Capítulo 8 Un día lluvioso

Kellan no fue a la habitación de Alyssa hasta que Helena se marchó. El rostro de Alyssa se iluminó y un suave sonrojo le tiñó las mejillas cuando él entró.

"¡Kellan, estás aquí! ¡Ya casi vuelvo a ser la de antes! Me has cuidado durante tres años, ¿qué tal si te cuido yo en el futuro?".

Durante su enfermedad, Kellan había estado inquebrantablemente a su lado, atendiendo a todos sus caprichos y peticiones. Cualquier cosa que Alyssa deseara, él se esforzaba por conseguírsela.

"No te preocupes por mí. Solo quiero que estés bien y puedas llevar una vida tan normal como la de cualquier otra persona", comentó él con una sonrisa gentil.

Alyssa sintió que el corazón le revoloteaba. Habían pasado tres años y, sin embargo, los sentimientos de Kellan hacia ella seguían siendo esquivos. Aunque todos creían que él estaba esperando por ella, solo ella reconocía la verdad: su amabilidad no nacía del amor, sino de la culpa.

"No deberías pensar demasiado; descansa", le aconsejó al notar sus ojos enrojecidos. Evitando más discusiones, se aseguró de que estuviera cómodamente arropada.

"Kellan...", comenzó ella, pero al mirar sus atractivos ojos, perdió el valor y las palabras murieron en sus labios.

Cuando el turno de Helena terminó, se vio atrapada en un aguacero. No había traído paraguas. Salió del hospital para llamar un taxi. Además, la entrada estaba repleta de gente.

Entre la hora pico de la tarde y la lluvia, era difícil conseguir un taxi.

Cada vez más inquieta, revisó su reloj: ya eran las 6:30.

Luego miró hacia la calle. Parecía que había un taxi desocupado a lo lejos y vio cómo varias personas estaban ansiosas por aprovechar la oportunidad y llamarlo.

Se arremangó el pantalón, se cubrió la cabeza con la mochila y se preparó para lanzarse a la lluvia para coger el taxi.

Pero entonces, una mano le agarró el brazo.

Al volverse, se encontró con los ojos de Kellan.

"¿Qué haces?", preguntó, mirando a Kellan con cautela.

Kellan estaba en el hospital para discutir una asociación. Durante su visita, había notado que el equipo que Helena había utilizado para la operación de Alyssa estaba obsoleto, así que, como muestra de agradecimiento por el cuidado que su protegida recibía, hizo una generosa donación de cincuenta millones. De paso, aprovechó para consolidar acuerdos con la institución.

Una vez concluidas las discusiones, notó a Helena esperando un taxi.

Pudo discernir por las acciones de Helena que estaba algo ansiosa.

Estaba a punto de seguir observando, pero al verla a punto de lanzarse a la lluvia para coger un taxi, intervino y la detuvo.

¿Y si se enfermaba después de mojarse en la lluvia? ¿Quién trataría a Alyssa? No es que le preocupara la Sotaventona en particular; simplemente, no quería ningún obstáculo en el cuidado de Alyssa. Justificó en silencio sus acciones.

"Está lloviendo a cántaros", comentó, sosteniéndola suavemente del brazo.

"Ya lo veo", respondió, algo irritada, mientras veía cómo otro pasajero cogía el taxi.

"¿A dónde tienes que ir? Déjame llevarte", le ofreció él.

El instinto inicial de Helena fue negarse, pero dado lo difícil que era conseguir un taxi en esas condiciones, se contuvo.

Él interpretó su silencio como un consentimiento. Juntos esperaron a Rylan. Sus siluetas presentaban un marcado contraste: la imponente estatura de Kellan junto a la de Helena, más delicada.

Cuando Rylan, el chófer, llegó, se sorprendió al verlos juntos.

¿Qué estaba pasando? ¿El señor Pearson por fin se interesaba en una mujer? ¿Estaba enamorado de ella?

"Señor Pearson, doctora Sotavento, por favor, suban al carro". A pesar de su confusión, Rylan tenía que concentrarse en su trabajo.

Kellan tomó a Helena de la mano y la guio hacia el vehículo. Mientras se alejaban, sin que lo supieran, Alyssa salió de las sombras, sus ojos brillando con una intención malévola. Apretó los puños con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en la piel.