1
Capítulo 8 El guardaespaldas

Capítulo 9 El paseo 1

Capítulo 10 El paseo 2

/ 1

/0/20769/coverbig.jpg?v=a744d45c1a3780630d7fee66f11db04b)
Cuando tu vida se derrumba, te sientes en la necesidad de hacerte preguntas tales como, si serás capaz de levantarla otra vez.
Es muy noble, levantarse de una gran caída, pero... Y, ¿si en vez de levantarte solo estás apuntalando todo?
Cuando apuntalas algo, sigue existiendo peligro de derrumbe.
Un solo día... uno solo, un simple día después de haber enterrado a mis padres, me llamó el banco a exigir que saliera de mi casa en los próximos dos días, a menos que pagara los atrasos de la hipoteca y ese era, uno de los tantos gastos pendientes que tenía. Se me acumulaban las facturas y los «no tengo con que pagar», también.
Estábamos sumidos en la tremenda miseria, desde antes de que mi padre enfermara y sin ningún familiar hacia el que virarnos para pedir ayuda. ¡Clásico!
Mis padres trataron de ser los mejores padres que se puede desear y tener, y probablemente lo hayan conseguido, porque la única queja que tenía de ellos era esta, que se hubiesen ido dejándome sola y en medio de la calle. Pero a veces ser fabuloso con tus hijos no los libra de las crueles batallas que la vida los hace librar.
Sin embargo no iba a culparlos por algo, que ellos no hubieran deseado que pasara y de lo que estaba segura no tenían idea que sucedería... ¿Quien demonios en su sano juicio podría pensar que algo así sucedería?
El hospital de mi padre esperaba que pagara un dinero que no tenía y el seguro de la persona contra la que chocó mi madre y que la hizo perder la vida y dejar a alguien más en el hospital, esperaba una indemnización que no podría pagar, pues ya ni seguro tenía.
Llevaba dos años trabajando por las noches en un bar de mal ambiente pero buena paga, para poder costear la vida miserable que llevábamos.
Pero cuando crees que tú vida ya es mala, ella misma te demuestra que puede serlo todavía más, que no te estaba mostrando más que un ensayo de lo despiadada que puede llegar a ser si te atreves a quejarte.
Yo era hermosa, ya lo sabía y lo odiaba. Serlo puede ser una bendición para muchos y una tragedia para algunos.
No había un solo poro defectuoso en mi perfecto cuerpo, sin embargo esa maldición me llevaba a las propuestas más repugnantes de mi vida.
Los hombres solo querían probar mi cuerpo, las mujeres repudiaban mi belleza y al final de todos, estaba yo, la dueña de toda la perfeccion que solo me hacía desdichada, porque no me propiciaba nada positivo.
Me había acostumbrado a ver mi vida en negativo. O quizá era la manera correcta de ver lo obvio.
No tenía idea de a dónde podía ir.
Cuando en dos días tuviera que dejar mi casa, no tenía sitio al que dirigirme. Ni una mísera idea de cómo solucionarlo.
Cuando cuentas tanta mierda, no hueles más que peste y pudrición.
- Lore, puedes quedarte conmigo al menos una semana. Hablaré con él - mi única amiga, me ofrecía un espacio en su casa, pero no podía aceptar. Y el que ella lo supiera y me lo propusiera de todos modos, me hacía feliz. Al menos tenía una persona que me daba una mano. Aunque no la pudiera tomar.
Por mucho que mi situación fuera extrema, estaba segura de que no podía pasarle mis problemas a mi amiga, y si aceptaba su ofrecimiento le estaría complicando la vida. Cuando viniese la primera situación con su marido, yo me sentiría culpable y en el fondo lo seria, por el simple hecho de haberme ido a refugiar en alguien que desde hacía mucho necesitaba refugio... solo que era incapaz de verlo.
Mientras ella se tomaba un café, en la única cafetería que había cerca de nuestro trabajo, yo la veía tratar de ayudarme, cuando ambas sabíamos que eso no sería posible y se me encogía el corazón de ternura. La adoraba y siempre habíamos estado al lado de las otra, pero en esta ocasión, no tenía más remedio que solucionar mi problema sin su ayuda. Aunque me encantaba poder conservar su apoyo.
Su marido era mi jefe, el dueño del maldito sitio de mala muerte en el que trabajaba.
Era un hombre violento y mezquino, con el que sabía, que nunca podría vivir sin plantarle cara y denunciar sus atropellos con Patri. Ella tendría más problemas de los que ya tiene y yo sería la causa de más dolor para ambas. Terminaría facturando nuestra amistad y no podía perder eso.
Aunque fuese tal vez un tanto pesimista por mi parte, era bastante probable que así fuera.
-No puedo hacerlo Patri y lo sabes - le comenté bajito y con sinceridad mientras nos tomabamos de las manos y nos mirabamos cómplices y tristes haciendo pucheros de empatía y desasosiego - tengo que aceptar la propuesta de ese viejo.
Mi confesión le hizo abrir los ojos asustada.
Un cliente repugnante del bar, me había ofrecido trabajar como bailarina exótica en fiestas privadas de su casa, cosa que me sabía a asco pero que era un muy buen dinero al contado y me lo estaba planteando seriamente.
No tenía muchas opciones, y aunque tal vez podría irme lejos, no quería dejar a Patricia sola con ese tipo que podría matarla en cualquier momento. Además de ser la única familia que tenía y en este pueblucho no había demasiado de dónde sacar dinero.
-¡Eso no Loreine, no hagas eso! - me soltó las manos y cubrió con las suyas su rostro lloroso.
Le asustaba tanto como a mí aquella posibilidad. Nosotras nos queríamos y habíamos pasado por tantas cosas juntas que su dolor era el mío y viceversa.
Desde pequeñas estábamos soñando juntas, pero la vida nos había obligado a vivir tantas pesadillas que ya no soñabamos, ya todo era tan gris que no veíamos más que realidad.
- No te sientas mal cariño -susurré con una media sonrisa en los labios -yo lo voy a solucionar - le mentía y ella lo sabía - vete a casa. Es tarde y se va a enojar.
Como odiaba no poder convencerla de que dejara a ese hombre. Como odiaba no poder abrirle lo suficiente los ojos. Como odiaba la vida, maldición, como la odiaba.
Besó mi frente y apretó mis hombros antes de irse, dejándome con mi café sabor a soledad.
- Disculpe señorita - me interrumpía un agotado camarero para darme una nota escrita en una fina tarjeta que olía a millonario - aquel hombre le dejó esta tarjeta y pagó su cuenta. Le invita a unirse a él si así lo desea.
Miré confundida hacia la mesa que me señalaba el chico, y haciendo un asentimiento para que se marchara le liberé sin saber que hacer con aquel hombre de ojos azules que me miraba apoyando su barbilla en sus puños unidos sobre la mesa.
Debo decir que su mirada era fría. Muy fría. Casi helada. Y no dejaba a la vista ningún indicio de interés reconocible por sus gestos que eran casi ningunos.
Sin embargo sabía que generalmente los hombres no se acercan a una mujer por nada. Y no estaba en el momento de mi vida perfecto, como para andar de romántica y enamorada. De darse el caso con aquel tipo.
Rompiendo el contacto visual con él, bajé la vista a la mesa y tomé la tarjeta que el chico había dejado. Era negra, con una caligrafía impecable a bolígrafo por detrás de una auténtica perfección de impresión original con la información por delante.
<
Tal vez fue su mirada intensa, o el dejarme llevar por lo común, pero aquella propuesta me molestó mucho. De pronto me sentí invadida, vigilada, acosada por alguien que si quería acercarse a mi, lo estaba haciendo de manera perturbadora y no creí jamás que hubiesen otras razones.
Un posible error por mi parte. Lo reconozco... Debí analizar más el hecho de que me diera una orden tan tácita sin motivos aparentes, pero no lo hice.
El caso es que me levanté molesta por la posibilidad de estar siendo abordada de manera poco delicada por un peculiar desconocido del que solo se me ocurrió pensar que quizás me había visto en el club alguna noche, aunque, él no parecía el tipo de clientes de aquel sitio, y ahora pensaba acercarse a mi con infulas de poder.
- ¿Esta usted bien? - se apresuró el señor de cara amistosa y un tanto anciana que se encontraba a su lado a preguntarme, cuando tropecé justo antes de llegar a la mesa donde el que parecía ser su jefe, lo acompañaba y me esperaba. Ni siquiera había reparado en aquel señor. Contra mi voluntad debo admitir que su poderío me dominaba y no podía dejar de verme reflejada en sus ojos azules. Su manera segura de comportarse llegaba a ser incluso insultante.
- Muy bien gracias - respondí dulce para el señor , y caminé hacia el dueño de la tarjeta que aún daba vueltas entre mis dedos. Estaba nerviosa y molesta.
- Me gustaría saber los motivos que lo n han llevado a pagar mi cuenta y dejarme su tarjeta -me detuve a respirar profundo y un poco intimidada por su parquedad -haciéndome sentir como si tuviera aspecto de prostituta y solo tuviera que llamar a darle mi precio por un servicio -su mirada recorrió mi desaliñado aspecto y volvió a mis ojos lentamente... Se tomó su tiempo. Y no movió ni un músculo.
- Ni usted parece una prostituta ni yo un putero - su voz calaba los huesos. Era una mezcla entre frío y calor. Hielo y llamas. Deseo y odio, que me resultó intrigante su tono. Y aquella mandíbula dura y boca gruesa me gritaban promesas de pasión, era enloquecedor verlo tan de cerca. Había dado dos cuidados pasos hasta mí, que ni siquiera lo había notado levantarse. Estaba completamente ensimismada.
- Aquí tiene su tarjeta - la pegué a su pecho con un fuerte golpe y casi jadeo al sentir lo duro que era por detrás de aquel traje negro y elegante. Y alto. Tuve que alzar la vista para verlo a los ojos.
- Consérvela. Quiero que venga a mi oficina mañana y la dirección está ahí. - tomó mi mano entre la suya para separarla de su torso y la alejé de pronto. Sentí que podía provocarme un infarto solo de la reacción de mi cuerpo ante su roce. Era más que peligroso aquel hombre y debía correr a millas de distancia de él.
No me gusta que me toquen los extraños, por más que sean como él. Solo no me gusta que me toquen...
- ¿Por qué tendría yo que ir a verlo a ningún sitio? - mi voz era firme y la tarjeta seguía en mi mano aún extendida hacia él. Me intrigaba el porqué de su acercamiento tan de sopetón pero a la vez me asustaba. Aunque no pensaba demostrárselo.
- Porque tengo una propuesta para usted señorita. Sé, que no la va a rechazar. No puede y yo no le dejaré opción - pero que engreído tipo.
- No me gusta nada como me habla - metí la tarjeta en el bolsillo interno de su traje, en un gesto tremendamente atrevido y antes de darme la vuelta para irme le dije - no voy a aceptar nada que venga de un extraño. Aléjese de mí y tome- saqué de mi bolsillo el único dinero que había traído para pagar los cafés - aquí está su dinero - se lo metí por dentro del cuello de su camisa y me giré para irme pero su mano aferró mi muñeca y lo sentí cerca de mi espalda y mi oído.
- Usted me debe dinero... muchísimo, y le aseguro que esto no es nada para lo que me tendrá que pagar.
Sus palabras me hicieron fruncir el ceño y sacando con fuerza mi muñeca de entre sus dedos me enfurecí y reclamé ...
- ¿Quien demonios es usted y qué le debo si ni lo conozco? - sacó la tarjeta nuevamente, la extendió hacia mí y me respondió con altanería mientras levantaba su cuello con poderío y arrogancia.
- Ven mañana a mi oficina y conóceme.
Se fué de allí, aprovechando el shock en que me había dejado, por su actitud que gritaba por todos lados, que tenía algo que podría hacerme todavía más complicada la vida.
Solo pude ver como el coche salía de allí, delante de mis narices y cuando por fin ví su nombre en la tarjeta, sentí furia al ver que también me había devuelto el dinero.
Alexander Mcgregor... Ese era su nombre y era también, el comprador de lo más importante que tenía.
Solo que eso yo, aún no lo sabía.