre ellos-. Déjeme decirle, Valeria, que eso es un territorio mucho más peligroso.

Se acercó a ella. Esta vez, no la empujó con rudeza contra el cristal. En un movimiento sorprendentemente delicado, tomó su mano y la guió con firmeza hacia el sofá. Se sentaron uno frente al otro, como dos estrategas después de una batalla.

-El juego ha cambiado -murmuró, sus ojos recorriendo cada rasgo de su rostro con una nueva profundidad-. La primera fase ha concluido. Ha entendido las reglas básicas, ha superado la iniciación. La pregunta ahora es... ¿está preparada para lo que sigue?

-¿Y qué es lo que sigue? -logró preguntar ella, sintiendo una vez más cómo el suelo firme bajo sus pies comenzaba a desvanecerse, reemplazado por la emocionante incertidumbre de lo desconocido.

Una sonrisa leve, casi imperceptible, se dibujó en sus labios. Se inclinó hacia adelante, reduciendo la distancia entre sus rostros hasta que su aliento, cargado del aroma del vino, le acarició la piel.

-Lo que sigue -susurró, y su voz era una promesa y una advertencia envueltas en la misma seda- es que las reglas... empiecen a cambiar.

                         

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